Amor fatal.

-Me he dado cuenta de cómo me tratas cuando no hay nadie cerca- lo miró fijamente y de repente empezó a susurrar. -La forma en que me miras resulta sutilmente excitante.

Él volteó la mirada, entrecerró los ojos y apretó las cejas. Ella retorció las piernas en un gesto de vivo placer y con una sonrisa en los labios emitió un gemido casi insonoro, indescriptible pero infinitamente delicioso para los oídos de él. Él también sonrió, de hecho, ella creyó escuchar una risita, pequeña, traviesa, pero que sólo duró un segundo. Entonces él acercó su silla, se inclinó un poco y le dijo al oído en muy baja voz -Me rindo.

Ella sintió de repente como cada uno de los poros de su extensa piel se estimulaban y erizaban miles de vellosidades al rededor de todo su cuerpo, se estremeció. Muy lentamente refrescó sus labios con un erótico roce de su lengua, agachó su rostro y recogió un mecho de su cabello castaño que caía con una increíble mezcla de ternura y sensualidad. Lo miró otra vez y después de asegurarse de que nadie los acompañara en la habitación rompió el mágico silencio de tres segundos con un brusco beso que hizo que él estallara por dentro en el más hermoso orgasmo jamás contado, sentido o comprendido.

Murió y fue así como el peligroso revoltijo de amor y fatalidad le dieron fin a esta historia justo antes de comenzar.