RAZE LA DUEÑA DE LA CANDELA
Es caprichosa, traviesa y solitaria.
Allá la vemos con sus alitas color del fuego purificado por la luz. Un polvillo de chispas la envuelve como en una alucinación fantástica.
Raze es enemiga de la lluvia, de los lagos y los ríos; como si sus ojitos no parecieran un par de gotitas de aguas, tan azules y brillantes poder es ilimitado en los dominios del fuego. Nació en una noche de tormenta y su cuerpecito tallado por el estampido de un rayo.”
Así comienza esta historia. La fresca brisa de la madrugada penetra por la ventana de la habitación. El breve airecillo me trae los peculiares aromas del rosal y el fuerte perfume del jazmín en flor. Tomo una taza de café para ahuyentar el sueño que ya se me encima con su caballería de hermosos estandartes.
EL PODER DE RAZE
Cierta noche clara y hermosa, como son todas las noches de esta Isla, estaban Tintorín sentado sobre un cundeamor, dándole algunos colores a ciertas campanillas silvestres cuando sintió un raro olorcillo a quemado. Puso en tensión sus sentidos y miles de burbujas se agitaron a su alrededor en el momento que ocupó la rama más alta del la Ceiba Vieja de los Galgirus. Utilizándola como atalaya divisó en lo espeso del monte, en dirección a la salida del sol, una densa columna de humo gris-oscuro que reptaba hacia lo alto en el silencio y brillo de los astros como una serpiente juguetona.
Ante aquello impredecible, Tintorín apretó contra sí a su querido pincel y se lanzó decidido hacia el lugar del desastre, dejando detrás un hermoso remolino de colores.
La breve brisa tornose en aire ardiente, casi irrespirable. Pudo ver una llama verdi-amarilla caer entre los zarcillos, bejucos y briznas de hierbas y, aunque el momento era de actuar, el duende se preguntó, lleno de preocupación, por qué la pequeña Raze había liberado su poder en una noche tan hermosa como aquella.
Tintorín lanzó su pincel maravilloso hacia el fuego y a las palabras:
¡APAGATE FUEGO!
comenzó a brotar del pincel, a manera de surtidor, una espléndida agua coralina que bajó como un abanico abierto sobre las llamas destructoras. Un humillo tenue y blancuzco comenzó a alzarse y extenderse entre tilos, yerba buena, zarzas y romerillos, hasta convertirse en una temerosa neblina que ascendería después hasta perderse entre las fuertes ramas de un almácigo. Al poco rato quedó todo, nuevamente, en la paz de los colores de Tintorín. Raze echaba chispas por sus ojos, dando vueltas alrededor de una mata de ají picante y masticando uno de sus ardientes frutos.
Cuando nuestro amigo llegó hasta ella, un hermoso arcoiris la envolvió, a fin de calmar la irritación de la Dueña del Fuego.
LA PACIENCIA DE TINTORIN
-Raze, ¡ay Raze! ¿por qué has liberado el fuego del centro de la Raope? ¿Qué ha sucedido Raze? Te has vuelto loca?- preguntó Tintorín con su pincel preparado para responder a lo peor.
Raze, con sus alitas chispeantes extendidas y su cabellera incolora suelta al viento, contestó, no sin antes darle otra mordida al ají.
-Vengo de la floresta de Nelguz, el duende del Tiempo, tiene el cristal que refleja la vida, me asomé y vi mis cabellos.
Tintorín observaba a la pequeña desde el pétalo blanco de una vicaria
-No creía lo que estaba viendo- continuó Raze –mis cabellos sin color- le dio una mordida al fruto picante y agregó .
-¡No me gusta el color de mis cabellos!, ¡No me gusta! ¡No me gusta! ¡Estoy furiosa!.
Ascuas blanquecinas y azules escapaban de los ojos de la duendecillo. Tintorín, con calma, miró hacia un cerezo cargado de sus frutas y con un chasquido de sus dedos, varias, como por encanto, cayeron a sus pies. Extendió una de las frutas maduras y pulposas a Raze, pero ésta no la quiso y con rabia, le dio otra mordida al ají picante.
Al lugar llegaron Umy, la dulce duendecilla de las Nanas, Rocme, la duenda del Crepúsculo, Lifón, el duende inquieto y retozón, en el momento en que Raze gritaba fuera de sí.
¡NO ME GUSTA EL COLOR DE MIS CABELLOS!
-¡No me gusta! No me gusta!.
Su voz era como el crepitar de la llama viva
-Cálmate, Raze, ¡cálmate! –le animó dulcemente Tintorín y con su pincel en la mano derecha le preguntó
LOS DESEOS DE LA MALCRIADA RAZE
-A ver, de qué color quieres que sean tus cabellos.
-Quiero que mis cabellos sean del color morado, como ciertas frutillas que he visto en racimos, en la floresta de Nelguz.
Al oír esto:
A Rocme se le paralizaron las alitas.
A Umy se le fue una horrible nota musical.
A Lifón se le oyó decir, “!qué horri… ble tan color esta quie… re, Raze.
Y el Duende del Tiempo que venía montado sobre su trompo azul, perdió el equilibrio y dio contra la fina hierba.
-Bueno- dijo pacientemente Tintorín, morado será.
Y recogiendo el pincel, lo pasó en círculos por encima de la cabellera de la Duenda diciendo.
¡QUE SEA MORADO EL CABELLO DE RAZE!
(Las niñas, en tanto, se habían quedado dormidas en un sillón y están ahora en sus cómodas camitas. Estoy solo y con deseos de dormir, pero no quiero, deseo antes, adentrarme en la trama de esta aventurilla, en la cual Tintorín pone a pruebas su paciencia y poder, para cumplir los caprichos de la Intranquila Raze.)
De inmediato, un fino polvillo de tonalidades fuertes, envolvió la cabellera de Raze en un violento color morado.
Ella, admirada ante el cambio de color de su pelo, voló rauda hacia un pequeño charco de aguas tranquilas.
Cuando regresó, venía cabizbaja, no muy feliz y abochornada. Realmente el color morado no era el más adecuadoa los cabellos de una Duenda de su condición.
LA LECCION DE TINTORIN
-¡Eso te sucede por malcriada y caprichosa!- la regaño Tintorín, añadiendo –tienes algunas malas costumbres y tu carácter ha sido muy grosero.
-Perdona Tintorín, dime, ¿qué color aconsejas para mis cabellos?
Tintorín le hechó un vistazo a su pincel, pensativo, luego miró hacia los bejucos enroscados en las ramas del almácigo y después a las pequeñas ramas negras, chamuscadas por el fuego provocado por Raze, y dijo así.
-Debías quedarte así y llevarte ante Ra-Nazur para que expliques lo que has hecho por caprichosa- ante las palabras del duende de los Colores, todos prestaban atención.
-Recuerda pequeña hermana que en el mundo de los dendes no debe existir el rencor ni la ira y mucho menos la represalia, son actitudes negativas entre los Hombre y Mujeres que pueblan la zona de la luz de este planeta. Nuestro poder no debe ser utilizado para hacer mal a cosa alguna, menos a la flora que nos protege y da vida. Esas son malas virtudes que han ocasionado no poco daño a la Humanidad.
,RAZE APRENDE LA LECCION
El bosque estaba en silencio. El aire se vio pleno de los colores que irradiaba Tintorín. Las aves detuvieron su vuelo nocturno y toda la vida forestal puso en tensión su fuerza para escuchar las sabias palabras del Duende, quien, alzando el pincel agregó.
-Le daré a tus cabellos el color que mejor se ajusta a tus poderes, será sin dudas tan hermoso que te sentirás complacida y aplacarás tu mal carácter.
De las manos del dueño de los colores saltó el pincel y comenzó a dar vueltas y vueltas alrededor de la cabecita de Raze hasta convertirse en un remolino y descender sobre la larga cabellera de la pequeña duenda una hermosa niebla rojiza.
Lifón dio un salto atrás, sorprendido. Lo que dijo, no pudo ser recogido en los anales duenderiles porque nadie entendió su jerigonza.
El duende del Tiempo quedó como alelado sobre su trompo azul. La niebla fue disipada por una breve brisa. Los frutos verdes maduraron antes de tiempo.
¡VENGA EL COLOR DEL FUEGO!
gritó Tintorín y Raze reapareció ante todos con una cabellera de tonalidades rojizas, parecida a algunos marañones maduros y quedó admirada. Cuando sus pa… (aquí siguen algunas palabras ilegibles dado a lo mal protegida que estuvo la página que estamos leyendo a la inclemencia del tiempo por tantos y tantos años)
Tintorín se marchaba ya, las primeras luces del día se estrenaban por sobre los cercanos palmares. A
l mirar hacia atrás, pudo ver cómo raze recogía una de las cerezas y le daba la más grande de las mordidas.
Luego, todo el lugar fue cubierto por el polvo del olvido que esparcieron los duendes al marcharse.
Nunca más Raze desató los poderes de la candela. Se la veía con su hermosa cabellera, como una llamarada fascinante.
Y así fue por siempre, según cuenta esta historia.
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