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La culpa


Después de haber inhumado el cadáver. El joven Carrol tomo las llaves de su viejo ford y con un leve gesto manipuló la manija de la puerta del auto, con algo de impaciencia – quizá intranquilidad- pues ya eran las 8:15 y los ‘’viejos’’ ya deberían haber empezado su búsqueda. Quien podría imaginarse a Carrol un joven de veintitantos años de edad de cara pálida ( consecuencia de su desbaratada vida, prolongados días de alcohol y de su exagerada devoción a las sustancias ilícitas ) sus taciturnos ojos expresaban la inconmensurabilidad de sus penas las cuales aquejaban su ya destruida alma.
Enrumboce pues Carrol por la avenida principal con la intención de llegar a algún hotel de Colmena o Zepita. Pues ellos ya deberían estar devastando su pequeño departamento.

El tráfico en Tacna es desesperante así que casi por inercia volteó hacia Alfonso Ugarte. No le tomó ni diez minutos hasta llegar a Dos de mayo. Estacionó el auto en una maloliente esquina de Jr. Cañete (junto al hospital). Tomó sus paquetes y bajo del auto, dio un suspiro casi con alivio, extendió su brazo izquierdo, observo su viejo reloj y se enrumbo hacia el hotel del Jr. Peñalosa.
Carrol sintió cierta satisfacción, quizá alivio al cruzar el umbral de la puerta. Tocó el pequeño timbre dorado y observo a una joven de voluptuosas complexiones de casi veinte años.

-buenas noches.- Dijo Anabelle mirándolo fijamente a los ojos
-buenas noches.- Repitió él perdiéndose en la profundidad de sus senos.
-desea algo señor-
-Una habitación por favor.- pronuncio Carrol impostando la voz de manera galante y mirándola fijamente a los ojos.
-son quince soles-
-guarda el cambio – dijo Carrol sacando un billete de cien.
-107 tercera puerta a la derecha joven – Indicó Anabelle.

Eran casi las once y la paranoia empezaba a apoderarse de Carrol. Un pequeño pitillo resonaba en su mente y el tic-tac del viejo reloj de pared retumba en sus oídos mientras observaba el cañón de su vieja Beretta.
Colocó a su vieja amiga en la mesita de noche ,allí, junto al cenicero de cristal. Cogió su desgastado gabán beige y sacó una cajetilla de cigarrillos baratos. Prendió el quinto del día y se calmo de forma instantánea.
- después de su ardua tarea quien no podría estar cansado-










II


Joan es una mujer hermosa. Posee un par de senos magnamente proporcionados que convertirían bien a cualquier sacristán en un parroquiano más. Sus cabellos ondeantes al viento, su cuerpo al ritmo del son de alguna salsa, incitaría a cualquiera a experimentar cierta translación cósmica –inimaginable– del acto sexual. Su piel canela y aquel pequeño lunar colocado estratégicamente en sus labios inmutaba hasta al más inadvertido concurrente y Carrol no seria la excepción.

- Algunos dicen que una bala jamás miente -como podría mentir tu verdugo, tu salvación, tu puente a un mejor momento- y eso era para Carrol un puente, un puente maldito que lo enrumbo al peor de los destinos.


Texto agregado el 24-06-2007, y leído por 216 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-11-2007 Interesante... Sumamente interesante y algo màs... Jazzista
19-07-2007 El lenguaje va bien enrumbado hacia la metáfora por la que rueda la historia; también me ha gustado; saludos quilapan
29-06-2007 Me gusta tu estilo... naiviv
 
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