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Inicio / Cuenteros Locales / curiche / Con tu puedo...Cap 52. Manu militari

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Manu militari

Ernesto se sienta sobre los sacos. Su mente trabaja a mil. Esa bella mujer ha sido suya. Hubo inesperado desenlace. ¿Qué va a ocurrir ahora con ella? A lo mejor lo acusa de violación y, con los milicos presente recibirá balas y nada más. Se para y ordena los sacos, tapa los de encima que han quedado con la muestra de lo ocurrido. Ordena las herramientas y comienza a salir de la zona enrejada.

¿Por qué salí corriendo y me vine a meter al agua? ¡Dios, nunca respondiste y lo hice! ¿O, me enviaste a mama Rosalba, para decirme que sí? ¡Dios debes perdonarme! Aunque no hay arrepentimiento. Lo que sé fehacientemente es que me será difícil vivir al lado de Fernando. No soy como la Marienchu, que sigue con sus traiciones. ¡Yo no puedo actuar así. Esta noche me cambio de cama. ¡O se va Fernando del dormitorio o me voy yo!
¡Bendito perfume, bendito día! Tantos años sin orgasmos así, éste fue libre, esperado, añorado, deseado. Ernesto, me llevaste hasta los sacos, los mismos que te he visto levantarlos llenos de tierra. Con ciento veinte kilos los llenan, ciento veinte kilos que levantas como si fuesen diez.
Toda una vida haciendo el amor en una cama y llegas tú, un obrero, me llevas a los sacos y me amas allí.
Hombre, debes estar tan o más confundida que yo, has de pensar que te acusaré y que te fusilarán. ¡No lo haré, Ernesto, no lo haré! Me tomaste con tanta fuerza, fue tu venganza.
¿Por qué me he metido al agua si no hice nada sucio? No tengo nada que lavar. Mi alma está alba, impoluta, lo hice porque quería hacerlo. El perfume, ¡bendito perfume, benditas dafnes! Debo decirle que nada ocurrirá, lo llamaré. Mama Rosalba, gracias, tenías razón. ¿Me estaré enamorando?


Para las madres del campamento no es fácil mantener a sus hijos dentro de los cubículos de latas de zinc que llaman “casas”, no es fácil sacar el calor. A las tres de la tarde deben haber fácilmente sobre cuarenta grados centígrados.

—Compañero Alamiro.
—Ño José Manuel ¿Qué sucede?

—Con mi vieja estamos preocupados ya que la niña no se ha sentido bien. Has de comprender que ella sigue siendo nuestra hija.
—Compañero, sé cómo se ha sentido Marianita, cuando me lo contó le dije que fuésemos a conversarlo con ustedes. Yo me siento feliz, si hay o no embarazo nada ha de cambiar. Vamos a enfrentar juntos lo que sea, Don José, hace un tiempito, cuando fuimos a Iquique le manifesté a la niña Mariana que quería casarme con ella. Hasta hemos hablado de que cuando acabe esta huelga, esperaremos un mes o dos para hacerlo.

—Eres un buen hombre, Alamiro, Me alegra que piensen así, le diré a mi vieja que no se preocupe demasiado, lo que sí hay que hacer es que la huelga termine bien. ¿Qué opinas de ese término?
—Con honestidad José, creo que lo que tenemos logrado hasta este instante es bueno, mucho más de lo que teníamos, pienso que hay que estirar la cuerda hasta el instante en que veamos que se va cortar.
Tenemos una garantía y es que nosotros nos mantenemos unidos y entre ellos hay diferencias, entre Viera y Gómez no hay unidad. El Administrador se molestó cuando el otro nos ofreció un cinco por ciento. La doña también debe tener sus dilemas con su marido ya que nos informa cosas. Si llegan a un diez por ciento, yo estaría por acabar la huelga.

—Nosotros pensamos lo mismo. Tenemos que saber lo que se trae el comandante.
—Es un capitán, muy milico, apegado a las órdenes, lo conocí en el regimiento. Envió al Sargento Sanhueza y al cabo Ángel para insinuarme regresemos a trabajar.

—¿Y de Atanasio?
—Mi compadre, trata de reivindicarse, tengo confianza que no volverá a hacer lo mismo, déjenlo que ande cerca de mí.

—¿Y ahora qué haremos?
—Sólo esperar, creo que mañana nos llamará la administración, ahí veremos. Hay que pensar que el capitán va a actuar luego, eso es lo más peligroso. ¿Qué pensará el gobierno? tardaron en enviar tropa, puede ser signo que sólo quieran amenazar o, esperar a que nosotros hagamos algo para reaccionar, hay que andar con pies de plomo.
Otra cosa que espero es que el comandante me detenga y me envíe a la cárcel de Iquique. Todo puede ser compañero.

Después del ejercicio de tiro, realizado aparentemente con el propósito de amedrentar a la población minera. Acontecimiento que no dejó a nadie sin un sentimiento. Rabia y miedo por parte de los trabajadores. Terror en los niños. Alegría en el Administrador y el personal extranjero y confusión en Estela.
A las cuatro de la tarde, el capitán se presentó en la oficina del administrador en la que estaban los dos hombres más la mujer de Gómez.

—Buenas tardes. Soy el comandante del contingente, mi nombre, Herman Wolfang, capitán de ejército.
—Un gusto comandante, soy Fernando Gómez, Administrador de la Oficina, el señor Viera me acompaña, es abogado de la Compañía y mi esposa Estela.

—¿Cuántos días lleva esta huelga y los motivos?
—Va para la tercera semana de paralización, piden más dinero y las pamplinas de siempre, que no se les pague con fichas, casi lo mismo de la huelga de mil novecientos siete. Les hemos ofrecido algunas mejorías y no quieren regresar al trabajo. Para mí, es sólo flojera ¿Qué órdenes trae usted?

—En lo principal que no haya desorden, se respete la propiedad privada y que regresen a trabajar cuanto antes.
—¿Con qué medios hará volver al trabajo a los revoltosos?

—Lo mismo que ustedes, no deseo haya desgracias que lamentar, ¿por qué así piensan ustedes, cierto?
—Sí, por cierto - Dice el abogado- pensamos lo mismo, ellos no han oído nuestros ofrecimientos, hemos cedido lo que estamos en condiciones de dar.

—¿Podían ustedes hacerme llegar esas peticiones y lo que han ofrecido ustedes?
—Le puedo decir... - Dice Gómez, qué...

—¿Señor Gómez, me podría usted hacer llegar por escrito eso?

Algo descolocado, el administrador asintió con la cabeza.

—Sí, por cierto, le preparo el escrito para mañana.
—Mejor que sea para las diecinueve horas de hoy, después de eso hablaré con esos revoltosos. Y Entregaré los ultimátums.

—Señor comandante –habla Estela- a las ocho de la noche nosotros cenamos, quisiera invitarlo a que se nos una esta de noche.
—Señora, es usted muy amable, les acompañaremos, yo y el otro oficial que estamos al mando.

—Señor capitán, soy mujer y también madre. Lo mismo que mi marido y el abogado, queremos esto acabe lo más pronto posible. Es una pesadilla de la que queremos librarnos y que todo vuelva a ser como antes. Como le decía también soy madre, quiero que se haga todo lo posible para evitar esa desgracia de la que usted habla.
—Bien, yo me retiro ahora ya que debo estar con mis hombres, a las siete envío a mi ordenanza a buscar el documento que les solicité y en la cena hablamos. Permiso señora, señores.

—Complicado el capitancito – Dice Gómez-
—¿Les conté –Dice Estela- que el jardinero me dijo que si ustedes entregan un quince por ciento de reajuste ellos podrían trabajar?

—Sí, ¿pero ese Araya?
—Me decía que Araya no es tonto y que escucharía la oferta.

—Un día más –Dice Gómez.
—Fernando, ¿Cuánta sería la pérdida si no regresan a trabajar de acá a cinco días? –Pregunta el abogado-

—No lo he cuantificado, pero. Grave.
—La gente de Londres quiere un regreso a más tardar en una semana, después de eso sería un suicidio. Nos llevaría a la quiebra, razón por la que de insinúan que sería más caro esa quiebra a lo que piden los huelguistas.

—Sargento Sanhueza
—A su orden mi capitán

—¿Habló con Araya?
—Sí mi capitán, me decía que lo ofrecido es demasiado poco.

—¿Tienen armas esos revoltosos, qué cree usted?
—Mi capitán, Alamiro es un hombre inteligente, más que el normal de los de su edad. Yo creo que deben haber algunos revólveres y pistolas, pero, las deben haber sacado para evitar cualquier desgracia. Alamiro sabe que las armas que pudiesen tener no servirían para nada. Que no podrían en contra nuestra.

—Bien. Sanhueza, mañana a las ocho de la mañana, me rodea el campamento. Que no entre ni salga nadie. Reúna a toda la población en la estación. Instale las cuatro ametralladoras frente a los huelguistas, pero con munición de salva. Sólo el personal de planta con balas de guerra. Todo el mundo con casco, fusil y bayoneta. Usted estará a cargo del parque y tan sólo bajo mi orden usted la entregará a los soldados.
—A su orden mi capitán.

—Mañana en la mañana quiero a la guardia de la compañía lejos de la estación, ¡son civiles así que me los aleja! Si necesito algo de ellos, se lo pido al jefe, en caso que vea algo raro en ellos, me los desarma.
—Entendido, mi comandante.

—Sargento ¿sabía usted que al general Silva Renard, un hermano de uno de los muertos de la Escuela le propinó un par de balazos?
—Mala cosa para mi general.

—Bueno Sanhueza, mañana veremos como hacemos que vuelvan a trabajar y nosotros al cuartel.

A la cena se presentó el capitán y su teniente, el comandante llevaba en su mano el documento que el administrador le hizo llegar.

Luego de que el capitán y su oficial se retiraron. Estela se retiró a la alcoba, estuvo una larga hora sentada frente al gran espejo cepillando su cabellera. Sus ojos brillaban, Había una luz que la tenía olvidada.

¡Tito, tito, tito! ¿Qué hemos hecho? ¿Té llevé yo o lo queríamos ambos? Yo pagaré mi culpa ¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Existirás mañana? ¿Fue sólo deseo de la carne, o un acto de venganza? Tú al inicio creo que te desquitabas no solo de Fernando sino de todos aquellos que te han humillado, luego eso cambió a algo tan diferente a lo que he conocido y vivido.
¡Dios! No me torturaré más. Sí, fue un desquite a lo que me ha hecho mi marido, ya no siento culpa, la mama Rosalba acudió en mi auxilio y ella está en tu reino. Ella sonrió, se alegró por lo que estaba haciendo.
¿No sé si se volverá a repetir? ¿Y por qué no?. Lo que sí es cierto es que me iré de acá antes de que transcurran seis meses. ¿Adónde? ¡Y qué importa!


Pasado las once de la noche Fernando Gómez llegó a la alcoba matrimonial para acostarse y se encontró con una sorpresa que no esperaba.

—Nano.
—¿Aún no te acuestas mujer?

—Te esperaba.
—¿Qué te ocurre?

—Quiero dormir sola esta noche y las siguientes también y, no sé hasta cuando.
—Estás loca tú, de donde acá que quieres dormir sola.

—No quiero ni voy a discutir el asunto. Cada vez que regresas de Iquique, me viene una sensación de asco, tú trasciendes a esa mujer, la tal Emilia. Anoche no te hice problemas. Tuve pesadillas así que te pido que te vayas a alguna de las habitaciones para visitas.
—Esta es mi casa y me acuesto en mi cama.

—Fernando, si no te vas tú, me voy yo. ¡Decide!
—Estás enferma de celos,

Estela se levantó en cuanto sonó el Toque de diana a las seis de la madrugada. Su marido había optado por cambiarse de habitación dejando a su mujer en la alcoba principal. Estela ordena a Lucía a que vaya por Ernesto, le dice que necesita repare algo en la casa.
Ernesto, camina hacia el interior de las casas.

A las ocho, los soldados recorrieron casa por casa enviando a todo el mundo a la estación de trenes. Allí sobre el andén y mirando a los huelguistas y sus familias estaban las cuatro ametralladoras. Los soldados cerraron los accesos. Por el andén se pasea el capitán Herman. Dos sub oficiales le escoltan, de su cintura pende el cinturón con su pistola y su sable envainado, en su mano derecha porta una especie de bastón de mando, pero, más bien es una fusta para azotar a su caballo.
Fernando Gómez y el abogado también están presentes, se han ubicado detrás de la línea marcada por el comandante. No ven a los guardias, ya saben que el capitán los ha marginado de todo.

Los mineros esperan parados, con sus sombreros puestos, algunos con sus mujeres del brazo y los hijos cerca, nadie falta. Alamiro y algunos delegados están agrupados en una de las primeras filas, el presidente está flanqueado como siempre, Francisco, Inti y Luciano le rodean, falta Ernesto pero desde hace un par de días Atanasio ha tomado ese lugar. El capitán se para en el centro del andén y comienza su discurso.

“Señores. La Patria se hace trabajando y no haraganeando como ustedes. Hace pocos años que el ejército de Chile se batió en dura guerra por estos territorios. Este desierto nos costó la sangre de muchos valientes soldados y hoy ustedes no quieren hacerlo producir.
Me han delegado el mando para que todos ustedes regresen al trabajo. Y eso es lo que vamos a hacer. Dictaré las órdenes para acabar con esta huelga y quien no las acate será pasado por las armas, o encarcelados.
Ustedes hicieron sus peticiones y los señores administradores les dijeron lo que podían darle, ahora ustedes han de aceptar eso y volver a trabajar. Debieran darse con una piedra en el pecho por lo que les han otorgado. Y ahora quiero al cabecilla de esta revuelta. Lo quiero acá al frente mío. Quiero verle la cara. “

Alamiro, mira a la gente, a su gente. Mariana está cerca de él le mira con temor. Alamiro comienza a caminar hacia el centro de la estación. Se ubica frente al capitán.

—Soy Alamiro Araya, obrero y presidente de la mancomunal de trabajadores de esta oficina, soy quien encabeza esta huelga.

—Sargento Sanhueza –Grita el comandante
—A su orden mi capitán.
—Ordene a los soldados que calen bayoneta.
—A su orden.

—¡Regimiento atención! –suena fuerte la voz del sargento ¡Firmesssssss!

Los tacos de los soldados suenan al unísono.

—¡Calar, la bayoneta!

Los soldados sacan los afilados yataganes y esperan, uno, dos, tres. Un solo golpe se siente cuando las bayonetas quedan aseguradas en la boca de los fusiles.

—¡Al hombro...Arm...!

“Mañana lo quiero a todos trabajando” –dice el capitán, mirando directamente a Alamiro, quien no baja la vista-

No puedo ni desenfundar mi pistola ni desenvainar mi sable –piensa el capitán, mientras golpea el bastón en su bota- Si lo hago tendría que usarlas. – recuerda eso de: no desenvainar sin motivo y no guardar el arma sin honor- Es la ley, el mandato de honor. Mientras no lo haga, tengo alternativa. Veré si este roto de mierda se asusta y regresan a trabajar

Si no regresan a las labores, en primer lugar usted irá la cárcel o lo fusilo, luego seguirá el resto.

Curiche
Junio 21, 2007

Texto agregado el 21-06-2007, y leído por 267 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
13-08-2007 No, no...asi no puede acabar eh? currilla
14-07-2007 Excelente***** Catacumba
09-07-2007 todas mis estrellas, JuanManuel!***** gringuis_
28-06-2007 Este año se cumplen 100 años de la matanza en la Escuela Santa María de Iquique, y en el fondo, las cosas no han cambiado mucho, la represión contra los obreros sigue siendo la misma, a los ricos patrones no les basta con su riqueza, quieren cada vez más, sin tener la menor consideración hacia los trabajadores, como si no se tratara de seres humanos idénticos en todo a ellos mismos. La actitud de Alamiro frente al pelotón va a ser decisiva para el rumbo que van a tomar los acontecimientos, si los enfrenta en forma serena y sin demostrar miedo, sabe que va a infundir el mismo valor en los trabajadores y sus familias. Y como creo conocerlo a través de tu historia, tengo confianza en él. loretopaz
28-06-2007 ¿Hasta cuándo se van a mantener firmes los obreros? ***** No me gusta lo que sospecho pasara. ***** tequendama
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