Era uno de esos días en que casi no pasa nada. El teléfono sonaba incesante, pero en esa oportunidad parecía un sonido con voz propia. ¡Cada repique hablaba con particular osadía!.
-¡Aló!,..¡Hola Ana Rosa!,..¿Cómo estas? ¡Que casualidad! En este mismo momento estaba pensando en ti lamiéndome un pedacito de tu dulce boca. A esta hora quiero que sepas que hay alguien pensando en cosas buenas y dulces,...¡Pecando en la misma incandescencia del mismo lado de tu amor!-
-Reconozco que me halagas, pero... ¡No lo entiendo! ¡Esto es imposible de creer! Suena muy audaz y pícaro,...¡Es como una novela sin autor que se escribió sola!. Solo llamaba para sentirte una vez más y para decirte que no he podido dormir siquiera pensando en lo nuestro-la chica coqueteaba con el sabor de la mentira. Ana Rosa se encendía en llamas y ardores, excitación y lujuria, en pasión y en muchos temores.
-Pues, si. Quizás tengas razón en no creerme, pero,...¿No es increíble advertir en ti el amor único que diluye gota a gota tu existencia,... ¿ Lo recuerdas?-esa oración estremeció aún más el corazón de la bella mujer, que ansiosa por el deseo y la pretensión de amar, enjugaba sus lágrimas en un pañuelo arrugado y frío.
-Nuestro tormento algún día llegará al cauce que nos tiene reservado el destino y cuando suceda el encuentro, nos separaremos agotados, pero felices de amarnos-Andrés Eduardo ardía de pasión.
-¡Gracias por este hermoso regalo que me prodigas en tu original estilo!-Ana Rosa moría lentamente detrás del teléfono.
El hombre sentía que tenía la partida ganada y con donaire y apostura se erguía cual torero cuando ve al animal en el suelo jadeando por un halo de vida.
-¡No me cansaré de repetirte que te amo y te deseo como antes a nadie. Eres especial para mi. Como una de esas diosas que con su presencia, empachan y hechizan sin recato e inclementemente al hombre elegido, para honrar el deseo y el exceso en un pastel de dulzura y amor! Allí es donde el sacrificio y el sufrimiento se toman de las manos para danzar el baile misterioso en el desenfreno sórdido de un amor prohibido y también cuando las manos tiemblan sudorosas por el poder y el sortilegio de amar sin limites.
Es una ansiedad y sed de lujuria que profanan lo aprendido, pero con una ternura que impresiona y excita a soñar en la alcoba de nuestras vidas, que no hay nadie más,...¡Solo nosotros amándonos!-
-¡Aló,....Aló,...¿Ana Rosa, estás allí?,...¡Aloooo!-Andrés Eduardo se estremeció y con todo el horror del mundo, escuchó través del auricular, la sirena de una ambulancia que se hacía más audible en la misma medida que su corazón tanto más se aceleraba.
-¡Aló,....¡Aló......,¡Aló.................
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