Una vez pensé que mi destino sería no permanecer en nada ni en nadie; ser para siempre, ilusión, deseo, recuerdo o sueño y ahora cada vez estoy más segura que este destino terminará por alcanzarme.

Pero ¿Cuándo empezó todo?, ¿cuándo empezó esta huída? Es difícil saberlo.

¿Fue tal vez el día que supe que los cuentos eran sólo cuentos? o ¿tal vez el día que dejé de ser eterna? o ¿aquella mañana de sábado en la que el tiempo se paró y descubrí el dolor absoluto y tuve que aprender a vivir con la ausencia insoportable? o ¿tal vez aquél día en el que uno de mis amores condenados al olvido me relató uno a uno, con paciencia y sin piedad, los rencores de toda una vida?

¿Y ahora qué?, ¿por dónde empiezo?, ¿qué puedo hacer para burlar mi destino de viento?

Hay días en los que me dejo llevar por regiones oscuras y sólo me vale tranquilizarme el alma con palabras de otros que han llegado tan lejos como yo, que han cruzado los mismos pantanos, que han entrado al laberinto sin ovillo y sin importarles encontrar la salida, con palabras de otros que como yo saben del olvido imposible y de la ausencia de siempre.

Otros me dejo llevar por los sentidos, entonces busco el sol y sólo me vale estar quieta escuchado las historias que me cuenta el viento y lo observo todo, lenta, muy quieta, apenas sin respirar, hasta sentirme parte del paisaje.

Los más no me vale nada y me miro al espejo y me pregunto ¿Hasta cuándo esta farsa? dime, ¿qué estás buscando?, ¿lo sabes, acaso? Ponle un nombre al sueño y dilo en voz alta, ¿te atreves?