Los héroes cayeron, los templos comenzaron a derrumbarse, a poca distancia se encontraba el ego. Simplemente acuñó el ocaso de la mitología y la entrada de la realidad, pero tenía miedo.
Lo efímero se apoderó de su alma y comprobó que ya no era eterno, el peso hizo que se apoyara en una roca que estaría en el mismo lugar cuando la vela de su vida se apagara, de la rabia se levantó e intentó moverla, trasladarla de donde en ese momento estaba, pero la roca pesaba demasiado y una lágrima resbaló por su mejilla.

El Sol, la Luna, el Viento y el Tiempo.
Todo cuanto podía ver continuaría su paso con una fecha de caducidad mucho más longeva que la suya misma. No recordaba cuando nació e ignoraba su primer llanto al igual que no recordaba donde alimentaría su cuerpo los gusanos, pero el mundo era contradictorio y el tenia miedo.
Miedo al día, a la noche, a la erosión de la vida, al paso de los años.

El ego tenía miedo a perder su última oportunidad de dejar el recuerdo de sus pasos y el mundo, su mundo proseguía derrumbándose, delante y tras él.
Los sentidos carecían de significado en el día que le tocaba vivir.
El ego tenía miedo de desvanecerse, de ser guardado en el último baúl de los recuerdos del no deseado.
Sin miedo no se puede afrontar el camino, pero con él, todo duele mucho más, de este pensamiento se aprende o se muere.

Mientras tanto, el mundo se derrumbaba sobre Ego, pero siempre hay un mañana para dejar que el recuerdo caiga en buenas manos, para que lo efímero se disfrute y se aprenda del miedo, de la vida.