“Cuando el artista logra expresar las vibraciones de su alma en la obra, ésta adquiere una vida espiritual autónoma y tiene, así, la capacidad de suscitar análogas vibraciones en el espectador”. (Vassily Kandinsky)
El Hombre y el acto de pintar.
Por Ingrid N. Khatcherian
Una superficie cualquiera y un atril. Un bastidor en blanco. La preproducción y la puesta en escena. Oleos, acrílicos, mucho color. Pinceles de varios tamaños, redondos, chatos, sintéticos, de cerda. Una paleta de madera previamente curada, un vaso o recipiente con agua, kerosén, trementina, otros.
Un banco ocupado frente al atril. Una carbonilla en la mano… piensa. Entonces, busca una imagen en su cabeza, en una revista, por la ventana o la crea. Pone un modelo. Manzanas, berenjenas, botellas, otras. Mira hacia la ventana, observa el bastidor.
El blanco se come la escena y no hay tema, ni interrogante, ni una inquietud. El artista tropieza con la sordera, la ceguera y sus cinco sentidos parecen velados. Desde hace un rato el bastidor no habla.
De pronto un reflejo de sol se apoya en un costado de la pared y mordisquea un tramo del fruto. Y se enciende un interrogante. La luz sobre la manzana tomó otro matiz y se le ocurre pensar todo en anaranjados. Probar, ver cómo sería.
Retoma las líneas trazadas con carbonilla y le da otras direcciones, dibuja espacios visibles. Imita lo que ve. Reorganiza lo que ve. Se sensibiliza y sus ojos se comen la escena. Llega el color que juega a las escondidas, viene y se va, se enciende y se apaga. La lucha parece una guerra en donde el más fuerte se queda con el mayor territorio. Pero el color más débil dialoga y le sugiere que trabajen juntos, que se apoyen mutuamente. Entonces, los altos avanzan en zonas pequeñas acompañados de los más fríos y, los más bajos los apoyan con cálidos toques. La comunicación genera armonía, comparten el mismo lenguaje. De izquierda a derecha, de lejos, desde más cerca, el pincel acaricia el tema y el entusiasmo permite la obra.
Se ríe, se desconsuela, sufre, se excita, se posterga, pregunta y el blanco da tregua. Un aire itinerante recorre la escena. La libertad y el color se apoderan; hace y deshace lo que siente que el cuadro precisa. El miedo es derrocado, ha nacido un artista.
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