“la suerte esta echada”
Llegó tarde al paradero ya que no esperaba salir ese día. Sabía que con suerte pillaba alguna micro que le sirviera, claro que rogaba que pasara la 371 ya que la 666 no tenía un recorrido muy bueno, menos a esa hora; de todos modos, por la hora, tomaría la primera que pasara.
Pasó la 666, lamentablemente para él. Se subió algo nervioso, como con miedo. Sabía que en esa micro podría encontrarse con personas non gratas.
La micro iba con poca gente, por la hora. Se sentó frente a la puerta del medio (cabe destacar que era una micro de tres puertas), sabiendo que no era un lugar muy estratégico, en caso de cualquier cosa.
Así se fue, sentado junto a la ventana, mirando ya hacia fuera ya hacia dentro, tímido, enjuto, con la mochila entrelazada en sus brazos.
La micro llegó al sector más peligroso del recorrido, una vez pasada la comisaría. Ya casi no quedaba gente. De pronto dos tipos se paran desde el fondo y se acercan a él. El los mira, da un suspiro, se acomoda en el asiento y se vuelve hacia la ventana. “Pasa la mochila culiao” dice uno, pero él no los mira, ni los oye, incluso sonríe y se vuelve a acomodar en el asiento. “Pasa la mochila conchetumare” dice el otro mientras saca de un bolsillo un revolver. Él sigue quieto, ya no está nervioso, ya no tiene miedo, como si supiera que es lo que va a pasar y a la vez reconociendo que así deben ser las cosas y de ninguna otra manera.
“Pasa la huea de mochila guacho conchetumare o te la pongo” grita alterado el tipo de la pistola apuntándolo mientras el otro trata de quitarle la mochila, sin resultados ya que él la tiene aferrada a su cuerpo. “Que te pasa culiao, entrega la huea o te tirai, ¿entendí o no?” Le dicen los tipos, sudando helado al ver que su táctica no funciona. Él, sin dejar de mirar hacia fuera, se vuelve a acomodar en el asiento y dice en voz baja y con desgano “la suerte está echada”, endereza la cabeza, saca pecho y levanta un poco la barbilla al estilo militar…
La sangre salía a chorros hacia la ventana desde su cabeza destrozada, luego que el tipo de la pistola apretara el gatillo, disparando una bala que dio en el lugar que debía dar, a la hora que debía ser y a la persona que ese día debía morir.
Jorge Fuica, Transeunt3
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