Por las calles de mi pueblo,
Caminaba un caballero,
Quien prefería la compañía,
En lugar humana la de perros.
Su nombre era Patricio,
Hombre no de mucha edad,
Las mujeres lo querían,
Hembras bellas de verdad.
Mas el no tenia ojos,
Para las de su misma especie,
No quería ningún contacto,
Con algo que humano parece.
Ah que gran jauría,
Que tamaños diferentes,
De todo color había,
Que tendría el en la mente.
Desde varios kilómetros lejos,
Usted podía percibir,
Y también quedar perplejo,
Por tal olor en su nariz.
Mas a el no le importaba,
Siempre se veía feliz,
Hasta que un día el municipio,
Empezó a quejas recibir.
Por ser muy insalubre,
Su situación hay que arreglar,
Nos llevaremos a los canes,
Y después los vamos a asar.
No por favor no les hagan esto,
Ellos son como familia,
Mucho más nobles que ustedes,
Y vida mucho más tranquila.
Como salchichas en comal,
Los perros fueron condenados,
A pesar de estar muy mal,
Pues no fueron perdonados.
Patricio les llevo,
La ultima cena a la perrera,
Al mirarlos el lloro,
Comenzó terrible aulladera.
Por la mañana muy temprano,
La sentencia seria cumplida,
El horno fue encendido,
Ya terminara su vida.
Cuando al horno los metieron,
Comenzó terrible dolor,
Sonido tan horrible,
Ser sordo seria mejor.
Al ver Patricio esto,
Soportarlo no logro,
Corrió entonces hasta el horno,
Y hasta el interior salto.
Los aullidos cesaron,
Patricio sonreía en el fuego,
Los perros movían la cola,
Como si fueran al cielo luego.
No lloraban de dolor,
Sino de tristeza de alejarse,
De su dueño amo y señor.
Así todos murieron,
Juntos y felices,
Compañeros en desgracia,
Sonriendo como lombrices.
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