Cuevas y montes
Pasaron un par de horas desde que Alduris partiera solo desde el puesto dejando la promesa de volver ahí con el joven Garndred, si lograba volver, en todo caso. El viento había girado en su corta estancia en el puesto de guardia y ahora soplaba con fuerza desde el este, trayendo consigo unas nubes oscuras que tapaban el titilar de las estrellas; a falta de una antorcha o una lámpara, era muy poca la luz que el elfo pudiera recibir.
Corto había pasado el tiempo cuando pudo vislumbrar al fin las siluetas de las primeras colinas solitarias, comenzaban a unos diez kilómetros al este del puesto de guardia y en ellas se observaban varias aberturas y cuevas de poco tamaño, la única que parecía del adecuado para que un Enurco entrase estaba oculta, o semioculta, ente unas ramas de espino acomodadas torpemente.
En el momento que Alduris se dirigía a ellas sintió unos pasos pesados tras él, que en vano intentaban disimularse. Alarmado, desenvainó su espada, que a pesar de la poca luz, centelló y brilló en sus manos. De pronto sintió un gran movimiento a sus espaldas, giró sobre sí mismo y con una prodigiosa destreza logró esquivar una gran piedra que iba dirigida a su pecho. Por unos instantes se quedó quieto sin poder distinguir más que una gran figura negra frente a él que se confundía en su silueta con la lobreguez del lugar. Entonces, cuan veloz pudo, clavó su espada al suelo y sacó su arco y una flecha de su espalda, que con gran habilidad preparó para disparar.
Miró fijo a la figura negra, algo más oscura que la noche, que comenzó a acercarse al notar los movimientos acelerados del elfo. Este apuntó alto y al centro, un poco al azar. Soltó la cuerda y la flecha silbó por los aires hasta encontrar su blanco en un golpe seco. Se escuchó un fuerte grito y un quejido ronco, Alduris no supo si había sido un disparo certero, por lo que volvió a cargar su arco inmediatamente, tan rápido como sus manos (y sus nervios) le permitieron.
Nada volvió a pasar por unos minutos, y cuidadoso, nunca dejó de apuntar, esperando un ataque próximo desde la negrura de la noche. Unos huecos las nubes, que pasaban lentas y pesadas, libraron el cielo por un par de minutos y permitieron que la luz, por poca que fuera, llegara hasta el lugar. Alduris vio una gran figura que yacía en el suelo y se acercó cauteloso para mirarla de cerca. Sorprendido notó que era un Enurco de poco tamaño, pero que ya estaba muerto, la flecha había penetrado su ojo derecho y llegado hasta el cerebro matando a la infortunada bestia en el instante. El joven elfo le sacó el mortal proyectil tratando de no forzarlo para no perder la punta ni romperlo, al hacerlo lo guardó en su carcaj, le temblaban las manos. Luego tomó su espada del suelo y se quedó mirando a la bestia muerta por unos segundos: a pesar de ser joven, debía medir unos dos metros de alto, era ancha y robusta, de piel lisa y grasosa, color oscuro, entre el azul y el gris. En su llamativa cabeza, más bien pequeña, algo cónica y sin pelo, resaltaban sus ojos, que eran como globos ciegos, de un blanco enfermizo. La nariz estaba constituida de un par de agujeros pequeños cerca del entrecejo; su boca, baja, ancha y de labios delgados, estaba llena de pequeños dientes amarillentos, de aspecto enfermizo. Los Enurcos eran criaturas con una limitada capacidad de razonamiento: solo vestían algunas prendas de cuero, vivían en cuevas y usaban garrotes y piedras; en general se movían de noche, hallando ante la luz un terrible impedimento para sus sensibles ojos.
Tras un profundo suspiro, el elfo recorrió el trecho que lo separaba de las cuevas. Una vez en la entrada, se abrió paso a través de las plantas secas, avanzando entre las rocas húmedas y siguiendo el sendero que marcaba el pasillo. Mientras más avanzaba, más fuerte era el olor a podredumbre y humedad insana que emanaba desde lo profundo del túnel.
Pasaron varios minutos hasta que llegó al final. El pasillo conducía a una gran habitación poco iluminada por unas pobres antorchas y una hoguera en el centro. El suelo estaba regado de huesos humanos y de animales, y de otros desperdicios que eran más difíciles de identificar.
Frente a él había una pequeña arcada que, adentrándose unos metros más en un pasillo ancho, se bifurcaba en dos caminos. Sabiendo que en ese tipo de cuevas existe siempre la posibilidad de hallar caídas y pozos abruptos, fue especialmente cuidadoso en el momento de elegir un camino. Pensó unos segundos y tomó un leño de la hoguera, decidiéndose por el túnel de la izquierda, que parecía menos estropeado y más ancho, y propicio para que las bestias de gran tamaño lo recorrieran. Se movió tanteando las paredes y usando su espada también para marcar sus pasos, pues la trémula luz de pobre antorcha a duras penas llegaba a iluminar sus tobillos.
Luego de que avanzara unos quince o veinte metros hacia adelante escuchó un fuerte grito proveniente desde el túnel vecino, no debía ser de Enurco, porque sus gritos eran más bien agudos, sino que tenía cierto tono humano, como un quejido de una garganta irritada.
A toda velocidad, Alduris llegó a la habitación nuevamente, entró al otro túnel, y avanzó tratando de no aminorar el paso, aunque siendo igualmente cuidadoso.
Algunos quejidos volvieron a escucharse, pero esta vez fueron más bien bestiales, así que avanzó procurando no hacer ruido. El pasillo comenzó a iluminarse y alguna señal de movimiento pudo percibirse; siguió por el trecho restante y frente a él apareció una nueva habitación, mas iluminada que la anterior.
Al acercarse a la entrada vio a un enano de barbas rojas y de brillante coraza luchando contra un inmenso Enurco, que tenía algunas quemaduras en el pecho y el rostro. Por unos instantes contempló los repetidos embates de uno y otro: el hacha contra el garrote se medían en un duelo reñido, el individuo pequeño contra la inmensa bestia que gruñía enfurecida blandían sus armas en un enfrentamiento que había cedido la técnica al arrojo.
La hedionda criatura lanzaba golpes violentos contra su oponente ,que no se dejaba vencer, y este, a su vez, se movía a gran velocidad y esquivaba cada movimiento del arma enemiga, una gran hazaña para cualquier criatura, y más aun para alguien cubierto por una coraza metálica de gran grosor.
El combate siguió su curso por varios minutos sin dar señales de decrecer en agresividad o violencia. El iracundo enano lograba golpear la gruesa piel de su enemigo, pero sin causar demasiados daños ya que su hacha estaba mellada y había perdido filo; el garrote, por su parte, se abalanzaba de lado a lado en brazos más vigorosos, pero sin mayor éxito.
Mientras el elfo comenzaba a reaccionar, tratando de escapar al efecto narcótico del olor y de comprender la inusual situación que se desarrollaba frente a él, el inmenso garrote volvió a moverse por los aires y logró a su objetivo. Había alcanzado al enano en el costado, que rodó inconsciente por el suelo, despojado de su arma. La hermosa armadura tenía ahora una gran hendidura en la hombrera derecha y otra menor en la parte alta del brazo.
Alduris, que hasta entonces había pasado desapercibido, decidió darse a conocer, y movido por una extraña sensación, se abalanzó frente al Enurco.
-¡Bestia inmunda!- le gritó a sus espaldas haciendo aspavientos para que dejara en paz al enano.
En ese momento fue cuando la situación tomó un nuevo giro inesperado, el elfo desenvainó su espada reluciente y perdió definitivamente la noción de lo que ocurría, su esencia se transformaba y dejaba de existir apartándolo del mundo sensible. Eran ahora un elfo entusiasmado, que contemplaba a su cuerpo sin moverlo a voluntad y un Enurco de oscuros designios. El acero contra la madera se debatirían su vida o su muerte.
Alduris comenzó a pelear sin realmente formar parte de una realidad. Una brisa fresca recorrió los pasillos de la cueva y trajo consigo un mensaje in entendible, en su último momento de conciencia pensó en Dilnos sexto y se entregó de lleno a la lucha. Perdió la noción de lo que ocurría y su cuerpo se movió solo, siendo llevado por una voluntad ajena a la suya, nada más supo de lo que ocurrió.
***
Una mano robusta palmeó con fuerza la cara de Alduris, arrebatándolo de un profundo sueño.
-¡Haa! Ya era hora de levantarse señor elfo, usted embiste como un toro y duerme como un oso en invierno ¡Vamos! ¡Arriba!-
El elfo se sentó y empezó a recobrar la conciencia, abrió los ojos y vio al enano de barbas rojas frente a él, tratando de reanimarlo.
-al fin abre los ojos. No es común que me preocupe por extraños- explicó bajando el tono, algo avergonzado, aunque aún orgulloso -pero es cierto que le debo mucho como para dejarlo dormido aquí y librarlo a su suerte-
El enano tomó a Alduris por los brazos y lo ayudó a incorporarse, tenía mucha fuerza.
-¡Muy bien! Ahora que ya está de pie, voy a sacarlo de este sitio por un camino bastante seguro- dijo mirando alrededor -vamos de una vez, ya perdimos mucho tiempo mientras dormía... -
Con cierta dificultad, Alduris comenzó a recordar y a pensar en la situación pasada. Estaba a espaldas de un gran Enurco y había comenzado a provocarlo, pero luego... nada más, un enano golpeándole la cara para despertarlo.
-¡Vamos señor Anarassar! ¡Aproveche la ayuda que le doy mientras que se la ofrezca de buena gana!- gritó el enano que empezaba a desesperarse.
Alduris lo miró y lo apartó con la mano.
-¿Por qué aceptaría yo la ayuda de un enano que anda con Enurcos? ¿Qué clase de truco escondes?-
-¡¿Truco?!- aulló el enano -¡Me ofrezco a ayudar y me insultan con desconfianza y desprecio!-
-¿Que razones tengo para confiar?- le preguntó el elfo mirándolo a los ojos -no entiendo qué podías estar haciendo en semejante lugar-
-no soy el único aquí- Alduris le dio la razón de mala gana -pero le doy mi palabra, si eso le basta- dijo muy serio.
-¿Y por qué harías eso?- preguntó el elfo extrañado, no era normal que en esas épocas alguien empeñara su palabra tan a la ligera.
-me guste admitirlo o no… me salvó la vida- hizo una pausa le costaba mucho decir cosas así -ahora estoy en deuda con usted, por lo que mis servicios van a estar a su disposición hasta que la deuda sea saldada. Permaneceré con usted hasta que eso pase... -
-¿Es esa otra de sus extrañas costumbres?-preguntó Alduris algo incómodo por la seriedad del otro.
-no, desgraciadamente esa costumbre permanece latente en pocos. En mi caso podríamos llamarla una... - pensó unos segundos -... ¿Obligación moral?- dijo al cabo, arqueando las cejas.
-no quiero a un extraño conmigo a donde yo vaya- dijo el elfo, contemplando lo extraño que resultaría tal compañía para él en caso de aparecerse en Sarlos ante los otros elfos de su grupo -además no recuerdo haber salvado su vida- agregó -sé que estuve provocando al Enurco, y entonces... todo está en blanco... ¿Qué ocurrió después? Señor... ¿Podría decirme su nombre?-
-soy Losgan, gran guerrero Morokrand de Uskaroll del clan de Lor, hijo de Kamíd el poderoso, y cazador de fortunas- esto último lo dijo en murmullos porque en realidad no había tenido intención de mencionarlo, el elfo lo notó.
-¿Cazador de fortunas?- preguntó -nunca había escuchado de un enano cazador de fortunas, creí que eran más ingeniosos para obtenerlas, o eso se dice-
-puede que otros sí, pero yo no- respondió este, algo esquivo.
Estaba algo avergonzado por decir que era un caza fortunas en su presentación, puesto que esa clase de oficios no era bien visto en ninguna parte.
-creo que se está haciendo de día, hay que dejar las cuevas antes de que regrese el resto de los Enurcos- dijo luego de una pausa -vamos señor elfo, no quisiera ver una pelea como la anterior-
-¿Qué pasó? Cuéntame... ¿Olgan?- el enano no contestó, tampoco miró a Alduris, solo permaneció en silencio, pensativo, parecía perturbado.
-¡Olgan!¡¿Qué fue lo que pasó?!-
-¡Me llamo Losgan!- gritó el enano -todos los elfos son iguales, escuchan lo que les interesa y después lo dejan a uno hablando solo ¡Repite como si le hablara a un elfo!- farfulló enojado, era un dicho muy extendido por el sur.
-discúlpame Losgan, es que estoy en verdad desconcertado, no recuerdo que sucedió y quisiera enterarme. De pronto me encuentro tirado en una cueva lleno de sangre oscura en la ropa- se miró el pecho -hay un enano tratando de despertarme porque dice que le salvé la vida y no sé si ocurrió realmente, no sé si salvé la mía… -
-no voy a contarle aquí dentro, hay que salir, el resto de los Enurcos podría volver de un momento a otro-
-espera... todavía no puedo irme, casi me olvido del único motivo que me trajo aquí ¿Dónde estará Garndred?- terminó preguntándose a sí mismo.
-¿Quién es Garndred?- quiso saber el enano.
-es un joven que fue raptado hace unos días, le prometí a sus padres que iba a llevarlo de vuelta a su casa, si es que aún se encontraba en estas cuevas, y si es que en verdad aquí lo trajeron, pero no tengo idea de dónde pueda estar... tampoco tengo idea de dónde estamos nosotros... ¿Qué habitación es esta?- preguntó mirando alrededor, bastante desorientado.
-en este lugar dejan a los cautivos que van a comer. Tu amigo debe estar en este sitio, si no lo comieron tendríamos que encontrarlo acá-
Estaban en una habitación circular con una especie de puerta de madera podrida que tapaba la entrada, a cada lado había cuatro jaulas, construidas con fragmentos de carretas torpemente unidos, aunque de resultado muy sólido. El elfo y el enano se encontraban dentro de la primera del lado derecho de la puerta, hecha de madera vieja y barrotes de hierro oxidados.
Alduris se puso a mirar con atención a su alrededor y reparó en que se encontraba encerrado, pero la puerta solo estaba arrimada.
-¿Cómo fue que llegué aquí, Losgan?- preguntó desconcertado.
-yo lo traje luego de que se desmayara. Me pareció el lugar más seguro donde quedarse, no miré mucho en las otras jaulas, pero creo que podría haber alguien en ellas, tal vez su amigo esté en alguna... - el enano echó un vistazo alrededor y volvió a mirar al elfo con aspecto desconcertado.
-vamos a buscarlo, me estoy quedando sin tiempo- dijo Alduris.
-¿Tiempo para qué?-preguntó el enano.
-debo llegar a la frontera del sudeste de Naignárid, a la ciudad de Sarlos, antes que el capitán de mi tropa. Si no estoy ahí antes que él, con noticias positivas sobre esta búsqueda, me van a desterrar de Ildon-
-¿Y por qué no les dice que lo encontró sano y nos vamos ahora?- preguntó Losgan -su grupo pudo haber partido hace varias horas, el camino hacia Sarlos no es tan largo y si le sacaron algo de ventaja podría no lograr alcanzarlos a tiempo, podría incluso encontrarlos ya en la frontera- dijo el enano con aparente preocupación -además, lo más probable es que ni siquiera los huesos queden en este lugar-
-Losgan, voy a decirte dos cosas: la primera, mi nombre es Alduris, no me llame señor elfo, ni siquiera señor. Me molesta. Segunda cosa: ¡No voy a dejar a Garndred!... - siguió una corta pausa en que dio un largo suspiro -... no aunque haya muerto- siguió -puedo ser muy joven, incluso para un hombre puedo serlo, pero creo que yo mismo no me permitiría irme sabiendo que no busqué. Podrías llamarlo una “obligación moral”, o como mejor te parezca-
-los elfos son más extraños en estos años inciertos- murmuró Losgan sonriendo satisfecho con su decisión -si es lo que usted así lo desea, entonces voy a ayudarlo a buscar al muchacho-
El elfo lo miró unos segundos y le dijo ya enojado.
-no pedí que lo hicieras, no tengo con qué pagarte el servicio-
-¡Servicio!- gritó Losgan indignado -¡Yo me ofrezco de buena gana!-
Alduris miró al enano sorprendido
-¿Cambio repentino de profesión?- le preguntó burlonamente, no se había despertado de buen humor.
-ya le dije que iba a seguirlo hasta saldar la deuda que tengo hacia usted- le recordó Losgan, exasperado.
-ha, era por eso- recordó el elfo reconociendo su error- perdón Losgan hoy no he tenido un buen día- se disculpó, aunque de mala gana, tras notar que si seguía con la discusión iba a perder mucho más tiempo.
Los dos individuos se contemplaron enojados y hubo miradas hostiles por unos segundos, las cortesías entre ellos no sonaban convincentes. Cuando ambos decidieron abandonar esa imprudente actitud oyeron una voz tosca y poco entendible en la misma habitación en la que se encontraban.
Se observaron unos instantes y permanecieron en silencio, esperando a que el sonido reapareciera, miraron en todas direcciones buscando su origen.
Esperaron unos instantes y volvió a escucharse algo semejante a un llamado. Parecía provenir del interior de una jaula cerrada, en el fondo de la habitación.
Decidieron investigar quién o qué era lo que estaba encerrado tras ellos con la esperanza de que fuese el joven Nagnárdo; Alduris cargó entonces su arco y Losgan buscó su hacha de guerra, tan larga y pesada que debía ser utilizada con ambas manos. Temían que saliera alguna alimaña encerrada por los Enurcos, una práctica bastante común en ellos.
-abre la puerta- susurró el elfo -si sale alguna criatura extraña yo puedo dispararle a la distancia y tu puedes atacar con tu hacha por el flanco-
-muy bien- contestó el enano de mala gana, hubiese preferido arrojarse de frente a cerrarle el paso a lo que saliera -tensa tu arco-
Entonces Alduris se preparó a disparar y Losgan abrió la puerta. No parecía haber nadie. En el suelo había una pila de cenizas y pedazos de ropa y madera a medio quemar, algo aparentaba moverse dentro.
Una mano se asomó entonces unos segundos por entre la mugre. Alduris guardó la flecha y el arco y corrió a averiguar quién estaba dentro, apartó la suciedad a lados y encontró a un joven muy lastimado dentro. En su cara ennegrecida se veían algunas facciones parecidas a las de Barl: la nariz pequeña, los ojos grandes, el cabello castaño y los rasgos delgados; el joven podría ser Garndred, pensó Alduris alimentando aún más sus esperanzas.
Sus manos estaban muy quemadas, aunque no tanto su la cara y el resto del cuerpo. El fuego no parecía haberlo lastimado más que superficialmente, sus ropas (o los jirones que quedaban de ellas) estaban ennegrecidas y deshechas, e incluso los tablones de la puerta de la jaula estaba a medio consumir.
Luego de esperar a que algo ocurriera Losgan se acercó a la jaula y por sobre el hombro de Alduris notó al muchacho malherido.
-¿Puede ser este el joven?- preguntó preocupado por la llegada de la mañana, aún asía su hacha con presteza.
-podría ser- contestó el elfo.
Levantó al joven que estaba casi inconsciente y le preguntó si era Garndred. Esperaron la respuesta por unos segundos, pero en vano.
-¿Es tu nombre Garndred?... ¡Contesta!- el Anarassar se impacientaba con cada segundo que pasaba, tras las discusiones con el enano y con su capitán ya estaba muy malhumorado y ahora estaba comenzando a irritarse.
-¡¿Cómo te llamas?!- volvió a preguntar.
El joven comenzó a mover la boca con gran esfuerzo, solo un débil murmullo de palabras de escaso sentido llegó a Alduris.
-¿Pudiste entender algo, Losgan? No sé qué es lo que dice-
-no escuche nada- contestó el enano.
-¿Es Garndred tu nombre?- preguntó el elfo tratando de calmarse.
El joven intentó hablar nuevamente, pero esta vez lograron entender algo entre sus débiles murmullos.
-...sss... si... - murmuró al fin.
Esos siseos fueron recibidos con gran alivio de ambos, ya lo habían encontrado y podían marcharse de la horrible cueva.
-vayámonos de este lugar- propuso el elfo.
-espera Alduris, podría haber alguien más en las jaulas- advirtió el enano, observando alrededor.
El elfo pensó unos momentos y nuevamente su conciencia lo molestó, si había alguien más no podía dejarlo morir solo, así que accedió a seguir revisando el lugar.
Losgan abrió las seis jaulas que quedaban mientras el otro apuntaba con su arco al interior, cerciorándose de que no hubiese peligro. Cuatro estaban vacías, y de una de ellas salió un lobo flaco que corrió enseguida hacia la salida, evitando al enano y al elfo.
-creo que ya está todo asegurado- dijo Alduris - vayámonos de una vez-
Entonces los tres salieron sin más cuestiones que resolver de la cueva de los montes, obviamente Losgan y Alduris tuvieron que cargar al joven hasta la salida; apenas permanecía vivo y deliraba ante visiones de ígneos gigantes carentes de faz. Ningún Enurco volvió a aparecer en todo el trayecto, pero eso no era lo que preocupaba al elfo, lo preocupaban los que sí había encontrado, uno al que mató y que no supo cómo.
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