Estoy convencido: ni el Valle de la Muerte, ni el Kalahari, ni el Sáhara; mucho menos el Gobi o Arizona. El lugar más cálido de la tierra es mi habitación. Cuando digo “cálido”, lo digo en el sentido geoclimático, no como cuando alguien te brinda una cálida bienvenida, o un abrazo cálido.
Supongo que has visto alguna vez en los documentales, esas pobres larvas o aquel ratón que es presa de una araña. Pongamos como ejemplo una Lycosa Tarántula (o araña lobo), remendando el vestido a medida que diseñó para su “amigo” el escarabajo, afanada en su labor. Terminada su faena como modista, con suma paciencia, abre un hueco en la malla de seda con sus grandes colmillos e inyecta jugos gástricos en el interior del coleóptero, que comienza a ser digerido en vida. Debe ser cuanto menos preocupante tener una visión semejante de la muerte de uno, sobre todo cuando tu captor extrae una pajita y comienza a sorberte como si fueras un granizado de limón. El tiempo se ralentiza, no puedes moverte y, en caso de conseguirlo, es en vano.
Así me encuentro yo, son las 03:17 de la mañana; y noto cómo me voy derritiendo dentro de mi horno particular, puedo moverme, pero no me sirve de gran cosa. Miro el reloj, otra noche sin dormir…¿Dónde está la araña?
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