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Amor plantónico
de Carlos Talancón

Despuntaba el verano y la distancia entre ellas era mínima. Sin embargo, las trepadoras jamás alcanzarían a trenzarse en comunión simbiótica. Su amor, consecuencia de tanto años de proximidad en el alpende del jardín, tendría que conformarse con la mera contemplación.
Aunque parecería que sólo era cuestión de seguir deslizándose por el friso para encontrarse, pues las trepadoras ya habían rebasado el capitel, habían llegado a aquel punto donde la ventaja de su proximidad se tornaría en desgracia. En cualquier momento el hombre de overol podría salir del interior de la casa, sosteniendo el animal metálico sobre sus hombros, dispuesto a iniciar su ritual de mutilación. Cada año era así. En balde las trepadoras ahorraban cada rayo de sol y cada gota de savia durante la primavera; en vano presionaba sus raíces en la tierra para cobrar el impulso suficiente y acelerar el encuentro. Ineludiblemente llegaba ese hombre, barría con mirada insolente el jardín, bajaba la férrea bestia de sus hombros y hacía chirriar su dentadura para iniciar el ritual.
Primero eran los macizos, ubicados en la parte frontal del jardín; el hombre llegaba con su bestia y los castraba hasta mutarlos, según su capricho, en conejos, pájaros, o alguna otra ridícula forma que satisfacía su perversión. Después seguían los rosales, a los que humillaba despojándolos de todo, excepto de sus partes rojas que tanta vergüenza les daban. Al pasto lo rapaba hasta dejarlo totalmente alienado; y a algunas hierbas que consideraba inferiores simplemente las aniquilaba. Así, cada habitante del jardín era torturado hasta que llegaba el turno de las trepadoras. Pero ellas, a diferencia de las otras plantas, no se conformaban con su estado; aunque tampoco podían hacer nada. El hombre las tomaba entre sus manos y les cantaba algo relacionado con el cariño paternal que decía tenerles, aunque todo eso era pura crueldad, porque inmediatamente después tomaba al animal metálico y lo restregaba en sus tallos hasta devorarlos. Las trepadoras se observaban, viendo como el cuerpo de su amante era amputado.
El ritual culminaba con la pasarela de ese ser que desfilaba en torno al jardín, desplazándose y murmurando, como si aquel holocausto le provocara gran orgullo. Al parecer encontraban belleza en las mutiladas formas porque antes de partir, se decía:
-Este jardín es el ideal para cualquier enamorado-

Texto agregado el 25-06-2007, y leído por 90 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-06-2007 Buen título. Buena prosa. Faltó tensión. Saludos eride
25-06-2007 Y a eso le llaman Arte; pero que no se preocupen tus enredaderas trepadoras porque un día poseerán toda la tierra y toda su libertad, mientras los monstruos metálicos, sin manos que les dirijan, morirán olvidados. Dalai
25-06-2007 tremendamente bueno! me encantó encontrarme con una historia de amor diferente. maritamontesverdes
 
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