Ha muerto Javier....
Ha muerto Javier....
16:45 PM, 13 de junio. Llamo a Javier para decirle que lo quiero mucho, le pregunto como está y cómo le ha ido. Me dice que no se siente muy bien, que otra vez está complicado con la gastritis y el reflujo. Pero no quiere dejar de trabajar, está terminando de elaborar el informe para la conferencia de la izquierda Mapuche. Su voz denotaba dolor físico y quedé muy preocupada; pero insistió en quedarse hasta terminar su trabajo, diciéndome que se va a retirar temprano.
18:30 PM. El compañero Aillapán me llama desde la oficina para avisarme que Javier se sintió mal, que lo vieron pararse del escritorio, irse a sentar a un sillón y desvanecerse. Que llamaron a la ambulancia y que iba camino al hospital. Nadie podía dimensionar que tan mal iba, no supieron darme indicios de su condición real, todo giraba en torno a una supuesta gastritis. Sin embargo algo me decía que era grave y me dispuse a viajar a Temuco.
19:00 horas. Camino a Temuco llamé a Aillapán para preguntarle como iba todo. Me entrega más detalles: que junto con el desvanecimiento le dieron vómitos y que Javier se quejaba de un fuerte dolor en el pecho. El miedo empezó a actuar en mí, era más grave que otras veces y no me parecía una simple gastritis.
19:15 horas. Llegué al hospital con la ansiedad de quien no sabe lo que pasa. Allí estaban muchos compañeros esperando el resultado del médico en la urgencia. Un par de minutos después informa a todos los que estábamos esperando, que Javier llegó haciendo un paro cardíaco y que en ese momento se había estabilizado. Agrega que su estado es gravísimo, ya que, según los exámenes, tiene una escisión a lo largo de la aorta. Que presenta una neurisma de 7 centímetros en la aorta que provocó la escisión. Que si no se opera antes de tres horas morirá.
Pude pasar a verlo y darme cuenta que se estaba muriendo, aunque estaba conciente e incluso hablamos. Le dije que lo amo, que lo necesito, que sea fuerte. Me preguntó por Alejandro, me dijo que nos amaba y que estaba tranquilo. Sus manos estaban débiles, como maceradas, su último esfuerzo fue para apretar la mía. Lo besé, acaricié su rostro.
Me entregaron sus cosas, su ropa. Me pidieron que saliera de la sala.
Al salir de la sala el médico me señala que en el hospital regional no están las condiciones para operar y que debía ser trasladado a una clínica. Le tomaron un escáner y luego fue trasladado. No me permitieron (y a nadie) acompañarlo en la ambulancia.
En la clínica lo veo pasar a pabellón, sus ojos fijos en los míos tienen la mirada tierna que tantas veces me regalara. Nunca olvidaré esa mirada. Nunca más lo vi con vida…
Mi corazón está sangrando.
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