EXPLICACIONES AL COMISARIO (reparado)
Un encendedor de aluminio, un libro viejo con una portada improvisada de cajitas de cereal, una antigua radio portátil, un saco que huele a tabaco, una revista de moda femenina _ indicó el policía mientras rebuscaba con mucha avidez la harapienta mochila del detenido.
_ ¿Solo eso? _ preguntó el comisario, ya casi apaciguado.
_ Claro que no mi señor. En los bolcillos posteriores hay tres condones al parecer vencidos, y son del seguro social. Y también hay escasas porciones de marihuana disimiladas dentro de roídos discos – detalló el policía encubriendo entre pausadas palabras su vieja voz gangosa – ropa y mas ropa. Creo que eso es todo mi señor.
Mario estaba maniobrando trucos de flexibilidad con sus trémulos dedos, mientras se mecía en una silla muy cómoda que los juzgadores le habían proporcionado de cortesía. Se veía atraído por los versos e himnos escritos en las paredes, “yo escribo mejor” se decía. Las críticas literarias que elaboraba en su mente constituían un intervalo ajeno a la realidad de ese momento, tanto así que ya los restos no existían. Estaba rodeado de normas escritos hasta en las persianas, de cuantiosos iconos que colgaban en las paredes, y que él los había estudiado en la escuela de primaria: recordó a su profesora de de historia estrujándole el oído con una fuerza brutal.
_ ¡Mario Romero…sabe usted que esta prohibido molestar a las hijas de los frailes, y menos en ese estado! – Indicó el comisario – ¿Tiene usted algo que decir para justificar?
La opresiva voz del comisario lo hizo volver en si. Pensó en la mochila y mostró una vaga preocupación que desvaneció en la realidad. Sustrajo un reloj de bolsillo de su saco color pardo con verticales rayas blancas (extravagante) y se notificó la hora; del mismo modo, se informó también del la fecha viendo su diminuto calendario que mostraba en la parte posterior, el rostro de Bob Marley y, comparándolo con una que estaba en la pared, le solicitó al comisario que repitiera la interrogación.
_ ¿Que hacia molestando a la hija del cura en la puerta de la iglesia?
Mario, adaptó su trasero en la silla interrumpiendo su bostezo cubriéndose la boca con la mano. Le hacía falta un cigarrillo, pero comprendió implícitamente que esos tíos vestidos de verde (policías) no lo permitirían. Conformado, se dispuso a hablar con un estilo de viejo burgués:
_ En primer lugar señor de bonita corbata: la hija del cura se llama María de la Cruz, y es mi novia; bueno, mi ex novia, desde hace poquito. En segundo lugar: yo no le estaba molestando, eso es muy falso. Le estaba pidiendo disculpas, por que, mediante su murmuradora prima que alguna vez mantuvo un efímero romance conmigo, sé enteró de que le estaba sacando la vuelta con la hija del portero de la iglesia. Además, no sé como se enteró de que frecuentaba el burdel que está a espaldas de la iglesia, ¿usted conoce? Lo cierto es que yo solo fui a ese lugar una vez. Caray, como es la vida. Como ve, yo solo le estaba insistiendo que me perdonara, hasta que, hay dios, llegó su padre, quien por fortuna no me hizo nada. Y ahí llegaron ustedes. Tercer lugar señor comisario -me olvidaba-. Yo no sé que hago aquí, si yo no he hecho nada mas que tomarme unas cuantas copitas como todo ciudadano, acaso eso es un delito. Exijo justicia, señor comisario.
El comisario examinó a Mario de pies a cabeza, con una cierta diferencia y quizás hasta envidia. Los viejos comisarios tenían mala reputación entre las mujeres, ellas decían que eran muy rudos, torpes e injustos en todo. En cambio, Mario, con sus zapatillas de percal gastado, su pantalón apegadito, como si fuera de mujer, y su saco de cuyas mangas caían esquirlas humedecidas, era un vil mujeriego, todo un Don Juan. El comisario, con esa su quizás discriminada manera de visualizar a Mario, quien aguardaba en silencio, concluyó su estudio visual dando rienda suelta a una prolongada carcajada, invitando al policía que resguardaba la puerta a sumarse a ese festín de risotadas que Mario consideraba muy infantil y estúpido.
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