No olvidará jamás esa noche. No podía dormir. No era el intenso calor que azotaba a la ciudad en esa época, sino lo que su almanaque, con esa foto del Independiente campeón, le estaba avisando. Era 5 de enero, víspera de reyes.
Su padre, entre tantas cosas, le había hablado de las estrellas que lograron vestir la casaca roja del club de sus amores, del gol de Bochini a la Juventus y de tantas pero tantas historias, que no tuvo mejor idea que pedirle, a los mismísimos reyes magos, la camiseta del campeón.
Soñaba despierto. Una gran multitud coreaba su nombre, se imaginaba haciendo goles de todos los ángulos y hasta firmando autógrafos.
Nada impedía que su mente se alejara de esa ilusión. Pero en ese momento, es cuando oyó voces y ruidos en el patio. Pensó en llamar a papá, o a mamá, sin embargo, asustado pero valiente y decidido, se acercó a la ventana. Con cuidado fue corriendo lentamente la cortina y observó, atónito y sin aliento, como los reyes magos dejaban el regalo en sus zapatos.
En un segundo, el mundo se le vino encima. Dio media vuelta y corrió hasta la cama. Cubrió su cabeza con la almohada y apretó los dientes. No quiso llorar, pero una lágrima, le anunciaba que una parte de su inocencia, había quedado atrás.
Ya en la mañana, sus padres desayunaban cuando de repente aparece él, con su camiseta roja y la pelota bajo el brazo. Los miró fijo y después de un silencio desconcertante, sonrió y dijo: Gracias. Y corrió al patio a seguir jugando.
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