Acomodos
Sacó varias cajas y metió camisas, pantalones, zapatos y toda su ropa: quería irse de ahí lo antes posible. Iracundo, por tener que dejar su casa luego de cinco años de matrimonio fallido. Colocó los muebles que se iba a llevar en un rincón de la estancia. Valeria lo miraba, sin decir una palabra, con los ojos centelleantes por la furia.
Sonó el teléfono, era el dueño del camión de mudanzas que se reportaba para avisarle que su vehículo se había descompuesto, por lo que no podría realizar la mudanza. Valeria estalló en cólera, no lo quería en la casa ni un minuto más. Alberto, desesperado, hizo llamadas y más llamadas para obtener otro camión de mudanzas, pero a esa hora y en domingo era prácticamente imposible conseguirlo.
“Todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar”, le aseguró a su exmujer, al tiempo que sacaba del desván una vasija e iba introduciendo diversos objetos. Empezó con cosas pequeñas como cubiertos, peines y cepillos. Luego, más grandes: sillas, televisores y cuadros. El jarrito se ensanchaba para dar cabida a más y más triques. Al meter la mesa del comedor supo que nada lo detendría hasta hacer llegar la casa al fondo con todo y cimientos. Continuó con los postes de luz, el gendarme y la tienda de la esquina. Después, fue poniendo edificios, calles y ciudades enteras. Más tarde acomodó dentro las montañas, los valles y los continentes. Siguió con el planeta completo que desapareció a través de la boca del jarro. Entonces, volteó a buscar a Dios, que presuroso, huyó despavorido.
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