Empezaba la mañana mirando el gris cielo limeño, religiosamente, se dedicaba a contemplar la panza de burro grisacea, plateada. Acto seguido decìa para sì misma: "¡Este clima me tiene así...me agobia la ciudad! Siento mi pequeñez cada vez más, esta vida ingrata...".
De esta manera, entregada al sufrimiento, fue consumiendose su vida. Un poco en el olvido, un poco en el recuerdo, llorando las alegrías vividas, tan pasajeras ellas.
De vez en cuando se entregaba al disfrute, ya sea gracias a un sorbo lleno de sabor a selva de un rico café, o absorta en un silencio trascendental inconciente; de todas formas, Doña Tristeza no quería disfrutar, no quería contradecir su desdicha.
Un día su corazón dejó su ritmo habitual y cesó, como una canción cuando acaba, así de simple. Su mente detuvo la conversación, su sufrimiento desapareció y su forma se tornó abstracta.
Ahora Doña Tristeza es un recuerdo, una luz que veo en el cielo gris de las mañanas y me hace pensar ¡qué suerte seguir vivo...el sufrimiento es solo una forma de percibir felizmente!
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