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Inicio / Cuenteros Locales / NakaGahedros / La tropa de los Anarassar (cap 1, de la escerción, destino)

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El sol declinaba y la noche estaba próxima a llegar. Largas se extendían las sombras hasta los pies de los caminantes y a la luz del crepúsculo los grandes picos y las cumbres filosas de las estribaciones de la Cordillera de Tembos se veían amenazantes al este. El viento comenzaba a soplar desde el norte trayendo el suave olor de las praderas consigo, que se incrementaba día a día, a medida que avanzaban hacia el sur.

Entre los verdes pastos, con las montañas a su derecha y el río Gessa a su izquierda, avanzaba presurosa por un camino maltrecho una tropa de jóvenes elfos Anarassar, unos cincuenta aproximadamente, de los cuales unos pocos debían contar más de veinticinco primaveras.

Eran gentes de buena altura, todos delgados y ágiles, y para quien no conociera a los Anarassar de físico, resultaría llamativo que todos tenían cabellos plateados, algunos más claros, otros más oscuros, y ojos grises. Llevaban hermosas vestimentas blancas de bordadas de azul oscuro y largas capas del mismo color con adornos dorados, que describían la forma de la estrella de cuatro puntas: Efferin. Esta estrella era el símbolo de su pueblo y estaba presente tanto en los estandartes como en los uniformes de la tropa. Todos iban encapuchados y bien armados, provistos de arcos recurvados de excelente fabricación, aljabas llenas de flechas y espadas relucientes ceñidas en la cintura. Solo llevaban un brazal, en la mano que sostenía el arco, para evitar que la cuerda se enredara con las mangas y por si acaso los golpeara.

Al frente del grupo iba un elfo más alto que los otros, de aspecto soberbio y arrogante; sus cabellos, algo más oscuros que lo normal, se mecían lentos sobre su espalda y estaban atados en una ajustada cola de caballo, que le llegaba hasta la espalda baja. Dirmalden se llamaba, y era el capitán de la reducida tropa, seguido en el mando por el joven Tungold, que venía mas atrás; ellos eran los únicos nobles del grupo.

Arnidhil, que caminaba a su lado, portaba un estandarte añoso, heredado de compañías antiguas y que significaba un gran honor; había sido concedido a Dirmalden en persona por su sangre y méritos. Era gris con bordes azules y adornos dorados, en el centro estaba la misma estrella de cuatro puntas de las capas, detrás había bordadas dos flechas cruzadas de punta roma. Debajo de estos símbolos, estaba escrito en caracteres Arnass:

Naldal er arnestel ela hula alude er edile.

La tropa se dirigía a la ciudad de Sarlos, en Naignárid, un país de Ciudades-Estado al que iban a asistir en un conflicto por unas tierras fronterizas con los Ekermas de Túrenkas, que habían llegado desde la región de Bar-Bárados, de Athares, el continente del norte. Luego de algunos años de paz, tras su primera campaña fallida, se decía que se lanzaban nuevamente a la guerra en pos de conquista.

Esas noticias habían llegado a los Nagnárdos por boca de un viejo que fuese testigo de tales movilizaciones, y tras comprobar su veracidad, cierta alarma cundía ahora en las tierras del noreste de Everad.

Ya habían pasado unos quince desde que los elfos partieran de Ildon, su país de origen y hogar, y habían atravesado las estepas de Hamef, viajando hacia el sudeste hasta cruzar el río Nervo por el puente de Emend, para recorrer luego las faldas de la cordillera. Con cuatro o cinco días más de marcha, manteniendo ese mismo ritmo, estarían en la frontera sur de las tierras de los hombres, en espera de una posible batalla contra las gentes de Túrenkas.

Por esas horas, Tungold conversaba preocupado con Dirmalden a cerca del posible enfrentamiento.
-¿Qué cree que suceda si llegamos a batallar?- preguntó dudoso -Naignárid… me preocupan- dijo con franqueza -los pocos soldados que hay no están bien instruidos, y la milicia no es adecuada para ningún tipo de combate importante ¿Qué va a pasar si los elfos son insuficientes? No somos tantos y sus mercenarios tampoco son de fiar…y los Ekermas, por otro lado-

-Eso no puedo saberlo- lo interrumpió -ni nadie más, seguiremos hasta donde debamos ir, y si luchamos, lo haremos con valor y gracia. Si debemos morir en nombre de nuestro rey, mi cuerpo esta listo y mi espíritu tranquilo-

Esto desconcertó un poco a Arnidhil, era raro en Dirmalden hallar una respuesta así; no era un elfo de palabras suaves, sino que solía hablar con fuertes voces y exhortar a todos a entregarse en plenitud a cada empresa. En él se notaba cierta preocupación, no temía por enfrentarse a un enemigo tan numeroso en una obvia inferioridad, sino que temía que por las faltas de los otros no pudiera lograr la gloria de la victoria. En esas tierras, por la naturaleza de los obstáculos que se les habían impuesto y que deberían superar, no había muchos tan aptos como el sobresaliente capitán, que no solo en autoridad era el más destacado.

La tarde murió al fin mientras atravesaban los límites del norte del país de las colinas. Algunos montes que se erguían tímidamente desde las verdes praderas anunciaban que las mayores elevaciones se acercaban. Los elfos habían logrado avanzar unos kilómetros más mientras la noche se mantuvo clara (pues no tardó en nublarse) y con la ayuda de algunas antorchas y su vista aguda, habían llegado a un pequeño puesto de avanzada de los Nagnárdos, allí eran esperados ese día por los locales.

Se trataba un edificio bastante pequeño para la cantidad que iban a dormir en él. Había dos habitaciones de una ventana cada una, reservadas para los oficiales de mayor rango, tenían unos camastros con colchón de plumas de ganso, roperos pequeños y un escritorio con su correspondiente silla. Había una cocina pequeña provista de un horno a leña e, una gran alacena que ocupaba una de las paredes laterales llena de paquetes, botellas y cajas. La mayor habitación del emplazamiento era un gran salón comunal que se utilizaba para las comidas y debates; había dos amplias mesas con bancos de igual largo sin respaldo, las paredes estaban adornadas con pinturas de paisajes del país, bastante avejentadas, y unos pocos estandartes descoloridos.

Fuera de la gran casa habían más edificaciones que no estaban conectadas entre sí: una barraca llena de camastros con capacidad para unas quince o veinte personas, unida a la armería, vacía por la ausencia de los soldados que se llevaran las armas al combate. A su derecha había un pobre establo descuidado y una tambaleante torreta de guardia que parecía que iba desmoronarse en cualquier momento por falta de mantenimiento.

Más allá de los edificios se hallaba un pequeño estanque llenado por un arroyo escueto que los Nagnárdos llamaban Cinuvo, con el inicio de los deshielos estaba comenzando a ensancharse por esos días y ya formaba un mínimo caudal; lo usaban para lavar los enseres de cocina y la ropa. Más cercano a la estructura, había un aljibe para almacenar agua en las épocas en que el arroyo se secaba, y unos metros más atrás una pequeña huerta bien provista. Según se notaba por las estructuras, los materiales y la forma en que estaban dispuestas, se trataba de una vieja alquería que había sido reformada para cumplir con estos nuevos propósitos.

Debido a la gran escasez de soldados, Deudro, el señor de Aban (la ciudad de la que dependía el puesto) había ordenado a casi todos los del norte presentarse en Sarlos, que resguardaba la frontera del sudeste. Obviamente, las ciudades se habían unido ante la amenaza y cada una había contribuido dentro de lo que sus posibilidades les permitieran. Así era que el puesto de avanzada de Aban había quedado vacío y ahora estaba siendo cuidado por una pequeña familia de campesinos que vivían cerca, en uno de las granjas de los alrededores. Una pareja de ancianos y un muchacho hacían la labor de los soldados ausentes, limpiando y cuidando la casa en espera de los refuerzos extranjeros. Ahora que esos refuerzos finalmente habían llegado, debían servirles y cocinarles hasta que se fueran al día siguiente.

El grupo fue recibido por los ancianos como si fuesen familiares muy queridos, y a pesar de la escasez de espacio, todos pudieron entrar en la sala común y sentarse a comer, iluminados por velas y antorchas. En unos instantes la anciana Nerith cargó las largas mesas de la sala principal de alimentos: llevó varias paneras repletas de pan de trigo, agua fresca en grandes jarras, gran variedad de vegetales de la huerta, algunas aves asadas y pescado seco. Los elfos comieron agradecidos, y aunque no se comparaba con los manjares que acostumbraran disfrutar en Ildon, recibieron con regocijo las bandejas llenas y las devolvieron vacías. Recuperaron esa noche mucho del ánimo que las largas jornadas de marcha con pan duro y agua sin gusto les arrebataran; los únicos que se notaban en verdad incómodos allí eran Tungold y Dirmalden, que acostumbrados a la abundancia y el lujo de la nobleza, no lograban adecuarse a la frugalidad y sencillez del sitio.

***

Cuando todos terminaron de cenar, conversaron acerca de la posible guerra y sus preocupaciones, previendo posibles desenlaces y previniendo futuros males; pasaron así un par de horas, sin que ninguno de ellos acusara deseos de recostarse para descansar.

Hasta entonces, Dirmalden y Tungold habían estado discutiendo algo alejados del resto sobre las órdenes de sus superiores; la batalla que parecía inminente y la prisa por llegar a la frontera del sudeste para organizarse antes de que el enemigo atacara los mantenía preocupados. No exigió mucha meditación la decisión que el capitán de la tropa tomó respecto a su metodología a seguir: al día siguiente, antes de que el sol se asomara, partirían del puesto y apretarían el paso para prestar el servicio de la mayor eficacia posible a la causa del rey Endral.

Secretamente, Dirmalden abrigaba la esperanza de que si se destacaba en su labor allí, al fin se lo condecoraría Belferion, guerrero de elite de Ildon, ya que consideraba que era poco lo que le faltaba para lograr que se le diera tal grandilocuente título.

El capitán Anarassar se levantó, y de pie frente a sus subordinados, pidió silencio y les habló:
-Hace unos instantes Tungold y yo hemos decidido seguir camino hacia la ciudad de Sarlos antes del alba. Nos preocupa que si esperamos demasiado no le brindemos a la causa la atención y dedicación que se nos exige- hubo silencio unos momentos, los ánimos de los que deseaban descansar al menos unas horas más, decayeron, aunque los que deseaban llegar pronto a la lucha, por el contrario, se alegraron -no deseo fallar en esta misión que se nos encomendó, como sé que ninguno de ustedes tampoco. Por eso, vayan ahora todos a descansar y aprovechen bien este tiempo para hacerlo-

El noble esperó de pie delante de la puerta de entrada, viendo cómo se organizaban los suyos hasta que todo estuviese listo para que descansen.

Los elfos dieron gracias a los ancianos por la comida y algunos fueron hacia la barraca, los que no consiguieron un lugar comenzaron a preparar algunos catres para pernoctar en la sala comunal.

Nerith y su esposo Barl retiraban las bandejas, copas y platos de la mesa mientras su hijo Anomen lavaba todos los que ya habían apilados a un lado del pequeño estanque. Cuando todo estuvo limpio nuevamente, las largas mesas se corrieron contra una pared y los elfos se recostaron ansiosos, intentando descansar. Como había dos habitaciones y una estaba ocupada por los Nagnárdos, fue Dirmalden, quien ostentaba orgullosamente el mando, el que tuvo acceso a la otra (Tungold se sintió profundamente indignado cuando supo que debería dormir con los demás, sin gozar de sus privilegios usuales).

En el momento en que el capitán se retiraba a su habitación, se le apareció el anciano Barl con intención de cruzar unas palabras con él, estaba más preocupado de lo que demostrara a lo largo de la cena y se lo notaba algo ansioso. Comenzó a hablar en voz baja, casi en susurros, tratando de evitar que los escucharan los que permanecían en la habitación, aunque desconocía que con la agudeza de los oídos Anarassar podían hacerlo tan claro como si lo dijera para todos.

- ...Señor Dirmalden, quisiera pedirle... necesito su ayuda- manifestó el anciano sin mirarlo a los ojos, no sabía muy bien cómo debía hablarle -se lo voy a pagar como sea, señor, pero por favor, ayúdenos-

El anciano parecía realmente dolido, incluso desesperado por ciertos gestos casi imperceptibles que a pesar de pretender ocultarlos, resultaban bastante visibles para todos. Dirmalden decidió escucharlo.

-¿Qué clase de ayuda desea? ¿Cuál es su problema?- le preguntó en voz alta, sin importarle que Barl deseara mantener cierta privacidad.

-No sabemos qué hacer, señor- respondió con tono angustioso, esbozando una mueca de dolor -Mi hijo menor fue raptado… Por alguna bestia de las colinas, Enurcos, según parece. Hemos seguido sus huellas a una de las cavernas del oeste... ¡Mhm!- el anciano se aclaró la voz tratando de superar la angustia que le provocaba hablar del tema -quisiera saber si podrían ayudarme de alguna manera a encontrarlo, yo soy muy anciano para ir solo, y con mi hijo Anomen tampoco podría lograr nada… que nos coman a ambos, tal vez. Le pedimos que… - Dirmalden lo interrumpió bruscamente.

-¡Piden todo!- gritó, cansado de los pequeños asuntos que lo desviaban del cumplimiento de sus objetivos; pensaba solo en su deber hacia sí mismo, su título y su rey -están en guerra por un pedazo de tierra yerma y piden nuestra ayuda, con eso debería bastarles- sentenció -vinimos a salvar a su país de una caída segura y les parece que podemos perder tiempo con un joven que no se fija en los peligros…- se calmó un poco; Tungold asintió en un gesto, de acuerdo las palabras de su capitán -lamento su pérdida, pero no está en mis manos ocuparme de ella-

-Pero señor... - contestó Barl, la congoja lo venció enseguida, él y su esposa se abrasaron y lloraron juntos por su hijo, no entendían semejante crueldad por parte del elfo, tampoco por qué les tocaba padecer semejantes penurias.

Era una imagen muy triste y muchos se dieron vuelta para evitar la mirada desoladora de los ancianos, que buscaban apoyo en alguno de ellos. Por unos instantes ninguno habló, sin saber qué hacer; lo que les pedían era difícil, perder un tiempo muy valioso buscando a un joven que ni siquiera debía estar vivo era una tarea muy grande, pero la forma en que el capitán había tratado a los ancianos también era innecesariamente carente de delicadeza. Ellos los habían recibido y servido muy dedicadamente, y aún si hubiesen ofrecido un pésimo servicio, tampoco habrían merecido semejante falta de tacto.

Todos se miraron dudosos, muchos deseaban ayudar, pero no querían desobedecer las órdenes de su líder, pues se arriesgaban a ser acusados de deserción o traición bajo pena de destierro, o incluso de muerte.

Así pasaron unos minutos, Dirmalden observó a los pocos que permanecían en la sala comunal, esperando a que se dispersaran y fueran a descansar.

-Mañana nos iremos temprano- les dijo, como para hacerlos reaccionar.

Nadie dijo nada, y cuando comenzaban a ponerse en movimiento, sumisos la mayoría, se oyó que en algún sitio había gente murmurando. Irritado por tal falta de respeto, el capitán Anarassar se abrió paso entre sus subordinados y se encontró con los que de esa forma grosera cuestionaban su autoridad. Eran tres, y quedaron paralizados al ver que se les acercaba.

-Tenían mucho de qué hablar, según parece- dijo sarcásticamente -¿Acaso comentaban algo sobre el asunto?- ninguno contestó -tal vez más tarde puedan comentar cómo los está tratando la carga de las provisiones del grupo…- aún seguían sin responder -váyanse a dormir-

-señor, tal vez podríamos hacer algo por ellos- sugirió, más bien rogó, uno de los tres jóvenes elfos, un tal Sandrel.

-si escucho algo más sobre el asunto, todo el grupo lo va a pagar- advirtió, el rostro pétreo, inflexible.

Uno de ellos, el que parecía más joven, levantó la mirada y la cruzó con la de Dirmalden, había desaprobación implícita en sus ojos, pero sobre todo había cuestionamiento, lo que el capitán no podía dejar pasar.

Se le acercó unos pasos, era realmente alto y corpulento, de espaldas anchas y brazos gruesos, el otro, en cambio, era más bien bajo y delgado, y si bien su físico no era pobre, sí lo parecía en comparación al de su capitán.

-Ve a dormir- le dijo Dirmalden, bajando el tono; su rostro era tan feroz que obligó al otro a bajar la mirada -Todos, a descansar-

Comenzaron a dispersarse bajo la atenta mirada de su capitán, que se mostraba tan severo como antes, aunque más rígido; obviamente se había contenido, mas no pudo hacerlo ante lo que siguió. El joven que lo mirase con tanta arrogancia ahora se había acercado a los dos ancianos y les estaba habland
-Lo lamento, supongo que su hijo va a estar bien- les dijo el último de los tres jóvenes, llamado Dengaris, intentando brindarles alguna esperanza.

Esto desencadenó un murmullo prolongado y todas las miradas se posaron sobre el joven Anarassar. De un momento a otro todo se vio interrumpido por una risa forzada de Dirmalden.

-¿Cómo podrías decirlo?- preguntó con sorna, todavía intentando mantener la compostura, aunque con gran esfuerzo -no quiero oír este tipo de cosas en mi presencia ni quiero que se vuelva a mencionar el tema- les ordenó a todos, sabía que la base de su éxito en la posible batalla residiría en una profunda disciplina y una concentración constante en su causa; aunque fueran una tropa de importancia secundaria, era fundamental que se mantuvieran todos sumisos a sus órdenes -dediquen sus esfuerzos a lo que vinimos a hacer y eviten otros asuntos que puedan restarle brío a nuestra causa-

-Señor, con todo respeto, creo que al menos deberíamos... - dijo uno de los tres Anarassar, pero fue interrumpido.

-No crea nada. Ni hable- sentenció Dirmalden -ee dicho y lo que digo se hará, no quiero oír más del asunto- sus palabras fueron tajantes -Tungold, dime su nombre-

-Se llama Alduris, señor. Es de Galrin- respondió el subcapitán.

-Un Gelie… eso explica un poco más las cosas.

Encárgate de su castigo, por su impertinencia- hizo una corta pausa y se dirigió a Alduris -no le hablarás a un superior sin pedir la palabra como corresponde a tu rango- le recalcó.

-Pero podríamos ayudarlos de algún modo- balbuceó este para sí mismo, mirando al suelo; no era el único que opinaba así, pero para su infelicidad, fue el único que se atrevió a abrir la boca.

-¡¿Qué crees que estas diciendo?!- le gritó su capitán, manifestando al fin toda la ira que había estado acumulando con el asunto -estás bajo mis órdenes y si yo digo que puedes, vas a contemplar la posibilidad de abrir la boca cuando he ordenado silencio ¡¿Comprendes?!- hubo una pausa corta -aún no cuentas siquiera veintidós primaveras, no eres más que un niño que no sabe lo que dice y no conoce la disciplina- Alduris permanecía en silencio -no eres más que un pobre campesino con ideales de ilusos que creen que pueden solucionar cada problema con buenas intenciones ¡Denle un arco de sauce y creerá que es Garion! ¡Con un cuchillo jugará a ser como Erim!- gritó irritado, Tungold fue el único que se mostró de acuerdo.

Por un ínfimo instante pareció que Alduris iba a responder, sobre todo cuando juzgaron sus habilidades marciales.

-No voy a permitir que un niño me mire así- puntualizó Dirmalden, furioso.

-Tampoco puedo permitir que me hablen de esa forma- se atrevió a defenderse Alduris.

-¡Todos! Todos, en esta habitación van a respetar mi autoridad. Las normas de la disciplina deben ser respetadas como corresponde a los integrantes del ejército del rey, el que no lo haga… puede intentar desafiar la autoridad de mi espada-

-Yo quisiera ayudar a esta gente- le dijo Alduris con una extraña sensación, su mente parecía nublada y por el momento no pudo seguir hablando, superado por las emociones de una situación difícil.
-Morirías antes de ver el cuerpo del joven. Pero en una batalla los engendros como tu pueden ser útiles a pesar de todo, si te matan a ti tal vez evites que golpeen a otro de mayor valía- susurró Dirmalden, furioso, entre dientes.

-Pero nadie merece morir así- dijo Dengaris, con tono de súplica.

-Así es la vida. No quiero escuchar más del asunto. Dispérsense-

-Su familia debería poder verlo por última vez- le dijo Alduris -y usted no debería tratarlos de ese modo-

-No voy a tolerar que una basura como tú, sin linaje, una casta inferior sin el respeto de nadie, me trate así y cuestione mi autoridad- siseó Dirmalden furioso.

Entonces desenvainó una espada reluciente y se dispuso a atacar al joven elfo, la situación lo había hartado, tras sus sucesivos intentos de librarse por la palabra, había fracasado y estaba recurriendo al único medio que creía que le quedaba para dar fin al asunto. Ese tal Alduris, que había resultado ser el más insubordinado, serviría de ejemplo para los demás. Todos en la habitación se movieron hacia las paredes y dejaron al capitán de la tropa y al joven en el centro.

El subcapitán Tungold trató de hacer recapacitar a su superior, pero este no escuchó a nadie y cuando uno de los soldados intentó detenerlo lo arrojó con fuerza a un lado, estaba cegado por la ira.

Alduris se hizo de una cimitarra cercana y la sujetó por la funda, tomándola por el mango y preparándose para lo que vendría; no desenvainó todavía. Entonces comenzó el ataque, Dirmalden corrió desde un extremo de la habitación y balanceó furioso su arma, desde arriba de su cabeza de frente a su oponente, mientras Alduris giraba hacia un lado, desenvainando la suya a su vez. El capitán elfo había errado su golpe y con la punta de su arma casi en el suelo no tenía defensa alguna, a medida de que la hoja iba descendiendo, Alduris balanceó su acero de lado hacia el cuello de su oponente. La filosa hoja se detuvo en el momento en que empezaba a tocar la piel del capitán. En el trayecto volaron algunos cabellos plateados cortados, sin que más nada ni nadie más se moviera.

Pasaron unos segundos y Alduris envainó su espada nuevamente. Pudo haber matado a Dirmalden desde el momento en que esquivó su ataque, pero para evitar problemas con su gente y no destruir una vida así, sin sentido, se detuvo. De todos modos, sabía demasiado bien que si el otro no hubiese atacado arrastrado por la imprudente cólera y subestimando a su adversario, de seguro los papeles su hubieran invertido, pues sus habilidades distaban demasiado.

-Como desees- dijo el capitán entre la sorpresa, la vergüenza y la ira, aunque aún con la suficiente presteza como para apelar a su autoridad, -eras parte de esta tropa, y estabas sometido a mi autoridad. Haré que te ejecuten por desertor-

-Señor, espere- intervino Tungold, cruzaron unas pocas palabras por lo bajo, pudo oírse algo como “…recuerde el año…” y “…dijo su padre”; y así, entre cuchicheos, de algún modo Tungold logró que revocara tal sentencia y aún así siguiera satisfecho con el castigo que impondría.

-El subcapitán ha arrojado algo de luz a este asunto- anunció calmadamente -si te atreves a desertar, serás ejecutado como corresponde a tal traición. Pero eso no significa que seguirás con el grupo: irás a buscar al muchacho y lo traerás de vuelta, y si no cumples, o si lo haces pero no estas en Sarlos antes que nosotros, nunca más entrarás a Ildon nuevamente. También se te negará la última pira…- agregó, para sorpresa de todos; disfrutó diciendo esta última parte.

El plan de Tungold había resultado mucho peor que lo que la ira de Dirmlden hubiese sido capaz de lograr en un principio, los rostros desesperanzados y por demás temerosos de todos lo reflejaron claramente.

Dirmalden supo que no podría acusarlo de traición, ya que el joven había sido simplemente insubordinado, y como él era quien primero había atacado, cualquier intento de lograr tal cargo sería vano. Por eso había decidido llevar a cabo un castigo que le permitiera venganza, la muerte por desertor, y si bien lo hubiese dejado satisfecho, lo que Tungold le había propuesto le pareció mucho mejor por la clase de ejemplo que sentaría. Era injurioso, humillante, y adecuado ante la rebeldía del elfo. Al saber que el viaje a la frontera del sur era corto y que la tropa iba a llegar ahí pronto, resultó obvio que si Alduris se atrasaba más de un día en su arriesgada empresa iba a ser difícil que los alcanzara, y eso considerando que pudiese encontrar al joven.

El desarrollo de la situación no había derivado en usual en lo absoluto, pero la intervención de Tungold y el sometimiento de Dirmalden, algo más extraño aún, darían como resultado algo del todo extraordinario y por demás lamentable; tal vez fuera una de las ironías de los tiempos que seguirían.

-Todos tenemos un deber hacia nuestro rey- dijo el capitán al fin, con algo de jactancia -no puedes estar haciendo lo que quieras, si el señor Endral desea que combatamos por Ildon ¡Así va a ser!- dijo finalmente.

Por unos minutos los dos se miraron fijo y sin parpadear, hasta que algo hizo que ambos se evitaran. Una presencia extraña parecía formar parte de Alduris en esos momentos, muy distinta de lo normal en él, no era totalmente dueño de su lucidez; probablemente no estaba preparado mentalmente tan bien como había creído en un principio: si en una situación así amenazaba con desvanecerse ¿qué sucedería al momento de entrar en combate? Era algo que lo inquietaba.

-Si quieres ir a pelear contra los Enurcos para traer un cadáver, ya no me importa, pero sabes lo que va a pasar si no llegas a Sarlos antes que nosotros. Y si regresas al grupo, si aconteciera esa desgracia, recuerda que en el ejército nos regimos por la disciplina- le recordó el noble, luego se dirigió a Tungold -certifica lo que acaba de acordarse y castiga a los otros dos-

El entonces se retiró orgullosamente a su habitación, evitando a todos, incluso a los ancianos.

Así terminó la discusión entre un soldado que todavía no había luchado en una sola batalla, ni siquiera en una pobre escaramuza, y un gran capitán que lo había hecho gallardamente en las guerras con los nómades del sur y los Ekermas en las playas septentrionales.

Dirmalden se encerró en habitación y por fin admitió para sí mismo lo desconcertado que estaba, pues nunca nadie bajo su mando había mostrado tal insubordinación; por primera vez en todo el tiempo de servicio que había dedicado al rey, temió que no lo condecorasen Belferion. Pero había notado algo extraño en ese joven, por momentos le había costado hablarle, como si su autoridad no fuese tan ínfima como él lo creía. En todo caso, ya no quería tener nada que ver con él, esperaba anular con sus métodos los tratos que pudieran haber entre ambos en el futuro.

***

Mientras tanto Alduris comenzó a prepararse para rescatar al hijo de Nerith y Barl. Tenía cierto temor de no poder hacerlo, y sobre todo de llegar a Sarlos antes que sus compañeros, pero se prometió ser tenaz y lograrlo. De algún modo extraño se había metido solo en esa situación, más que sus acobardados compañeros, y ahora esperaba salir bien librado.

La habitación regresó a la calma y todos, menos Alduris, los ancianos y su hijo mayor, se fueron a descansar. Dengaris y Sandrel se disculparon con él por su falta de lealtad en esos momentos, y no dijeron más, pues Tungold los obligó a separarse antes de recostarse para vigilar los movimientos de Alduris.

El joven elfo se ajustó la espada al cinturón, se colocó la capa, ciñó el carcaj y el arco a la espalda, y se acercó al fuego del hogar. Arrodillado ante las llamas, se quitó un cabello y murmuró unas palabras antes de arrojarlo y consagrarlo así a los Seres.

-Devuélvanme con bien- pidió.

Enseguida se levantó y tomó una antorcha encendida, así partió a las colinas dejando la promesa de que si volvía, lo haría con el muchacho.

Los ancianos lo vieron pasar por la puerta y unirse a la oscuridad de la noche. Rogaron a los seis Seres que su hijo estuviese bien y que el Anarassar pudiera traerlo con vida de vuelta a su casa, como había dicho que iba a hacer.

El elfo se internó en los pastizales en esa noche lóbrega, ya cubierta de nubes, y la sensación de una nueva fortaleza lo acompañó, se sentía realmente vivo después de mucho tiempo, no lo suficientemente audaz para hacerle frente a un Enurco, pero sí lo necesariamente lúcido como para evitarlo sin ser visto. El viento susurró algo a su oído y Alduris pensó en Dilnos sexto, uno de los Seres. Tal vez el dador de vida le augurara buena fortuna.


Texto agregado el 24-06-2007, y leído por 380 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
05-01-2008 NakaGahedros: Este es el capitulo que nos introduce en la historia , nos presenta a los personajes y nos describe la situacion actual. Especialmente me encanto el hecho de la pelea entre Dirmalden y Alduris y la rebelion de este ultimo. Mis 5 ***** N3eK0
05-12-2007 Te adivino como fanático de El Silmarillón... Me gustó mucho, pero no soy muy fana de la fantasía. Igual esta saga la voy a terminarde leer. MUY BUENO. mis puntos, compatriota. obtusus
10-08-2007 Muy bueno! Me gusto todo el tema con los ancianos y la entrada de los elfos en el campo, una muy buena imagen. Seguiré leyendo los próximos... 5* bjuanche
01-08-2007 Me ha gustado este primer capitulo. Narras los acontecimientos con habilidad y logras que el lector se afecte por los personajes. Me atrajo mucho el suceso de los ancianos… en fin, excelente. Te dejo las 5*. Cuidado con la ortografía eso sí. ;) Saludos. gino
29-06-2007 Interesante comienzo. Profundo y lleno de emoción. Me gusto mucho Alduris, deja ver un joven valiente, noble y justo. La forma en la que describes es perfecta. Solo te puedo decir que separes los comentarios de los personajes del párrafo, eso afea el texto. Y si te interesa mi segunda noble opinión, te sugiero que hagas de esta novela capítulos cortos, para que te lean. Así nos haces desear mas la novela. ¡Te felicito! *****Estrellas***** JhonnValentine
24-06-2007 El inicio me ha gustado, y aunque me debil memoria a veces me impide recordar todos los nombres, ya veo personajes definidos. Leere el siguiente capitulo mañana. ARZEL
 
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