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“Observa la gente en el metro – me dice mi amigo Ricardo – conviértete en un espía y averigua lo que mas puedas, piensa que todas las personas de algún modo esconden poesía”.
Sus palabras se me vienen a la mente desde el primer momento que entro a la estación. Es mi única opción, las calles parecen ríos, la lluvia llego para quedarse y no da tregua; mientras, la ciudad moderna y testaruda se desnuda bajo un negro paraguas a mil, y un delgado traje de caucho amarillo sirve para disfrazarla de alerta roja. Acá todos se movilizan, también yo. Las puertas se abren y entro al iluminado carro que semi vacío me espera, en el techo, una especie de pantalla me recuerda la temperatura y que fumar hace daño. Enfrente una pareja de ancianos observa a través de la ventana como el tren se eleva alejándose del caudal en que se ha convertido Vicuña Mackena.
Sus ojos cansados delatan la tristeza de ser viejos al igual que sus ropas que han envejecido junto a ellos, al parecer la vida no les ha sido muy amable, hablan despacio casi murmurando, tomados de la mano pareciera que se declararan su amor pero solo detallan las culpas de la ciudad y de su torpe arrogancia. De cómo nos hemos acostumbrados a vivir así, sumergidos en promesas incumplidas y soluciones in solucionables.
De un momento a otro nos hemos quedado en silencio, callados frente a la evidencia de lo desamparado que somos ante la inmensidad de lo que no controlamos. Vuelvo a mirar la pantalla y la temperatura ha bajado, me congelo. Mientras, el tren ha vuelto a sumergirse dentro del túnel bajo el cemento inundado de la terca ciudad, la pareja de ancianos se preparan para salir, siempre de la mano se levantan con dificultad, avanzan unos pasos en el momento justo que el tren frena en seco y la obscuridad repleta el espacio; continuo congelado, inmóvil, no atino a nada, a lo lejos escucho los llantos de la pareja que desde el suelo mastican la rabia y detallan las culpas de la fragilidad que los años han encargado de obsequiarles; la luz tenue que entra desde el túnel apenas ilumina parte del carro, me levanto y camino hacia ellos, me siento a su lado y les pregunto que como están, no me responden, tomados de la mano pareciera que se declararan su amor, pero solo callan no saben a quien culpar, solo se preguntan cuando descansaran de los golpes que la vida ha sabido darles. El tren comienza a moverse, los ayudo a ponerse de pie y salen por las puertas tomados de la mano como toda la vida, con la cabeza agachada sumergidos en la vergüenza de ser viejos.
Y aquí me encuentro, de pie, congelado, en la mitad del carro, mirándolos mientras el tren avanza sin culpas dentro del negro túnel subterráneo que puede llegar a hacer la vida.
jp


Texto agregado el 21-06-2007, y leído por 159 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-06-2007 Inteligente relato, estilo fluido, bien, me gustó churruka
 
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