El capitán se apeó de su caballo y caminó unos pasos sobre la hierba.
-No existía así antes... nunca estuvo tan fresca y alta... es casi como... si este ambiente la ayudara a crecer...
Se arrodilló y enterró con brutalidad su mano en el suelo cogiendo, cual una pala, el retoño de vida silvestre y verdosa. La contuvo y acercó su cara a ella, respiró y olió profundamente. Luego la desparramó sobre el cuerpo inerme de su rival, unos pasos más allá. Cogió el estandarte enemigo yacente en el suelo, y lo clavó cerca del cadáver. Eran tiempos difícilesy únicos, pensó, y la Naturaleza no debería erguirse tan arrogante, después de todo la Casa de los Ossos estaba en el vilo de la derrota y la próxima víctima podría ser ella.
El Caballero montó. Dió un último vistazo al campo de batalla, a su vencido, la espada enemiga estaqueada junto a él y a aquel prado verde como una isla entre las grises montañas. Taqueó a su caballo. Bajó la visera de su yelmo. Ató su capa con la insignia de la ancestral casa de los Ossos Pardos y continuó ascendiendo.
Miró hacia la gruta, donde había dejado su guardia. No se los veía, o estaban bien ocultos o algo les había sucedido. Una punzada de dolor le recordó la herida de lanza en su pierna. Cabalgó rápido, no sabía con que se encontraría. Al llegar, le bastó un segundo para descubrir su error. Al ver a su escolta asesinada por la espalda y las heridas de un puñal dentado como los que recogió antes en la cueva, recordó no haber revisado por vigías sobre la puerta sur en aquella ladera. Se había dejado llevar por la ira. Hacían ya ocho años de la batalla de Marcón, y tres desde que comenzaron la persecución de esta compañía de carros. Cuando su espía le develó el plan del Capitán Afo de llegar al País de las Montañas para iniciar sus operaciones desde ahí, se apresuró a interceptarlos para que no pudieran avisar al alto mando. Para que no pudieran informar de la última reserva de Lhilas del Oeste. Fue cuando los vieron asentarse en la Gruta del Tigre. Pero el ataque resultó todo muy desordenado, tres años de ansiedad sirvieron para que no pudieran obtener más que diez prisioneros y siete de ellos oficiales; y lo que la ley manda es que los oficiales capturados que maten ossos deben ser ultimados en la forma digna de una oficial, por degüello.
-Uno de ellos antes de ser ejecutado escupió sobre uno de nuestros caidos, e insultó en su lengua a nuestra Casa.-recordó- Lo solté y le di la posibilidad de defenderse: un caballo, su espada y una lucha frente a frente conmigo.- bajó del caballo y se arrodilló ante uno de sus soldados.
-Pero escapó cuesta bajo y sentí remordimientos por mi soberbia. Di orden de dispersión a mis ossos pero dejé a mi escolta a cuidar de nuestros caidos.- se lamentó y en voz alta dijo:- Nunca más... esto no podrá volver a ocurrir. Se arranco la garra de oso, cosida en los hombros de su capa y la acomodó bajo la cabeza de su segundo al mando.
Ordenó los cuerpos uno al lado del otro, los de su casa en fila y con sus uniformes estirados y los del enemigo desnudos en otra fila más lejos. Los animales de las montañas honraran estos cuerpos y los devolverán a sus orígenes, sus cuerpos serán una vez más parte de la naturaleza. hizo una hoguera con los restos de armas y uniformes, desensilló a todos los caballos salvo el suyo y los espantó para que corrieran libre y en tropilla una vez más. Montó y se alejó por la puerta sur. El sol saludaba una vez más, sin saber sin importarle si lo merecíamos o no. Es la paradoja de la eterna gratitud de la Naturaleza hacía nosotros, no importa si tratamos hasta el cansancio de destruirla. |