En memoria de las victimas de 1985

Agarro al hombre que se hunde, al que cae abatido, al sin voluntad.
Al que se abraza a mí cuello.
¡Estamos solos¡ le digo. No hay ángeles, no hay Dios
¡Estamos solos!
Por eso, el hombre es más hombre con su hermano jugando un poco a ser Dios.
De veinte en veinte asomaron sus asustados rostros entonces, todos nos confundimos
entre todos.
La herida que él tiene en el brazo, la tengo Yo en el corazón.
Y mientras ella se desangra con las piernas quebradas, yo me entretengo, buscando los pedazos de mi alma.

Gritos, exclamaciones, quejidos, llanto, dolor.

¡Esto es ya irremediable¡

En mi soledad, en mi profunda soledad asomo el rostro de hombre joven.
Que vengan a mí.
Que se arremolinen junto a mí.
Mientras el ulular incesante de sirenas y las intensas luces rojas, danzan en nuestro derredor con irrespetuosa manía.
En mi rostro joven hay una exclamación de dolor pero, es mi asombro el que me delata.
Y son los ojos que se cruzan con los míos, los que gritan que aquello es una pesadilla.
-no creen que esto pase-
El bisturí silba en las manos del cirujano. Se desliza silbando entre mis dedos, mientras los dientes del serrucho concluyen su triste canto.
En el aire flota etéreo el quejido de la sangre al caer.
Hay una especie de lamento que se esconde en las paredes, y se asoma en cualquier labio.

¡Esto es ya irremediable¡

Mañana cuando te levantes sabrás que todo lo que he dicho es cierto.