Nunca tuve la libertad que añoro. Jamás pude mirar de frente al sol, dejar que sus rayos enfrentasen mi mirada. Ni siquiera sé si mis ansias de volar tienen alguna razón de ser.

Nunca fui una niña común, ni supe serlo. Jamás fui capaz de vivir según los parámetros marcados por la edad. Ni siquiera llegué a conocer realmente esas reglas no escritas que marcaban los ritmos de vida y crecimiento.

Nunca sentí que estaba en mi lugar, ni dejé de soñarlo. Jamás me abandonó esta necesidad de buscar y esta agonía de no encontrar. Ni siquiera sé si, algún día, tendré el valor de gritarlo.

Nunca viví en calma ni dormí olvidándome de que estaba durmiendo. Jamás tuve el valor de romper mis cadenas y atreverme a ser. Ni siquiera sé, a estas alturas, si alguna vez podré hacerlo, o si acaso merece la pena.

Nunca acepté mi absoluta necesidad de aprobación materna. Jamás un lazo paterno pudo ejercer un poder mayor. Ni siquiera sé si alguna vez podré escapar de esa prisión.

Nunca sabré lo que habría pasado de haber sido capaz, de haberlo intentado, de haberme atrevido. Jamás podré retroceder a aquel tiempo. Ni siquiera un estético optimismo manido y de diseño podrá sacarme de la derrota.

A estas alturas, las respuestas son lo de menos.