Le cogí y le abrasé en silencio entre mis dedos torpes, aún estaba tibio. Adiviné que había volado a encontrarnos y a trinar sus cuatro dulces notas de amor en nuestra cara, quizá de cuan lejos, sorteando basurales y peladeros clandestinos, verdaderos mosaicos de barro, escombros, aceite de motor, botellas y muebles rotos, áreas grises de mi infancia perdurando todavía, ahí en el rabillo de nuestros ojos, donde no miramos. Venía a eso, yo se que venía a eso… pero, su plumaje oliváceo y amarillo no fue blindaje suficiente. Si la hubiese respetado lo que merecía, yo sé llegaba vivo, se contagiaba un poco de calor y nos cantaba reconciliaciones y nuevas fortalezas, para superar toda esta cellisca, toda mi ausencia de mesura, mis aberraciones y el aroma de la piel de ese pedazo de estiércol fresco, almizclándose en la suya. Si la hubiese cuidado un mendrugo, no se liberalizaban sus fluidos más íntimos y ese cáliz estandarte de entre sus caderas no permitía entrar esos nuevos reptiles ponzoñosos. Más si dilapidé y fui a descollar y fui formones sin recato ni piedad, y descuarticé tanto que todo fue mácula y resentimiento. Un jilguero no sabe sobrevivir a estas cuestiones…a estas catarsis, es tanta intoxicación… traté de resucitarle…pero, mis calores eran sucios. Con ella nos miramos sin entender mucho que hacer. Cavé un pequeño agujero en el jardín y deposité su diminuto cuerpo. Arreció entonces con más fuerza… la miré y con desprecio dije hola. |