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Las ciudades y el escudo

En tiempo de la ciudad autónoma de Osores, antes de que el imperio Noldai fuese forjado como tal por el renombrado Perion junto a la voluntad de Efebero y las ciudades-estado dominaran el sur de Everad con sus reyes independientes y las alianzas que los unían en ocasión de guerra y paz, existía una gran rivalidad con la ciudad vecina de Mirut, ahora llamada Unodes.

Esos eran días de constante alarma y conflicto, porque ya fuese por el pastoreo de las cabras, por el control de las minas cercanas, por los desagües que inundaban terrenos bajos, o por el tránsito de determinados caminos, siempre surgían variedades de enfrentamientos inesperados y muchas veces absurdos entre los habitantes de una u otra ciudad.

Gobernadas por dos hermanos por parte de padre, esa era la fuente de la mayoría de las rivalidades. Unodo, el rey de Osores, creía que el antiguo rey Osor lo había perjudicado al legarle esa ciudad carente de salida al mar, lo que perjudicaba su comercio; Mircano, rey de Mirut, se veía a si mismo como el agravado, porque su ciudad carecía de accesos fáciles por su posición entre marjales y ciénagas, y estaba aislada de los demás emplazamientos de la región.

Esa rivalidad entre los hermanos era la piedra fundamental de una sucesión de oposiciones que se habían extendido, primero a los nobles de ambas ciudades, luego a los ciudadanos, y por último a los campesinos y a los mendigos y pobres.

Desde las primeras fechas de asido el cetro por los hermanos (el comienzo de su gobierno fue en el mismo día) y hasta unos siete años después, las rivalidades habían crecido y alcanzado a todos. En los últimos tiempos habían adquirido un carácter más relevante y por demás peligroso, porque ya cundía por las calles de Mirut y Osores el rumor de asesinatos de importantes personajes llevados a cabo por cofradías financiadas por los reyes, que tenían como finalidad única perjudicar a la ciudad vecina con la pérdida de elementos de destacado valor comunal. Este había sido el remedio que habían hallado los hermanos para atacarse entre sí, porque temían chocarse abiertamente en un enfrentamiento armado ante la posibilidad de que, una vez finalizada la guerra, los hombres de Sattro, una ciudad belicosamente muy importante y provista de igualmente importantes alianzas, se abalanzara sobre el vencedor cuando se hallara en tiempo de restauración y de paz.

Así era que, habiendo sido ambos hermanos rechazados por el rey Pistaro de Sattro respecto a alianzas de armas, esperaban el momento oportuno para lanzarse al combate y zanjar de una vez sus conflictos.

Fue en el doceavo año del comienzo de sus reinados cuando esa oportunidad se les dio finalmente, porque recibieron noticias de que Pistaro había roto sus asociaciones con los reinos vecinos y se preparaba para la guerra. El señor de Sattro marcharía la próxima primavera hacia el este, dejando su ciudad libre y prácticamente sin guerreros. Si bien los hermanos pensaron que sería una buena oportunidad para lanzarse a la conquista de la importante ciudad, se dieron cuenta de que se expondrían demasiado y al regreso de Pistaro no habría modo de que la defendieran para que no fuese retomada, logrando únicamente que sus cuerpos muertos fuesen dejados a la intemperie por los de Sattro. Descartada esta posibilidad, cada uno se concentró en la inminente guerra, su propia y postergada guerra, y comenzaron a formarse los ejércitos para marchar en dos meses, etapa en que comenzaría el reverdecimiento.

Sin aliados ni caballería, carros o arqueros, los ejércitos de Osores y Mirut solo estaban compuestos por una tradicional infantería armada de lanzas, escudos y espadas de bronce. Cada uno contaba con sendos héroes de reconocido valor y esperaban que el propio matase al enemigo en combate para inclinar la balanza y decidir el resultado, porque este solo llegaría luego del deceso de uno de los dos ilustres.

Por parte de Mirut lucharía Firgonte, un hombre alto y robusto, cuya lanza era la más peligrosa de la comarca y su escudo de doce pieles y dos capas de bronce, que solo él podía asir, nunca había sido atravesado por un arma en batalla. Se decía que Efebero mismo lo protegía, haciéndolo duro como la roca y proveyéndolo de un coraje excepcional.

Respecto a Osores, Carcantis, el ágil, era el más destacado. Sus veloces movimientos eran su mayor ventaja sobre cualquiera que se lo opusiera, porque no había hombre más rápido que él. Era muy peligroso por sus lanzas, que arrojaba con gran precisión, pero por su espada era más reconocido, porque la blandía mejor que cualquier otro. Se rumoreaba que a él también una deidad lo protegía: Juven, el señor de las cuatro corrientes.

Cada facción había invertido en su baluarte la mayor suma disponible de recursos para armarlos como a los mejores y ayudar a sus excelsas cualidades con las magníficas obras de los broncistas locales, los que se autoproclamaban como los mejores de la región.

En cuanto a Firgonte, el afamado artesano Escamio le había fabricado una robusta lanza de más de dos metros de largo, con asta de fresno y hoja larga, gruesa y afilada, para perforar cualquier defensa. Sus hombros estaban cubiertos con una dura coraza de bronce de magníficos adornos, que contenían la figura del león y el jabalí, símbolos de Mirut. Su yelmo tenía un penacho de crines de caballo coloreadas de amarillo y sus grebas y brazales eran de bronce y adornados con plata. Todos los de Mirut depositaban en el brazo que blandiría la ingente lanza, toda su fe.

Carcantis, por su parte, vestiría las armaduras que recibiera de su padre, adornadas de guardas de oro y plata que le conferían un magnífico aspecto. El yelmo de penachos rojos, los brazales y las grabas de guardas doradas, habían sido también heredadas de su progenitor. Su lanza y su espada habían pertenecido a su hermano, que muriese en una reyerta contra los de Mirut y ahora él las blandiría orgulloso. El deseo del héroe hubiese sido usar todas las armas de su familia, probadas en batalla y de reconocido valor material, pero como no contaba con un escudo, el artesano Ocarta, afamado por sus obras, se lo fabricaría.

Hecho de siete pieles de buey y dos capas de bronce, poseía unas agarraderas firmes y no era demasiado pesado. El artesano, haciendo gala de todos sus recursos, había colocado en la cubierta un cielo circular, que todo lo rodeaba siguiendo la orla, en él estaban la figura del sol y la luna, de oro y plata, estaban también las estrellas, todas de plata; había colocado la tierra, de cobre, y el mar, de estaño, que se sucedían en capas hacia el centro. Las aguas, de marcadas olas, eran surcadas por naves de muchos remos, y en tierra se veían dos ciudades (conocidas por todos, una era querida y la otra odiada) que eran parecidas, pero no iguales, había en ellas comerciantes que exponían sus productos y mendigos que pedían en las calles. Fuera de los altos muros había extensos campos con sus rebaños pastando cuidados por sus pastores. Entre los emplazamientos se veían vastos ejércitos que se preparaban para entrar en batalla, al frente avanzaban los reyes, de áureos cetros, acompañados de sus correspondientes augures y campeones. De estos últimos, uno era alto y robusto, armado de un escudo enorme; el otro era más bien delgado, pero de miembros fuertes, poseía un escudo en que se veían dos ciudades enfrentadas, el mar, el cielo y la tierra. En esta defensa estaba contenida la libertad y cautividad de todos.

***

Armados y dispuestos, cuando el tiempo requerido hubo pasado, los ejércitos se dispusieron a partir y los augures fueron llamados para pedir los vaticinios para la batalla.

-los dioses han hablado. Firgonte, tu lanza tiene la capacidad de atravesar las ciudades- le dijo Acante, el augur de Mirut al campeón -pero recuerda que tú, solo, enfrentarás al campeón que es defendido por ciudades y mares-

Firgonte se preocupó por el vaticinio, porque no le traía certezas, sino que solo le brindaba preocupaciones.

-los dioses han hablado- comenzó a decir Nartano el augur de Osores -en ti reside el poder de vencer- le comunicó solemnemente a Carcantis -pero si el campeón de la ciudad bienamada fuese herido por el cruel madero del tamarisco, el fatal resultado será la pérdida del cetro-

Carcantis, confiado, porque no creía que nadie lo hiriese con un desestimado tamarisco, marchó al frente, dispuesto a batallar. Todo el día anduvieron sin pausa y por la noche descansaron, porque la batalla sucedería por la mañana. Acamparon al refugio de una arboleda, a la vera del río, y cenaron alegres, haciendo numerosos sacrificios a los dioses.

El héroe de Osores dejó su escudo y sus armas a un lado, apoyados en un tocón seco, y se durmió. En las horas de oscuridad, agitado en sueños, de un golpe hizo que sus cosas se cayeran y lo despertaran con gran sobresalto.

Desde el otro lado, al este de esa posición, los hombres de Mirut cenaron también e hicieron numerosos sacrificios a los dioses de la guerra y el valor, Setembro y Efebero, y luego descansaron tranquilos, excepto por Firgonte, que invadido por malos sueños volteó sus armas, que reposaban a un lado de su lecho, quebrantando así su paz.

***

Al llegar la mañana, sonaron las trompetas y tras numerosos sacrificios, los ejércitos se dispusieron en formación, la distancia que los separaba era escasa.

Firgonte y Carcantis esperaron al frente y se dispusieron a batallar, cuando había comenzado la marcha les llegó una señal de los dioses, que los augures interpretaron sin discrepancia. En medio del campo había dos guaridas donde dormían numerosos chacales, en esos momentos estaban todos fuera junto a sus cachorros y los dos machos líderes, que descollaban de entre los demás por sus grandes fauces y sus miembros robustos, comenzaron una pelea en la que se dieron peligrosas dentelladas y bañaron el suelo de negra sangre. Los demás chacales se fueron uniendo a ellos poco a poco y pronto todos se involucraron en la gresca; en los revuelcos y los choques, aplastaron a sus cachorros y todos murieron. De los adultos, solo unos pocos sobrevivieron.

-es una señal- gritaron Nartano y Acante a un tiempo, el primero cedió la palabra al segundo, porque entre ellos existía un gran respeto, así dijo este -los dioses han hablado, no deben enfrentarse los ejércitos, sino que deberá resolverse por otros medios, de lo contrario, serán los habitantes de nuestras ciudades los que sufran, porque muchos perecerán- Nartano asintió, concordante con cada palabra.

Lo que se decidió era lo único que podía traer una solución lógica al conflicto, se haría lo usual, el combate singular entre campeones. El pacto de una lucha igual entre Firgonte y Carcantis sería el que decidiría el dominio de uno de los hermanos sobre el otro; habiendo acordado, sellaron sus promesas con nuevos sacrificios a los dioses imperecederos.

Dispuestos y ansiosos, los campeones se adelantaron para dar comienzo al combate. Tirises, un anciano de Mirut que era de afamada y reconocida prudencia, sería árbitro del enfrentamiento.

Cuando Firgonte se armó, notó que la hoja de su lanza había quedado marcada por la caída en la noche, porque había dado sobre una dura y filosa rama que le había arrebatado el brillo. A su vez, Carcantis notó que en su escudo se había producido también una marca, de cuando se resbalara del tocón; ahora había una raya en la rodilla de uno de los combatientes.

Los campeones se encontraron en el centro y no se dirigieron la palabra, al contrario del obrar usual entre guerreros, ya que la primera herida que siempre se intentaba infligir al enemigo era la verbal.

Tirises los hizo alejarse unos treinta pasos y dio la señal de inicio. Carcantis tomó la iniciativa y arrojó su lanza al contrincante, esta se clavó en el escudo de numerosas capas y quedó frenada en la novena, a la altura del pecho. Firgonte la removió de su defensa y arrojó la suya, que era tan pesada que solo él podía blandirla, pero el campeón de Osores logró esquivarla. Continuaron luego midiéndose con sus espadas, pero ninguno era lo suficientemente diestro como para superar al otro en pericia, por lo cual los bronces, de tanto chocar, terminaron perdiendo el filo.

El combate continuó y Carcantis, seguramente impelido por el vigor que alguno de los dioses le otorgara, logró herir al campeón de Mirut en el brazo que asía el escudo, justo en el hombro, que había quedado descubierto, por lo que este debió dejarlo. Sin defensa, Firgonte comenzó a correr y el otro lo persiguió, pero sucedió, sin embargo, lo que las leyes divinas dictan, porque los imperecederos dan con una mano y quitan con la otra: Carcantis había caído al suelo, en la articulación de su pierna sentía un repentino y profundo dolor. Viendo su oportunidad de vencer, Firgonte corrió a donde su lanza se había clavado en el suelo y logró arrojársela a su enemigo, este intentó cubrirla con el escudo, pero antes la lanza, penetrando de costado y dañando las imágenes de la ciudades, superó las capas de pieles y de bronce, y se clavó en el vientre de Carcantis, así dio con tierra y sus miembros perdieron vigor, y escapándosele su alma del cuerpo, sus armas resonaron.

Con esa victoria, Unodo, rey de Osores, debió entregarle a Mircano su cetro y el control de su ciudad y el pueblo fue esclavizado; sin embargo, ese mismo día se vaticinó la muerte de Mircano y el dominio que Osores obtendría pronto sobre Mirut, porque se dijo que Escandrio, el hijo de Unodo, asesinaría a su tío y se haría del poder. Como los otros, el vaticinio se cumpliría, porque el tocón seco junto al río era de tamarisco, y al caerse el escudo por culpa de Carcantis hirió la pierna de la imagen, que era la de él mismo. Sin embargo, también las dos ciudades fueron atravesadas por la lanza de Firgonte y sucedió lo que eso significaba, porque ambas ciudades cayeron. Pistaro, rey de Sattro, había engañado a los hermanos con falaces rumores de desunión y una falsa marcha, y regresando desde el oeste luego de un amplio rodeo, hallando a uno de los ejércitos sometido y al otro preocupado por mantenerlo en ese estado, no le exigió gran esfuerzo dominarlos y hacerse de los dos cetros.

En el futuro los hermanos se unirían por única vez para librarse de Sattro, y a la traición de Mircano llegaría la venganza de Escandrio, que fundiría los cetros de su padre y su tío para hacer uno único, y gobernaría Osores y Unodes, renombrando así a Mirut en honor a su padre.

Todo fue dicho y sucedió, así lo recuerdan los antiguos.


Texto agregado el 19-06-2007, y leído por 1888 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-09-2007 Wow, me enantaron las descripciones, y muy buenas las historias de los hermanos y como se unieron. Lo único que tengo para acotar en contra, es un uso de las comas "," y frases demasiado extensas, que están ligeramente ligadas a partes que le siguen, pero nada más. Espero que pases a leer lo nuevo que he subido 4* bjuanche
29-07-2007 Mucho mejor que el primer cuento, aunque son distintos. Aquí hay más narración, más descripciones que fue lo que me faltó en el primero. Se hace bastante pesada leerla, sobre todo en la noche (T_T) pero lo hice y qué te puedo decir, de repente uno se olvida, quién es el padre de quién, cuál es cuál, pero retomando un poco se resuelve. Intenta separar todos los párrafos con un espacio, créeme sirve para que no se haga tan pesado. Saludos y nos estamos leyendo ^^ Seifer
14-07-2007 Sigue un poco pesada la narrativa, creo que en los cuentos debe haber un poco más de diálogo, pero al narrar se va formando sin necesidad de escribirlo. Froilan
 
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