Lara y Marcus. Dicen que todos los caminos conducen a Roma y de tanto que te la cascas, pequeño infeliz, te dará la artritis si cuando entonces olía a neumático quemado y esos eufóricos jóvenes protestaban contra tal o cual las calles repletas de ellos calientes vivos pertinaces mecánicos Lara y su olor a celo sus tetas pequeñas y el rubio del pelo estúpido ¡ah, debiste saberlo! Y el viento obsceno de tanta bronca envolvía al muchacho musculoso y sucio ¡sí, sucio sucio sucio sucio! Como esas guitarras rabiosas de un mundo que nacía y los árboles de las cuadras y la policía. Pero vivos, joder, corrías como hembra volátil entre tanto caos pajarraco… murciélagos de la tarde negra y el hollín y los gritos y las sirenas hasta que lo único que existía era Lara y su pelo (estúpido) y el muchacho que eras todo testículos y músculos y libido y al carajo mandaste el mundo por una vulva de terciopelo rubio fogoso porque de todos modos el mundo olía a neumático hirviendo y la policía y los perros y los periodistas ¡Vamos! Si parecía tan sin remedio el mundo y pero el muchacho ¿No tenían mejor cosa que hacer esos sabuesos uniformados de odio y con cascos, tan soplones? Querías que prendieran fuego el ayuntamiento y hasta las plazas (y ahora esos estúpidos adornitos de la repisa y los juguetes y esa puta aspiradora muerta) hasta que te viste corriendo a la par de él y el milagro y la magia de las manos tomadas como inmortalizándose qué estupidez. Dicen que todos los caminos conducen a Roma pero tú, maldita zorra, nunca aprendiste a conducir y crees que el mundo es la peluquería y esas pinturitas si cuando entonces hubo que improvisar un búnker entre tanto desorden para fabricar un mundo con un beso (qué estupidez) cuando el otro mundo el de los pequeños se hacía añicos y ardía en lo que se suponía era la lucha de los oprimidos contra el sistema un nosotros y ellos que se hacía el los otros y los demás porque ese tú y yo se manoseaba en una galería de tiendas donde iba la gente a vestirse de compras y el enjambre de cositas que volaban negras con los gritos como alados que se hacían lluvia límpida en sus lenguas recluidas de boca del otro porque sólo bastaban el apretar los párpados como ver secretos celestes pero rojos y los sudores mezclados para que el mundo se volviera harapos tirados en el suelo sucio (¡sí, sucio sucio sucio sucio!) mientras las sirenas se iban hacia otro lado a perseguir al humo ¿Acaso no eran entonces una galanura, una alegría esas ropas tiradas en el piso y ese nosotros hecho un amasijo desnudo mientras el cosmos reventaba tan ciego como un hueso? Y al caer la noche todo había acabado menos ese tú y yo que creyó nacer para siempre Lara y Marcus como una babel de versos y guitarras locas libres chillonas que habían encontrado un cobijo para el grito abatido de los descontentos lejos del alcance de los pajarracos de la humareda negra lejos de todo (y ahora esa mierda de crema de afeitar en el lavabo y el periódico de ayer tirado en el sofá y la huella oscura del perro idiota en la sábana blanca) y todo camino posible se volvía manso y allanado al destino y a los ojos crédulos como espejos.
Lara y Marcus dicen que todos los caminos conducen a Roma y han aprendido las reglas de ese juego que es vivir ese nosotros tan lejano día a día, ese amor al revés o dado vuelta roma (qué estupidez) como el camino de siempre a la enajenación de los años al garbo de: las tazas de café servidas la rutina DVD la notebook los e-mails los berrinches cotidianos la renta los salarios los niños el perro tú y yo y la ventana siempre abierta al humo nuevo de los dementes nuevos del mundo nuevo al límpido celeste pero rojo de la tarde cuando una vez más el día se dispone a morir como cualquier grito de pasión que abandonan al cielo las guitarras hacia la noche donde los verdaderos héroes se siguen amando en cada insulto, en cada mano.