LLegó pasajera. Su viaje era corto y terminaba aquí. Aquí o a unos tres metros, pero siempre en este encierro.

Antes de marcharse, se cambió de cuerpo. Sus alas cayeron al lado de mis ojos. Mis pestañas parpadearon rápido y no imprimí fotos de recuerdo.
La luz teñía las imágenes de su cuerpo. Y ella, hipnotizada por esa onda ultravioleta, enloqueció y voló frenética hacia el centro de esa habitación. Las cuatro paredes escucharon sus gritos de placer/dolor.

Las ideas en mi mente parpadeaban rápidas, histéricas. Sentí que arrancarían por la boca y se transformarían en palabras vulgares. Callé, apreté mis labios y respiré mar adentro. Un segundo más y las canciones volaban en mi mente.
Una onda ultravioleta me cegó por completo y sentí mi cuerpo llegando al orgasmo. Embriagada de recuerdos, placer, canciones. Melodías sin fin sonando en mi sangre, explotando en la yema de mis dedos, en mi boca.
Quise quitarme la piel.
Cuando abrí los ojos, el contraste de los colores era débil. Había una luz predominante que me cegaba y me dejaba sin respirar. Me impregnaba de sensaciones. Mi cuerpo-ligero se elevaba sin dificultad alguna.
Y llegué al centro de mi mente, con los ojos abiertos. Con banda de música y sin alas. Las alas estaban abajo. Y yo eléctrica en la luz.