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Inicio / Cuenteros Locales / libelula / EL CABALLERO Y LA BRUJA DEL BOSQUE (2ª parte)

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No pudo evitar reírse, con cierto pudor por cierto (pues ha de saberse que a nuestra bruja le faltaba uno de los dientes incisivos) al ver a ese príncipe parado frente a la mesita que tenía en el patio devorando con fruición las sopaipillas sin haberse quitado el traje. Incómodo como debía estar, parecía disfrutarlo a excepción de encontrarse cada tanto con unas rajaduritas de naranja con las cuales no sabía evidentemente que hacer: si escupirlas, dejarlas delicadamente con la cuchara en la orilla del plato o masticarlas y tragárselas sin más.

- Las rajaduritas son para darle más sabor al caldo, al igual que la canela y el clavo de olor le aclaró la bruja. Puedes comerlas o dejarlas en el plato según te apetezca, le lanzó por salva vidas.

- Creo que las probaré, esto está muy bueno respondió agradecido.

Un poco más cómodo con la conversación decidió sacarse la armadura y sentarse en la silla que le había ofrecido esa extraña mujer para continuar comiendo.

Fue entonces cuando un rayo de sol chocó estrepitosamente en una de las guedejas del caballero que se le venían a la frente y la bruja pensó para sí que nunca antes había visto un hombre joven tan hermoso.

Ante la mirada encantada de la bruja, el caballero sonrió entusiasmado y continuaron cómodamente a ratos conversando a ratos en silencio.

El caballero le contó de al menos tres aventuras: la primera en la que le tocó casi actuar de paramédico ayudando a una doncella atragantada con una manzana en un ataúd de cristal custodiada por una banda de malhechores de baja estatura. Uno de estos le había robado el corazón a la muchacha por lo cual la llevó nuevamente al bosque, en el cual suponía vivía feliz. La segunda aventura fue consolar, acompañar y ayudar a escapar a una doncella cubierta con una piel de asno de su incestuoso padre y la última, arrancar de una muerte encantada a una princesa y todo su palacio en las cercanías de este bosque.

- La princesa Sybila, sí, supe la noticia de su desencantamiento.

- Desencantar parece ser la palabra que me persigue, eso he estado haciendo…el problema es que el que ha terminado por desencantarse soy yo, dijo a la bruja con una mirada infinitamente triste.

- Siento no poder ayudarte, en otros tiempos habría podido. Yo era una de las hechiceras más poderosas por estos pagos. Estoy en retirada …desde la muerte de mi hijo.

- Si quieres puedes contarme mujer, le contestó conmovido el caballero.

- Luchas de poder, sabes que para ser brujo debes poder hacer el bien y hacer el mal. Me trencé en una competencia sin sentido de sortilegios y hechicerías con otra bruja. En medio de todo eso murió mi hijo de cuatro años, nunca supe si producto de su odio o solo de la casualidad, lo que si estaba claro es que yo en lugar de criarlo y disfrutarlo estaba apasionada por la magia y su poder.

- ¿A qué te dedicas desde entonces?

- Esta casa que ves es mía, tengo una pequeña huerta, el bosque es grande y da leña. Tengo gallinas y patos. Solo vivo de pequeños trabajos, veo las cartas y recomiendo algunas hierbas para las enfermedades.

El atardecer rojizo se hizo presente, corría un viento frío y el caballero colaboró buscando leña, partiendo los trozos grandes y acomodándolos en la cocina. Cuando se sirvieron un te caliente a Matilde le pareció oportuno ofrecer en la sala alojamiento a Rodolfo, quién agradecido aceptó.

Cómodamente sentado el caballero profundizó sus reflexiones:

- Si dejo los dragones y las doncellas no se realmente a que dedicarme. Todo me parece tan nimio.

- Cómo una hierba, una hoja de árbol. Un brujo amigo, del que me sentía locamente enamorada cuando venía a verme me traía puñados de hojitas de boldo, yo no entendía, porque yo podía sacar cuando quisiera en medio de este bosque lleno de ellos. Investigué que el boldo, además de hacer bien al estómago, inhibía las pasiones. Creo que me quería decir que yo lo asustaba.

- O que no quería relacionarse pasionalmente contigo.

- Es probable, es lo mismo o casi lo mismo. Pero volvamos a lo tuyo...¿qué te gusta hacer?

- Mirar el amanecer después de haber concluido una aventura…sentir que todo está por venir…

- ¿Como un marinero que zarpa en su barco?

- Quizás, nunca he navegado.

- “Amo el amor de los marineros que besan y se van” citó Matilde.

Una parte del caballero pensó que ella lo estaba seduciendo al poner el tema del amor y todo eso, se quedó pensando y por alguna razón se acordó que su armadura había quedado en el patio, sin resguardo. Fue a buscarla y la acomodó en la entrada de la cabaña. En el patio un suave olor a boldo enrarecía el aire. Aprovechó de buscar un poco de pasto para alimentar a Fiel y se entretuvo hablando con él. Cuando volvió a la casa pudo ver dos frazadas en el asiento de la sala y por la puerta entreabierta notar que Matilde ya se había acostado y estaba dormida. Un suave olor a rosas y a menta salía de su habitación.

No pude evitarlo, mi curiosidad fue más fuerte, me asomé por la puerta, Matilde estaba profundamente dormida y relajada, al ver sus ojos cerrados pude ver la espesura de sus pestañas y la belleza de la línea de su nariz y de su boca , sus cejas hacían dos perfectos arcos y el pelo de suaves rizos castaños le enmarcaba el rostro, su cama era un jergón mullido blanco con una manta de lana. El olor a rosas y a ylan- ylan - sabría después -era cada vez más penetrante. Turbado e incómodo me di media vuelta para irme del cuarto cuando me sorprendió un:

- Si quieres puedes quedarte.

Escuchar eso y hundir mi mano bajo la colcha fue un solo gesto. Me encontré con unos labios suaves y tibios, unos pechos generosos y un vientre envalentonado que oponía resistencia, el aroma a flores me tenía disoluto…disuelto en el momento presente sin preocupaciones, creo que por primera vez me perdí en una mujer, de esa manera. Hubo momentos antes cuando sentí algo parecido, cuando en medio de la refriega hundía mi espada una y otra vez en el Dragón de Sybila. Matilde, quién era Matilde? Su boca atrapó la mía un largo rato. Me disolví también en aquella saliva mía y de ella como un nadador en el mar. Creo que caímos dormidos. El sonido de los pájaros, queltehues creo y el olor de la menta me trajo a la realidad de las primeras horas de la mañana.

…. Durmiendo, que hechicera podría estar durmiendo cuando un hermoso y joven caballero está fuera alimentando a su caballo y cuidando su armadura, descuidando sus alforjas repletas de oro? Comencé por agarrar su cofre y dejarlo a buen resguardo y luego esparcir por mi habitación gotitas de esencia de rosas y de ylang-ylang por partes iguales y dejar caer hojitas de menta para despistar. La timidez al entrar en mi cuarto me produjo una risa nerviosa que tuve que disimular. Me conmovió profundamente que pareciera nos estar acostumbrado a estas excursiones. En el momento preciso en que su alma se resistía a mi hechizo, pronuncié el conjuro:

- Sí quieres, puedes quedarte.

Cuando finalmente me besó, bendije una y otra vez mis malas artes y los elementos de la naturaleza que influenciaban a los seres humanos. A ratos sentí que su pasión me desbordaba y no sabía si quería matarme o hacerme el amor, por eso busqué su boca para que se acordara que éramos él y yo.

Texto agregado el 24-06-2007, y leído por 451 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-09-2007 Cada dia algo se aprende, no sabía que el boldo aquietaba pasiones, al ylang ylang no lo conozco por ese nombre. El cuento se lee bien y la brijita tenía pleno derecho a hechizar al cabalero ya que en el amor todo vale***** curiche
 
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