Escondido en una capa azul Pelican, llegaba Sirok Pomes, con su andar pausado y su mirada de perezoso lector. Había sido llamado por la preocupada bibliotecaria, una señora mayor con gafas exagonales y nariz aguileña .
-¡Oh Sirok Pomes! Gracias, muchas gracias, por dedicarnos unos segundos de su tan preciado tiempo.- Decia aquel pobre individuo, entre confusos hipos y lágrimas ambiguas.
-Ha sucedido una calamidad, una calamidad tan calamitosa como la calamitosidad misma.
Sirok, escuchaba calmado aquella estrepitosa voz que desglosaba sus hojas entre ademanes y morisquetas.
- ¡Fíjese usted que nunca, nunca en la historia de las letras se vio algo semejante!
- Bueno cálmese y diga qué sucede.
- Un desastre señor Sirok, un desastroso desastre.
- Señora, si no me dirá qué sucede, dirijamonos al lugar de los hechos.
- No, no puedo. Discúlpeme pero no puedo, es algo tan..., tan...,...
Y una cascada de lágrimas azuladas estalló en sus deslucidos ojos. Sirok observaba con pena la patética imagen de aquel pobre trozo de vida. Su piel amarillenta, marcada por insectos y varias arrugas que le dejaran el correr de los años.
Balbuceante y dudosa, triste y temerosa indicó la escena del horrendo crimen.
Sirok, observaba aquella mano temblorosa tratando de ocultar el miedo que nacía en sus entrañas por el preambulo que ella le entregaba .
Se dirigió al lugar, cauteloso. Al llegar al estante indicado con la letra A, una avalancha de colores sometidos a un efecto dominó le hizo retroceder varios pasos.
¿Pero qué sucede aquí? Preguntó inquieto el famoso detective.
- Se los han robado, señor. -dijo una tímida voz desde la hilera segunda.
No, no es verdad, los han secuestrado señor - susurró otra voz sobre su cabeza.
- No señor Sirok, le explicaré lo que sucede. ¡Todo es culpa de ella! -gritó la anciana amarillenta, indicando unos ojos tímidos que los observaban desde un estante.
- Ella dice que no tiene la culpa, dice que no es ella, que son ellos, o nosotros.
Que su carne es carne fresca e inocente, tan inocente como su blancura misma. Que las reglas son para ser rotas y que esa es su defensa.
- Pues veamos si realmente es así. ¿Qué dice la señorita a todo esto?
Ante el alboroto, la inocente acusada trató de escurrise por en medio de los grandes tomos de historia, mas su intento de escapatoria fue en vano.
- ¡Atrápenla! ¡Que no se escape! Si esta pequeña es la causante de tanto dolor y alboroto, deberá explicarlo y si es así...
- ¿Y si es así? -Preguntaron todos.
- Si es así..., a la hoguera -gritó la anciana complacida.
- No. No, por favor, soy inocente, juro que soy inocente. -Gritaba la pobre chiquilla.
-¡Ya veremos! Si eres inocente no hay nada que temer ¿verdad pequeña? -dijo el detective con una azulada mueca.
Una hora mas tarde, en el banquillo inquisitorio, mientras verdugos de negra pluma desnudaban los brazos de la pobre criatura dejando en evidencia las marcas delatoras. Los reales tomos apuntaban su dedo acusatorio.
Tú, has profanado con desparpajo las santas leyes gramaticales.
Tú, osada intrusa que llegas con tu aire infantil, burlandote de nuestros sagrados e historicos estilos. Serás condenada a la hoguera.
Una sordida risa se escuchó en todo el recinto, mientras los fósforos chispeaban con alegria sus cabezas rosas.
-¡Esperen, esperen! Todo reo tiene derecho a defenderse. -advirtió el loable Sirok ya cansado de tanta payasada y con un naciente sentimiento de piedad por aquella chiquilla.
Está bien, tiene usted razón -dijeron los jueces a regañadientes.
Entre lágrimas de dolor, avergonzada por las miradas de desprecio de aquel público mundano. Desnuda y sin amparo, la pobre Aglia confesó.
No soy yo, fueron ellos. Es verdad que les ayude en su fuga. Me lo pidieron tantas veces y siempre me negaba pero... pobrecitos, estaban tan cansados de ser juguetes de los vanos caprichos del mundo.
Él la observaba siempre, desde el ultimo rincón de la oración. Ella, perdida entre las palabras trataba de acercar sus manos y entregarle su beso lejano pero era imposible.
Cada noche escuchaba sus lamentos, cada día me inquietaba su tristeza.
Hasta que no pude más y les entregue mi tan esperada ayuda. Así fue que un buen día, sin importar sus reglas, sin importar sus henormes y desquiciantes manifiestos gramaticales, les abrí las puertas de mis hojas.
Sí, seré culpable, pero tan sólo soy culpable de sentir piedad.
¡Quémenme si es un crimen ser piadosa! ¡quémenme! Pues no me arrepiento y duermo tranquila, al saber que punto y coma bailan felices en las estrellas.
Un profundo silencio se escuchó en la biblioteca.
Mientras los gruesos tomos meditaban en los estantes sus añejados conflictos, al resguardo del bolsillo luminoso de una pluma, Sirok, retomó su camino con la alegre Aglia en brazos, dejando a sus espaldas tan sólo un antiguo eco.
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