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Esa noche habíamos ido por unas cervezas a un bar y habíamos caminado de la mano por el parque hasta un motel de la calle A. En la habitación nos sentamos a beber un pisco sour y a mirar la televisión conversando o riéndonos de algo que no me acuerdo. Luego me lancé sobre él como una piraña y follamos un rato. Después argumentó que estaba cansado por el trabajo y empezó a quedarse dormido. Yo debí haberle exigido más sexo o haberlo obligado como lo hacen la mayoría de los hombres cuando quedan con ganas, pero no lo hice porque ese lado estúpido de misericordia me abordó y lo dejé dormirse mientras yo buscaba algo en la televisión para ver, sin sueño, sin ganas de dormir con él. Me tomé algunos pisco sour más que dejaban en la ventanilla de la puerta cada vez que lo pedía a la recepción y me emborraché un poco quizás, me puse a hacer morisquetas en el espejo, a mirarlo dormir, a cambiar los canales, a escuchar música. Pero estaba aburrida, esa era la verdad, quería despertarlo y que folláramos otra vez –a eso se va a los moteles ¿o no?- entonces quizás fue el alcohol o quizás sólo yo con ganas de quemar el tiempo lo que me impulsó a meter la mano en su bolso y sacar su billetera, impulsada más bien por el ocio y registré los compartimientos, las boletas que guardaba, los recibos, las fotos, los documentos, las fotos. Las fotos que guardaba. Ahí estaba la foto de una mujer abrazada a él y yo la quedé mirando atónita, podría ser su hermana o podría ser una ex novia o cualquier persona, pensé. La miré durante mucho tiempo hasta que se acabó la programación en la tele y se me acabó el pisco sour y seguí mirándola sin poder dejar de hacerlo, entonces la escondí, y devolví la billetera a su lugar y me colé entre las sábanas, me acosté a su lado mirándolo un rato y luego le acaricié la cara hasta que se despertó y le dije que quería follar una vez más y él aún somnoliento me dijo que esperara hasta la mañana y entonces insistí y me subí encima de él pero no reaccionaba y yo me empecé a enojar de verdad. Una cosa es que yo pueda aguantar que tenga una foto de una mujer en su billetera y otra muy distinta es que no quiera follarme después de todo lo que me había aburrido esperando que él durmiera tranquilo y exploté. Le grité que tenía la foto de una mujer en su billetera y le grité que me dijera quien era, por qué la tenía, él se despertó del todo, se sentó en la cama y me empezó a explicar cosas que no puedo recordar porque estaba borracha o porque no me parecían creíbles, y luego le dije que no quería saber nada de él y que se fuera a la misma mierda y él me dijo que lo haría y se dio vuelta e hizo como que volvía a dormir, yo le di la espalda y me puse a llorar. Nadie dijo nada más. La habitación estaba llena de espejos, yo veía mi llanto y sus ojos detrás de mí mirando el techo recostado al otro lado de la cama. El silencio era inquebrantable, desde donde yo estaba podía verlo como alejándose de a poco, como si la cama fuera creciendo y su respiración se hiciera cada vez más distantes. Me di vuelta y lo miré, me acerqué, lo besé. Él me besó y luego me tomó con violencia y me empujó, alejándome de su lado y yo pensé que quería golpearme. Él me atrapó con su cuerpo y me folló como si tuviera fuerzas inhumanas sacadas quizás de la rabia o quizás de las horas de sueño que había tenido y me tomaba como quien toma un pedazo de género para limpiar y me sacudía sobre la cama y me amoldaba a su antojo y yo me volví frágil y dúctil y lo dejé hacer y grité, quizás grité su nombre o grité que me dejara o me golpeara, pero él parecía de hierro y no me escuchaba o no quería hacerlo y me mordía el cuerpo y yo el suyo y nos caímos de la cama sobre las copas de pisco sour que se quedaron sonando un rato en mis oídos como llenándolos, como si ese segundo se extendiera por sobre todos los segundos siguientes y se quebraran infinitamente debajo de mi carne o de la suya o tal vez de la de ambos, hasta que se acabó la noche o el aliento de nuestras bocas gastadas y heridas. No sé si la noche acabó antes que nosotros o si simplemente vimos el amanecer desde una cortina invisible. No sé cuántas veces follamos ni cuántas veces tuve orgasmos o cuántas veces caímos en la cama como si el aire pesara toneladas y no pudiéramos retenerlo. Me quedé en la cama, entre los pliegues de la cama, como un pliegue más en el embrollo de sábanas y cuerpos, mirando la cortina y la luz que comenzaban a colarse a través de ella. Creo que me quedé dormida, o me quedé pensando un rato en él y en su piel oscura, esa piel que parecía recortarse contra las sábanas y contra mis muslos. No lo miré, no supe si se durmió, si miraba la ventana igual que yo, si pensaba en mí igual que yo. Le dije que lo quería por última vez y él no me dijo nada. Días después supe que estaba casado, que la mujer de la foto no era ni su hermana ni su ex novia y supe también que esa había sido su forma de despedirse, al igual que la mía. Y no volví a verlo nunca más.

Texto agregado el 24-06-2007, y leído por 113 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
25-09-2008 Bueno. Al menos fue una despedida sin dolor ni arrepentimiento. Me agradó leerte. 5* ZEPOL
 
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