*(Se ruega encarecidamente, por el bien de la historia y del lector, que comiencen leyendo las distintas confesiones según su orden de publicación; debiendo comenzar por "Confesiones inseguras", que podrán encontrar en mi bibliografía. Gracias mil)
Estimados lectores (es un decir):
Detesto los centros comerciales. La familia media convencional de cuatro miembros, peleando entre ellos por un “llévame esta bolsa” o “no hay más helado”; paradigma de las ilusiones transformadas en hipoteca y rutinas. Los abuelos mirando descaradamente a las teenagers con ojos picarones. Las propias niñas tirando de pavo y arremetiendo las unas contra las otras, soltando improperios por sus bocas forradas de brakets. Ese olor a palomitas de multicine. Definitivamente no soporto ir de compras a los grandes almacenes.
Hace ya un mes aproximadamente desde que me estrené frente al objetivo de Richard Bangbreaker (Ricardo Martín en su barrio). Y, desde entonces, he tenido el placer de protagonizar tres videos caseros más. De los metrajes serios no he vuelto a oír hablar, aunque yo tampoco hago preguntas, siempre es grato que le paguen a uno por hacer algo que le gusta. Y ésta es la razón por la que comenzaba hablándoles de los centros comerciales. Resulta que el “generoso” Ricardo ya ha tenido la deferencia de pagarme por el primer trabajo. Son cuatrocientos euros extra por echar un polvo en plan cerdo, que como complemento a los ingresos (menos mal que me los adelantan) que me reporta la restauración, están muy, pero que muy bien. El caso es que, a pesar de sentir angustia en dichos espacios, me decidí a hacer una “buena” inversión con la primera paga. No estoy muy seguro de cómo consiguió el dependiente de aquella tienda de electrodomésticos convencerme para que me atara al televisor de plasma de 42”. De momento les he dejado el primer plazo pagado y ya estoy pensando en ver “Conan the barbarian” a tamaño natural.
Apartando niños kamikaze, pilotos de carros de supermercado de alta potencia destructiva, de la que mi talón derecho puede dar fe, tuve un encuentro (agradable, la verdad) con Los Suárez. Inexplicablemente, este matrimonio católico y practicante me despierta una gran simpatía. Los conozco de la parroquia, de alguna subasta para la recaudación de fondos para el San Miguel (de juntar pasta para mi salario, que viene a ser lo mismo). Ella está muy buena, la verdad; ya quisiera yo llegar a los cincuenta y tantos años con una belleza así a mi lado. Se le ve una tía inteligente, aunque es poco expresiva. Él (Manuel) es lo que podemos calificar como “un cachondo”, de esos a los que, si tuvieras un poco más de confianza, saludarías con un “¡qué pasa cachondo!”. Ha sido mi bunker antisuicidio, refugio constante contra feligresas; aunque siempre permanece en su sitio sin salirse de tono. Según el Padre Matías son un matrimonio ejemplar, de buena salud económica e intachable moral cristiana, que asisten varias veces por semana a la liturgia e incluso participan en las catequesis infantiles (pobres chavales). Luisa, la cincuentona cachonda (en su estilo), se desmarcó rápidamente de la conversación; viendo en mi persona la excusa perfecta para realizar una compra de última hora, que sin duda tenía planeada desde hacía tiempo.
Y allí quedamos Manuel y yo. Sin el socorrido recurso de la destructiva crítica de feligresas córvidas, el ambiente se recrudeció un poco; quedando, por unos segundos, un silencio cortante entre nosotros. Comenzó a sonreírme sin motivo aparente, actitud que llegó a incomodarme, hasta que intenté poner algo de cordura a la situación. Resultó esconder, tras su tímida sonrisa, un desfile de preguntas que me pillaron en fuera de juego. Que cuánto tiempo llevaba dedicándome al porno, si las imágenes estaban trucadas, que cuáles eran mis trucos para aguantar tanto, que a qué sabe un ano de veinteañera (a lo que yo le contesté tras recuperarme del shock que, probablemente, a lo mismo que el de un quincuagenario). En fin, resulté hallar en el modélico Manuel a mi primer fan reconocido. Reconoció haber visto los cuatro vídeos de “Afrodite Films” en los que aparecía y bastantes más de la productora; aunque se confesó amante de la competencia. Cosa que yo no le reprocho en absoluto ya que, a nivel usuario, el porno en internet viene siendo una cuestión más práctica que artística. Yo desplegué un pequeño contraataque, interrogándole sobre su vida sexual (intentando aplacar el morbo que me despertaba Luisa, que resultó ser más frígida que la Srta. Rottenmeyer). El caso es que, tras reírnos largo y tendido durante unos cinco minutos, terminé invitándolo al próximo rodaje. Me sentí muy bien observando sus ojitos, abiertos como platos, y adivinando su nerviosismo.
De vuelta en casa, me puse cómodo para terminar algunos retoques de las sandalias de San Miguel, que les manda recuerdos. Cada vez queda menos para terminar de ponerlo a punto y devolverlo a su emplazamiento original. Creo que, después de todo, acabaré por echarlo de menos. Pero no se preocupen por mí, que ya he estado moviendo algunos hilos y corrompiendo la mente de Don Matías a propósito de un tríptico gótico que necesita urgente, “urgentísimamente en mi opinión” un buen baño de oro y repasar algún labrado.
No voy a despedirme de ustedes sin antes recomendarles, o rogarles más bien, que pasen por la web de “Afrodita Films” y disfruten y puntúen (preferiblemente bien) los videos del gran Éufrates. Ahora sí, buenas noches y buena sesión sexual, ya sea en soledad o en compañía.
|