CIELO ACUÁTICO
“... Muero al vivir,
resucito al pensar,
desde aquello que un día soñé,
los espejos que se me rompieron,
los juguetes de mi amanecer.
Como dejar ese miedo a volar,
de esa mano que me acompañó,
los clamores de mi adolescencia,
sinsabores que me da su ausencia...”
(Fragmento de “Nostalgias” de Pablo Milanés)
Ya no era lo mismo, pero valía la pena volverlo a intentar...
Aquel 3 de febrero salí de trabajar más temprano que lo habitual, y pasé por la casa de mis viejos para hablar y compartir algún tiempo con ellos. Hacía dos meses que no los veía gracias al agotamiento de diez horas de trabajo, y a los terribles días que tienen mucho menos de veinticuatro horas. Cada vez crece más la sensación de tener menos tiempo para mí...
La tarde estaba lluviosa; era una típica tormenta de verano. Y desde el momento en que escuchaba los goterones golpear en las hojas de parra, y olía los jazmines mojados notaba que no iba a ser una tarde más... El contraste con mi actual vecindario se hizo muy fuerte… (especialmente cuando me vino a la mente la acertada definición de un vecino y gran amigo, que me dijo: “el barrio donde habito no es ninguna pradera, sino un desolado paisaje de antenas y de cables” (*1 )
Era como que de alguna forma quería volver unos cuantos años atrás; (unos veinte años de los que dicen que no son nada, estaría bien) todavía no sé si por la nostalgia que me invadió precisamente ese día, que se veía acompañada por mates, fotos, una caja con dientes de leche, mi primer bicicleta colgada en la pieza del fondo... o porque me di cuenta de que todo eso seguía en la casa de mi infancia tal como en aquellos tiempos (casi igual).
Lamentablemente no podía llegar muy tarde a mi departamento porque al otro día era el cumpleaños de Ignacio, mi hijo, y tenía que salir a comprarle el "Ultra Destructor 3000"...
Después de una hora y media de incesante aguacero, salió el sol con mucha fuerza y me despedí de mis padres, que, por cierto, estaban muy emocionados por mi visita. Me encaminé hacia el auto, pero cuando estaba por subirme... debajo de la puerta trasera del lado izquierdo de mi "Ford A", comenzó mi viaje. Por supuesto, que con mucha menos imaginación y menos ganas de descubrir nuevos mundos que hace veinte años; pero volví a sentir la necesidad de ser un viajero de ese cielo acuático. Imaginarme a mis viejos amigos desafiándome con un “a que no te animás” fue lo que me decidió.
Esa inolvidable zambullida fue difícil, porque tuve que esquivar las ramas de diferentes árboles, sobre todo aromos que mi vieja había plantado en el frente de mi casa, también los cables de alta tensión submarinos, algún que otro pájaro que nadaba dado vuelta, y me detuve en una nube para dejar pasar a una avioneta que venía, muy rápido, navegando al revés... Pasó por mi lado una señora que no entendía muy bien mi travesía, y se detuvo a mirarme por unos segundos. Con el mismo movimiento del agua por la brisa, su cara se mostraba cada vez más deforme y su afeamiento iba "in crescendo". Sin poder evitar una sonrisa, le tuve que pedir que siguiera su camino porque estropeaba el onírico paisaje que estaba recorriendo... y en ese instante, sin que me diera cuenta, una hoja cayó y provocó una inesperada tormenta que duró sólo unos segundos...
Escogí la mejor hora, porque más o menos a las ocho y cuarto, el sol comenzó a esconderse, regando de un color naranja mi pequeño océano... y de un momento para otro, todo se apagó...
Y así quedé; parado y seco mirando las estrellas que comenzaban a aparecer... Pensaba en ese espíritu de niño que muchos dicen que no perdemos nunca, pero que para mí poco a poco nos va abandonado... Debo reconocer que la partecita que conservo de él, esa tarde se había portado muy bien y me había devuelto imágenes que tenía un poco olvidadas...
Ya caída la noche, subí al coche para regresar a mi hogar, y me fui alejando de mi pequeño (oscuro) océano... Andando por las calles vi muchos, y me preguntaba si alguno de ellos habría recibido algún viajante... (cosa que dudo mucho.)
Sin duda, ese día fue diferente... Tomarme aquellos minutos en esta "vida zipeada " (*2) me reconfortó más de lo que se imaginan. Anduve con un estado de placidez y tranquilidad por varias horas, pero con un poco de culpa por haber faltado a mi deber de padre y no comprar el Ultra Destructor 3000.
Más tarde, Ignacio aceptaría mis disculpas por la falta del regalo; pero lo que todavía no comprende, es la relación de los charcos con las máquinas del tiempo...
FIN
(*1) fragmento de la canción "Calle Melancolía" de Joaquín Sabina
(*2) castellanización de "zip": término utilizado en computación para designar a los archivos comprimidos |