Jonás era un hombre que quería ser alguien; pero no simplemente un ente más en este universo lleno de vidas pasadas y futuras, este hombre quería ser reconocido mundialmente. ¡No!... eso era poco, sus aspiraciones iban mucho más allá, quería ser reconocido universalmente.
La cosa no era en lo absoluto sencilla, ya que Jonás no sabía cómo hacerle; últimamente su imaginación no daba para mucho, honestamente nunca había dado para nada.
Él no podía pensar en qué sería lo mejor que podría hacer para ser conocido y recordado hasta en el último rinconcito del universo, que hasta el más pequeño polvo galáctico supiera su nombre. Jonás, obviamente, no conocía el último rincón del espacio, ni al más pequeño polvo, pero ¿a quién le importa?. Lo importante era que este rincón sí lo conociera y platicara con el polvo de las acciones de Jonás.
Para ser reconocido en la tierra era fácil, sólo bastaba con ser como la luna porque todo el mundo conoce la luna, todos la han visto, infinidad de poetas le han dedicado sus obras, multitudes de seres humanos le han dedicado sus estudios y sin ella más de uno se viene volviendo loco.
¿Cómo le haría el enamorado para decirle a la niña de sus ojos “te quiero de aquí a la luna y de regreso” si ésta no existiera? ¿Acaso la mandaría a Plutón? Realmente la luna es bastante importante para que amantes de todas las épocas la dediquen; pero para nuestro ambicioso Jonás la luna no es suficiente.
Si solo se hubiera conformado con la tierra habría sido conocido como el hombre-luna o algo así, y la gente al verlo pasar murmuraría a sus espaldas, o si tienen más confianza, lo dirían abiertamente:
-Mira Eugenio, como que luce cuando sale.
-Tienes razón, Miriam; entre él y el astro la única diferencia es que él siempre resplandece, está en la fase llena a cada instante.
-Nunca es menguante, nunca desaparece por una noche.
Pero para el universo la luna no significa realmente mucho, es sólo un satélite más girando alrededor de un mundo más, alrededor de un sol más; y esto no es lo suficientemente conmemorativo para Jonás, la luna no hará que el rinconcito y el polvo platiquen sus hazañas.
A los marcianos les importa más Fobos o Deimos que nuestro satélite, a los neptunianos les preocupa más sus ocho satélites que nuestra pequeña luna; Jonás debe ser más conocido que nuestra luna, no se conformará con menos.
Quiere que cuando los marcianitos o los neptunianos se estén comunicando con sus antenitas se digan unos a los otros:
-¿Ya te fijaste que Deimos ha palidecido mucho hoy?
-Sí, debe ser porque Jonás está pasando cerca de aquí.
-Al rato recuérdame que debemos ir a saludarlo.
-Ciertamente alguien tan importante como él no puede pasar desapercibido.
El sol tampoco es una opción, es poco importante en el universo; de hecho hasta en la Vía Láctea es sólo una enana amarilla con algunos planetitas alrededor, nada digno de ser comentado en otras constelaciones, por otras especies demasiado ocupadas con lo que pasa en su propio sistema.
Ser conocido como una constelación es lo más parecido al nivel de reconocimiento que desea; y aunque no es lo mejor si es lo más cercano; así que intentará ser como la osa mayor, u Orión, o géminis, o algo más grande.
Tal vez una constelación no sea conocida en todo el universo, pero eso es porque no hace nada (piensa Jonás), pero como él es un ser vivo capaz de crear y destruir hará cosas dignas de recordarse hasta en los últimos pedacitos de gas que existen en el infinito.
Jonás luchará por el reconocimiento que cree merecer, no dejará de intentarlo hasta ver su deseo hecho una realidad palpable, y sobre todo audible, ya que quiere que sus hazañas sean contadas en todos los planetas, de padres a hijos, de abuelos a nietos.
El problema es que ha estado soñando con eso por demasiado tiempo, ha acariciado esa imagen por muchos, muchos años.
Se ha tardado varios lustros en saber como que quería ser, y aún le falta descubrir como va a lograrlo y, lo más importante: cual es el motivo por el que quiere que lo recuerden.
Son otra vez segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años de pensar en esto y de no llegar a nada. La edad le está empezando ganar.
Está empezando a hacerse viejo, ya casi no le quedan fuerzas para luchar. Si tan sólo se hubiera conformado con la luna, pero como la mayoría de los seres humanos: nada nunca es suficiente, siempre se tiene la tendencia de querer volar mucho más alto de lo que nadie haya llegado jamás.
Pero si algo ha caracterizado a Jonás, aparte de ser un soñador empedernido, es que cuando se propone algo hace lo posible (no hasta lo imposible porque es humano y tiene sus fallas), para lograrlo; así que ahora no esta dispuesto a dejarse vencer por la inestabilidad del tiempo, que sólo lo remite a la debilidad de su propia esencia.
Por lo tanto ha concluido que no volverá a dormir nunca más en lo que le quede de vida, todo para emplear el tiempo posible en obtener el tan anhelado reconocimiento con el que ha soñado y seguirá soñando.
Aún con todo esto, hay muchos otros factores que Jonás no está considerando, y uno de ellos es la queridísima y absoluta Señorita Muerte.
Esta preciosísima muchacha es de lo más paciente con cada uno de los seres vivos, espera el momento preciso de llevarnos a cada uno, es la encargada de administrar el tiempo durante el cual uno puede cometer indecibles tonterías, o acciones dignas de alabanza.
Durante un largo rato se ha entretenido viendo los devenires de Jonás, mientras juguetea con su dorado cabello piensa en cuál será la mejor forma para pararle el carro a Jonás, de hacerlo “descansar” aunque sea a la fuerza y no le de tiempo de cumplir lo que desea.
La mente de la señorita parece un remolino de ideas, no se debe creer que hace esto por maldad, que sólo busca maneras de molestar al próximo difunto; en realidad de cierta manera lo hace por Jonás, porque según la lógica de la rubia damisela si una muerte es impactante es mucho más fácil que recuerden al muerto que la padeció.
A diferencia de la imaginación de Jonás, la imaginación de nuestra “mortal” Dulcinea es mucho más capaz de idear situaciones que merezcan la pena ser recordadas, pero aún así se ha encontrado con el mismo tope con el que se colisionó Jonás más de una vez: nada parece ser tan grande como para ser comentada por el rinconcito del universo y el polvo galáctico; ni siquiera la muerte más espectacular lo lograría.
La muerte ya está cansada del juego en el que ella misma se metió y quiere salir de la manera más elegante; lo matará en la próxima luna llena. Y como no logró darle lo que quería, le dará mejor una lección.
Lo va a pillar; lo encontrará en la noche, en una calle vacía; lo atacará por detrás y lo hará caer sobre su espalda, para que la última visión que tenga de este mundo sea la luna, esa luna que desprecio por insignificante y que ahora le sonríe con cierta burla y cinismo desde arriba, porque ella al menos si es conocida mundialmente y con eso se conforma.
La muerte le muestra a Jonás que por soñar tanto no hizo nada, que voló tan alto que se perdió, que no supo cumplir lo que quería.
Ahora ningún Eugenio, ni ningún marciano, ni ningún polvo galáctico hablarán de él, nunca llegaron a saber que existía.
Sólo la luna lo observó toda su vida, en su incansable soñar; le hubiera gustado decirle a Jonás lo que ella ya sabía: que en el universo todo es poco importante, incluso ella que sólo es la luna, y más él que sólo fue un soñador más… que sólo fue Jonás.
|