Sucedió en el día menos esperado. Caminaba por las calles de la vieja ciudad moderna, con pasos inseguros y mirada certera; iba en busca de los recuerdos. Después de muchos años de ausencia, de añorar las imágenes de su infancia, de querer estar ahí con la familia -encontrarse con los amigos, repetir las horas de amor con las mujeres que ya no están- podría, por fin, recrear sus vivencias apoyado en el viejo callejón de su infancia. Viejo callejón en donde jugaba a las escondidas. Viejo callejón en donde aquel Sacerdote de la parroquia vecina lo cogió de la mano para meterlo a la fuerza en aquel rincón. El rincón aún sigue ahí, como un monumento de mierda. Viejo callejón en donde el sacerdote querido por todos le bajó los pantalones y al tiempo que le pedía perdón a dios le empujó el falo de una, provocándole ese dolor maldito que nunca podría borrar de sus sentidos. Viejo callejón ultrajado, en donde sonaron las campanas de la misa de la tarde mientras él lloraba en aquel rincón, con dolor en el culo e impotencia inocente. Viejo callejón del terror. Evitó jugar ahí en las tardes, cuando el sacerdote, joven y vigoroso, jugaba un partido de fútbol con los otros niños del barrio. Ninguno de sus amiguitos dijo nada, pero en sus miradas descubrían que el sacerdote ya había metido gol en alguno de ellos. Todos callaron. Cuando pudo se fue de ese barrio, de esa ciudad de mierda, de los recuerdos, de la parroquia maldita, del sacerdote fuerte y jovial.

Viejo callejón solitario. La tarde comenzaba a marcar el crepúsculo. Esperó. A lo lejos divisó la figura conocida del victimario . Los hábitos de los hijos de puta nunca cambian. El sacerdote salía de tomar el café en el local de siempre para ir a dar la misa. Su andar ya no era vigoroso, sus pasos eran cortos y su mirada, bondadosa. Perfecto para una estampita de santo.

El cuchillo entró una y otra vez. Cuchillo oxidado, certero. Los ojos libidinosos del sacerdote lograron descubrir, en el último segundo, el rostro del agresor... "TE PERDONO, HIJO MÍO", pensó hipócrita; después murió.

A nadie le interesó la muerte del cura Miguel -sólo a los chismosos-, y algunos suspiraron con alivio, agradeciéndole en silencio al desconocido el haber hecho lo que a ellos les impidió hacer la cobardía.

Viejo callejón sin salida.