Un abrazo,
un brazo.
Instintos
Para empezar me gustaría verte servido sobre una bandeja de cristal por pedacitos, un brazo, la cabeza, el tórax y tus piernas, así, sin pensarlo, porque lo bueno es no pensar cuando tienes miles de peces nadando entre el vientre, de un par de mordiscos te acabo. O puede ser que te deje entero y te coma despacito y a pedacitos desde la punta de la cabeza a los pies, o que empiece por tus manos, por tus dedos largos e impecables que tanto me duelen cuando tengo hambre y tú reniegas de mi boca que empieza a sangrar.
Aunque todo, valga aclararlo, depende del clima, porque si esta haciendo mucho frío y necesito un poquito de tu calor, te meto en una olla y preparo un buen caldo caliente, así puedo beber tu espíritu y tomar tu carne blanca y blanda, como en las noches, cuando tus muslos quieren los míos y no te importa quien eres, ni quien soy.
También te puedo, que se yo, desmenuzar y aderezar con vino de naranja, aunque lo malo, en ese caso, es que no sabré si lo que me estoy llevando a la boca es un pedazo de tu vientre, de tus labios, o de tu espalda -¡que por dios, como me gusta cuando es de noche y solo se refleja en tu rostro la luz de la luna!-. Aunque la verdad, creo que esta opción mejor la quito, primero porque no quiero aderezarte con nada, a mi me gustas así, con tu sabor primitivo, sin nada mas, libre de todo y de todos, y segundo, porque a pesar de que en toda la extensión de tu cuerpo eres exquisito, cada parte tiene su sabor, y me aterra combinar, por ejemplo, tu vientre tembloroso, con tus manos o tus labios inquietos, ansiosos, curiosos, sedientos.
Pero de todas la formas en que te puedo comer, que esto quede por escrito, la que mas me gusta es esa rutinaria y poco creativa que utilizaban los primates que no conocían el fuego y no sabían de cocina –bueno, eso me incluye a mi, porque no se cocinar y me encantas, ya ves-, que es cuando te puedo comer varias veces sin que te acabes, una y otra vez, como el árbol de manzanas, a mordiscos y desmenuzándote con las manos, la lengua y los dientes, para que al final, todo completito, te sientes sobre mis piernas, casi casi al borde de mi entrañas, que también están llenas de mordiscos y peces, y me des a beber de tu vida blanca, espesa y eterna que se revienta entre mi vientre con toda tu fuerza y me hace, sin pudor, la mujer mas feliz del mundo.
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