UNA DESCONOCIDA DIMENSION
Aspiró profundamente la colilla de su último cigarrillo hasta ver que el papel tocara el filtro, luego lo tiró y aplastó casi con bronca, como quien mata una cucaracha. Colocó el disco de Caetano Veloso que Zaida le regalo y puso Vocè e Linda que acompañaron sus ardientes noches de verano. Es lo único que le dejó antes de volver a Rió, además, se le olvidaba, de algunas pequeñas deudas contraídas y una uretritis severa durante su corta estancia en Arlington. Recostado en la cama destendida revisó el manuscrito de su novela de crímenes, escenas de amor y sexo inventadas que su editor había rechazado esa misma tarde. Nada le unía ya a esa ciudad cara para los pocos ahorros que le quedaban después de haberlo compartido con la mulata de ojos esmeralda, sonriendo al recordar lo que le dijo ya con las valijas preparadas, que ella no podía vivir cerca de un cementerio tan grande y que por las noches sentía que miles de soldados muertos en Viet Nam rodeaban por las noches el viejo departamento de la calle 23 NW, lo que le pareció el pretexto más absurdo para dejarlo.
El viento fresco de la mañana y el colorido de los bosques de Virginia lo pusieron de buen humor. Esa madrugada había tomado la decisión de emprender viaje al sur en su viejo y fiel oldsmobile, ha perderse en el verdor de los abedules, ver florear los tuliperos famosos por resistir las heladas y escapar de la ciudad zambulléndose en la belleza natural de los paisajes, en la que no tenía nada de sorprendente encontrar venados cruzando el asfalto como un ejemplo de la vida aún salvaje de la zona. Su instinto de veterano periodista y desde hace algunos años escritor de novelas de acción de bolsillo le hicieron doblar por un camino carrozable que ascendía hacia un área montañosa. Si en alguna parte estaban los Rednecks (cuellos rojos) sería sin duda por ese lugar. Había escuchado historias sobre estos singulares personajes y no quería perder la oportunidad de un buen reportaje que pudiera ofrecer a alguna revista Sin embargo tuvo que ascender un trecho bastante largo para empezar a ver vestigios de vida humana. Una cabaña de madera despintada con anuncios de víveres escrita en una pizarra colgada a la entrada de la puerta fue lo primero que advirtió. Le llamó profundamente la atención que en pleno siglo XXI y a solo aproximadamente una hora de Washington, la capital del país en ese momento más poderoso del mundo, existiera una pieza de museo viviente como si hubiese retrocedido cien años en el tiempo. No estaba abandonada. El hombrecito que lo ocupaba miró desconfiado por detrás del mostrador frunciendo el entrecejo, que hacia más pequeños sus profundos ojos azules. Es un Redneck –pensó al verlo Billy Rockolas. No había duda. Los datos que tenía coincidían con las características del hombre que ahora tenía entre sus manos una escopeta antigua entre sus brazos. El overol sin polo y su cuerpo con tatuajes lo identificaban. A los cuellos rojos lo llamaban así porque en la siembra del algodón la parte baja de la nuca se les asoleaba tanto que les producía un fuerte eritema y por sus rasgos étnicos de piel blanca y delicada, permanecía siempre enrojecida. Tenían fama de ser rudos y malhablados y poco corteses con los extraños.
- La paz sea contigo- saludó Billy tratando de ser amable
- Pida lo que quiera y váyase-le contestó el hombrecito moviendo los labios de su boca sin dientes que apenas podía verse entre su enmarañada barba amarilla.
- Me gustaría una cerveza y un CD de música country- le dijo para agradarlo.
- No vendemos bebidas alcohólicas y lo otro no se que carajo es.
Billy miró el escaparate lleno de botellas y latas de cerveza pudiendo distinguir la Budweiser, Corona, Heineken y hasta Peroni y Grolsch.
- ¿Y eso?- preguntó señalando la vitrina.
- No está en venta y váyase que voy a cerrar.
Billy quiso replicar.
- ¡Váyase!- lo cortó el hombrecillo de la barba amarilla- No queremos mas extraños, ya bastante tenemos con los que llegaron con la luz. Y ahora lárguese, es la última vez que se lo digo y le aconsejo regrese por donde vino-le dijo apuntándole amenazante.
Billy Rockolas no insistió pero tampoco obedeció y siguió el camino hacia las montañas. Las últimas palabras sobre la llegada de los extraños y la luz lo inquietaron adivinando que el viejo escondía algún irrevelable y misterioso secreto.
Conforme avanzaba el camino se hizo más florido con magnolias, petunias, orquídeas y nenúfares y extrañamente observó una flor gigante que la reconoció por sus estudios de botánica como una Raflesia Arnoldi, la flor más grande del mundo que sólo crece en Sumatra. La vera estaba poblada por cipreses, higueras, pinos y nogales y sorpresa divisó un Ginko, el árbol más viejo del mundo.
Es sin duda un lugar extraño-pensó Billy- cuando de pronto vio entre la cañada el pueblo. Una calle ancha con casas de madera y calamina a ambos lados semejaban el viejo oeste. Ingresó levantando polvo y estacionó frente al Saloon.
Entró al local donde algunos parroquianos, que extrañamente lo ignoraron, libaban y jugaban a las cartas. Su vestimenta era obviamente distinta, sin embargo nadie pareció reparar en ello. Se acercó a la barra y pidió una cerveza. Allí fue que lo vio. La rockola tocaba Heartbreak Hotel y él con sus largas patillas y movimientos pélvicos escandalosos parecía que se divertía a rabiar. Cuando terminó la canción se acercó a la mesa sudoroso. Vestía una chaqueta negra con solapas anchas, una camisa blanca con bobos y un pantalón ajustado con la basta ancha acampanada. Que parecido a Elvis- pensó Billy. Era el más parecido de todos los que lo imitaban en los numerosos clubes de fans del rey del rock and roll. Su sorpresa fue mayor cuando vio que en la mesa estaba una rubia platinada con un vestido rojo mostrando un gran escote de donde emergían sus senos turgentes. Al lado de ella con una sonrisa tímida y vestido con polo blanco, casaca roja y pantalón Jean despintado estaba James Dean, el rebelde sin causa, el que amó locamente a la actriz Pier Angeli, la misma que lo dejó por el cantante Vic Damone. Contaban que Jimmy no aceptó la decisión de su pareja de al Este del Edèn y que el día de su boda se situó con su moto delante de la puerta de la iglesia y aceleró el motor durante la ceremonia para hacer ruido y mortificar a la pareja. Billy pensó que era un sueño. De hecho tenía que serlo. Los ídolos de su juventud estaban ahí, juntos, en un pueblo casi fantasmal. Se detuvo a mirarla a ella, estaba más linda que cuando la vio en Los caballeros las prefieren rubias (Gentleman prefer blondes) y desde esa vez no dejó de ver ninguna de sus películas. Se la veía feliz como si las cicatrices de su terrible pasado se hubieran borrado y hubiera olvidado que fue dada en adopción a los seis meses por su madre que trabajaba como prostituta, quien fue posteriormente internada en un hospital psiquiátrico bajo el diagnóstico de adicción sexual, lo que provocó en Marilyn la obsesión que podía haber heredado esa enfermedad. El trauma que sufrió de por vida al ser violada por el casero del hogar adoptivo a los ocho años. Pero estaba allí, en ese viejo Saloon como si el tiempo no hubiese pasado. Que carajo me está ocurriendo- pensaba Billy. Esto no puede ser realidad. Decidió esperar el momento adecuado para acercarse a ellos, total quien era el para interrumpir la reunión de esos grandes, irrealidad o no, un escritor en crisis con nostalgias periodísticas. Jimmy departía ahora con Elvis, recordando Billy que este lo admiraba y copiaba y era uno de sus actores preferidos. James Dean era el antihéroe, el huérfano de 8 años que sufrió hambre de madre durante su vida, el icono de la juventud de esa época, su inconformismo lo plasmó en Rebelde sin causa, que barrió con la taquilla en todos los cines del mundo. Dicen que era masoquista. Sus amigos le decían el cenicero humano porque se dejaba quemar los brazos con cigarrillos y también las serias dudas sobre su identidad sexual. ¿Cómo podía estar allí si todos sabían que se estrelló en su Porsche rojo al que llamaba El pequeño bastardo, con un adolescente que manejaba un Ford a gran velocidad, muriendo cuando tenía sólo 25 años ? Eso era algo que tenía que dilucidar.
Era el momento para saber de la boca de los propios protagonistas las dudas que habían dejado con su muerte. La primera era saber cual había sido la verdadera relación de Marilyn con los Kennedy y develar el misterio de su muerte. Porqué de la ambulancia bajaron enfermeros escoltados por personajes del gobierno que alguien creyó ver a Robert Kennedy que fueron los primeros en entrar al departamento. ¿Sería cierto lo que un testigo afirmó que uno de los presuntos enfermeros inyectó una sustancia desconocida entre los pechos de la actriz? Billy estaba convencido que no soñaba. Aquí había un problema de dimensiones que quien sabe porque mecanismos había podido penetrar. Necesitaba saber del propio Elvis si el diagnóstico de muerte natural había sido real o que como decían sus detractores le encontraron 14 tipos de drogas en su organismo y por ultimo si James Dean precipitó su muerte al correr a 150 kilómetros cuando lo tenía prohibido dejando su gato al cuidado de su amiga Liz Taylor. Si lograba la entrevista el premio Pulitzer lo estaría esperando.
Billy Rockolas se acercó a la mesa y se presentó saludando con una venia. Los iconos lo aceptaron familiarmente. Les expuso sus motivos y la admiración que sentía por ellos. Contestaron todas sus preguntas revelando más de lo que Billy hubiera podido esperar. Sus confesiones removerían los cimientos de Hollywood y de la Casa Blanca. Imaginó sus reportajes en las primeras planas y carátulas de los mejores diarios y revistas del mundo. El por su parte a pedido de Marilyn les habló del mundo actual.
-No ha cambiado mucho sustancialmente –les dijo. El hombre permanece soberbio frente a la naturaleza y la destrucción del planeta continua. Las guerras sòlo han cambiado de nombre y de lugar. La única revolución que ha triunfado es la tecnológica.
Los tres lo escuchaban con atención y se divertían cuando les contó de los teléfonos móviles que cabían en el bolsillo de la camisa y que se podía hablar con sòlo aplastar una tecla con cualquier lugar del mundo, de las computadoras que almacenaban información de toda una antigua biblioteca incluso en una Palm, de los televisores LCD y pantallas de plasma y ni que hablar de la tecnología médica donde aparatos llamados tomógrafos te cortaban virtualmente en pedacitos desde la punta de la cabeza a los pies y que eso se reflejaba en una pantalla.
Los tres reían de buena gana de sólo imaginarlo.
-Eres un lindo bufón- le dijo Marilyn.
Pese que el término no le gustaba, Billy lo tomó como un elogio.
- Allí viene Rocky- dijo Jimmy-. Pregúntale si usaba vendajes ilegales.
Billy vio venir a un fornido hombre blanco. No había duda. Era el gran campeón de los pesos pesados que no conoció jamás la derrota.
- ¿Lo reconoces?- preguntó Elvis. Sus rivales confesaron que la potencia de su “punch” era inhumana, por eso le pusieron Marciano.
- Si, dijo Billy, es Rocky Marciano, también fue mi héroe.
No podía creer lo que estaba viendo, el Saloon se fue llenando de mayor cantidad de parroquianos, la mayoría vaqueros.
-Una última pregunta- casi rogó Billy alborozado.- ¿Qué es eso de la luz y los extraños?
- Cosas del viejo loco, no le hagas caso.
Antes de despedirse Billy saco la máquina digital. Allí increíblemente estaban en la mesa Elvis Presley más conocido como el Rey, Marilyn Monroe, James Dean y un Marciano llamado Rocky.
- Digan whisky -dijo Billy- y tomó la más histórica de las fotos del mundo del espectáculo.
Guardo la cámara y se despidió de cada uno de ellos con un abrazo agradecido.
Cuando ya se disponía a salir, Elvis le preguntó.
- Billy, tú no nos has contado como fue tu muerte…
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