REINA (Capítulo V)
De esta tierra le atrajeron sus leyendas, sus prados verdes, los bosques...una isla perdida en el recuerdo de de celtas y druidas, sin embargo halló un triste reflejo de de la Inglaterra de loa años veinte, una mala copia del imperio al que tanto odiaban y bajo el que habían perdido su propia identidad, su propia cultura y hasta su propia lengua. Éste era ahora un país en pañales creciendo a un ritmo demasiado rápido para unas mentes que habían padecido la pobreza y la opresión durante siglos.
De sus ancestrales tradiciones conservaban la fiesta de San Patricio, las tabernas, la pasión por la cerveza y la prohibición de vender alcohol el primer viernes de Semana Santa. Sin embargo, no era contradictoria, como muchos pensaban, la prohibición de de vender alcohol en la vía pública. Mantenía una perfecta coherencia con sus formas de pensar. Todo lo visible debía mantenerse limpio y ordenado, estéticamente perfecto.
La recogida de basura se realizaba una vez por semana. Mientras tanto, había que almacenarla dentro de los hogares y, al depositarlas en la calle, habría de hacerse en bolsas negras, no rojas ni blancas, negras.
A Novio lo vistieron con un traje negro, camisa blanca y corbata. Le cortaron el pelo, le rasuraron la barba y peinaron el bigote. Lo perfumaron con colonia, disimularon las llagas de los labios con maquillaje y lo trasladaron a la capilla de la Residencia, dentro de un bonito ataúd de madera labrada, con un crucifijo de plata en la parte superior y seis asas también de plata. Allí estuvo durante treinta y seis horas rodeado de cirios y coronas de flores con leyendas.
Agnes también estaba allí, de pie, mirando fijamente el ataúd labrado y esperando a que Novio despertase para pedirle que la dejara acompañarle en su viaje. La culpa era suya, ella lo sabía, por eso lloraba. Un mes antes, su forma luminosa vino a contarle cómo era la muerte, pero ella, pensando que se trataba de una alucinación, no le hizo caso. Sólo pudo comprender lo que ocurría cuando nadie le prestó atención, cuando todos dejaron de verla y oírla, cuando empaquetaron sus cosas y su habitación fue ocupada por otro paciente. Entonces fue demasiado tarde. Su forma luminosa, cansada de esperar, se había marchado.
|