Corría el año 2014. Un sorprendente fenómeno azotó a la Ciudad de Buenos Aires.
En el mes de Diciembre sus ocho millones de habitantes, repentinamente, tomaron la decisión de ponerle fin a la triste situación que afectaba desde hacía muchísimos años al pueblo argentino. Estas personas no toleraron más aquello que había llevado a todo el país a su punto más alto de desesperanza colectiva.
Hartos de la crisis económica y social que llevó, por un lado, a la gente a expresarse al compás de los cacerolazos aún en sus asuntos más personales y, por el otro, a la paradoja de un país con recursos y alimentos para todos, pero también con desocupación y hambre. Cansados de la política que sucesivamente convertía las promesas en mentiras, y las posibles soluciones en callejones sin salida, los porteños se pusieron de acuerdo por primera vez en la historia casi unánimemente e hicieron lo único que creyeron podían hacer. Se fueron.
Era tal el grado de enajenación que un solo día bastó para que no quedara nadie. ¿Nadie?. No, en La Boca se quedaron todos. Con una convicción nunca antes vista, todos los vecinos de ese barrio se unieron con un único propósito: RESISTIR ( acción que se conoce también como aguantar, soportar ).
Así fue como la Gran Ciudad, la Reina del Plata, quedó despoblada, vacía de risas y de llantos.
Pasaron los días, las semanas, y el olor empezó a anunciar lo inevitable. LAS MOSCAS. Muchas, de todos colores y tamaños, desde todos lugares del mundo. Se congregaron atraídas por el inmenso banquete. Toneladas de basura jamás recogida. Moscas en las casas, moscas en las oficinas, en plazas y veredas. Moscas en los restaurantes, moscas en los cines, en las escuelas, en las canchas de fútbol. Moscas por todos lados, moscas, moscas y más moscas. Hasta en La Biela había moscas.
Se las escuchaba todo el tiempo: bzz, bzz, bzz, bzz. Desde la mañana hasta la noche. Hasta las radios y los canales de televisión que habían quedado en funcionamiento transmitían: bzz, bzz, bzz, bzz.
La vida se había vuelto realmente amenazante para los “resistentes” de La Boca. Aunque ellos levantaran sus desechos diariamente, el peligro los acechaba y algunas moscas hasta habían logrado penetrar desde la Avenida Almirante Brown y por detrás, desde el mismísimo Riachuelo, en gran parte de su territorio.
Y ésta vez fue el pueblo de la “República de La Boca”, con Quinquela Martín resucitado a la cabeza, quien tomó el trascendente propósito: GANARLE LA GUERRA A LAS MOSCAS.
Una gran bandera, a modo de estandarte, recorría todo el perímetro del Estadio La Bombonera. Se veía desde tan lejos que hasta las moscas de África lo podían leer: ¡¡¡¡EN BOCA CERRADA NO ENTRAN MOSCAS!!!.
Comenzaron las deliberaciones para construir el Gran Muro. Para ello se llevaron a cabo asambleas populares en todas las esquinas. El resultado fue que durante algún tiempo ninguna idea concreta apareció. Sin embargo las reuniones continuaron hasta que, por fin, Doña Clementina, mujer de ochenta y dos años que vendía cuadros en Caminito, fue quien se acordó de quien sería el héroe de esta historia.
Pepe Fusinato, el carnicero ( alías, “El Killer” ).
Hacía treinta y tres años que Pepe colgaba al lado de los chorizos y las morcillas, bolsitas con agua adentro. ¡ Cuántas veces El Killer habrá tenido que explicar para qué eran esas bolsitas!. Eso sí, ni una mosca, en treinta tres años, se atrevió a entrar alguna vez a esa carnicería.
Inmediatamente lo convocaron y se inició la resistencia final. Se dividieron en grupos. Estaban los recolectores de bolsitas de plástico, los que las llenaban de agua, los que las ataban, y los que finalmente las colgaban del infinito hilo que circundaba el barrio.
Y así fue.
Ahora estoy yo en La Boca, tomando un capuchino en el bar La Perla. Desde donde estoy sentada, a lo lejos, veo nubes negras. Calculo que más allá de parque Lezama. Puede estar por llover, o pueden ser moscas. Pero la verdad es que no me importa.
- FIN-
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