Poner en palabras lo que era, resulta imposible. Poner en palabras lo que sucedió por ella, simplemente es doloroso, aunque necesario.
Una belleza y una gracia a la que ni el más avezado poeta hubiese logrado acercarse con sus más galanes y mejores adjetivos era su constitución casi divina. Dicho antes, no hay palabras que logren hacerle justicia. Hasta la mismísima princesa Amin de los Anferion se hubiese sentido humillada en su presencia e invadida de la más desgarradora vergüenza al atisbar siquiera compararse a ella; destino irremediable le hubiese resultado la más acérrima angustia y la más penosa de las muertes.
Tal era la sublime imagen de su divina perfección, que nombrar sus pretendientes hubiese resultado obviamente agobiante y por demás inútil. Cabe decir que no todo hombre que contemplaba su belleza y caía rendido ante su infalible hechizo de inmediato aspiraba a su amor y dejaba su vida por ella, no todos lograban sobreponerse al primer atisbo y muchos de los que lo hacían no se hallaban dignos de respirar el mismo aire y de bañarse bajo la misma luz y calor, y de inmediato se propinaban a sí mismos la más dolorosa de las muertes por su eterno honor y gracia.
Para cualquier mujer también era peligrosa su belleza porque de inmediato la envidiaba y enloquecía al notarse tan inferior, para los hombres en cambio, la locura que los invadía los volvía peligrosos, y solo los más dignos y esforzados caballeros eran capaces de aspirar a recibir una mirada de la doncella.
Paladines y Campeones de todas partes del mundo acudían a ella al sentir un llamado superior ellos mismos que los atraía y los ataba a su presencia, y como los demás, todo lo perdían al esperar en la base de la alta torre que habitaba. Una verdadera multitud se había congregado bajo los muros grises y tan caros guerreros y hombres de fuerte miembros constituían al grupo que ni el mejor ejército de esos tiempos podría haberles hecho frente, su número era en efecto tan crecido, que alrededor de la alta torre una ciudad de pretendientes estaba surgiendo cimentada en piedras de amor ciego y ciega locura. Las mujeres ya no frecuentaban esos parajes.
Entre los infinitos pretendientes admito que me hallaba yo, Luartha de Lemanter, mi pecho dolido sufría al reconocerla tan cerca y mi ser entero era desgarrado por una pena abrumadora que surgía del hecho de saber que nunca mis brazos la estrecharían, pues para que eso sucediera, de entre todos los miles y miles que habitábamos los alrededores, justo mi persona debería ser la agraciada de su elección. Como yo, tantos otros estaban concientes de este hecho, y aunque la mente es sabia, el corazón la enturbia y la vuelve lenta, vulnerando los más razonables discernimientos y haciendo del más prudente una víctima de la insensatez, y aunque siempre me había considerado superior a todos los pretendientes de los que oía desde la lejanía de mi tierra, debo decir que ahora los entiendo a la perfección. Ahora que todo terminó.
En los días de mi juventud yo era el paladín de un reino lejano, que no mencionaré, y era considerado el mejor guerrero de la corte, mis miembros robustos y mis movimientos ágiles me volvían infalible cuerpo a cuerpo con cualquier arma o sin ella, pero mi inteligencia y astucia eran aún mayores, y podía lidiar con cualquier problema tan bien como el que más. Cualquier competencia o torneo de cualquier índole y cualquier acertijo o trivia que se planteara podía yo resolverla con escasa dificultad y me hacía siempre de los honores para envidia de los demás competidores. Era así que en cierto momento, nadie se atrevió a enfrentarme en ningún tipo de competencia y muchos rehuyeron mi amistad por mi orgullo, que debido a mis sucesivos triunfos crecía tan rápido como mi fama.
En uno de los comunes días dentro de la corte, que se estaban volviendo aburridos a mí, uno de los tantos enemigos que me gané con una de mis incontables victorias llegó tratando de injuriarme con un desafío que, según aseguró sobre su sangre y su descendencia, yo no sería capaz de sortear. Me sentí agraviado al oír semejantes palabras de un ente al que consideraba plenamente inferior a mí en cualquier facultad y salvando mi honor acepté el desafío que se traía entre manos. Así me habló:
-en tierras lejanas vive una doncella que cautiva a cualquier hombre que se acerca demasiado a su ser, describirla con palabras es inútil ya que ninguna existe en ninguna lengua para describir cuan hermosa es. Decirle hermosa es una profundísima injuria a ella-
-basta de preámbulos, dime de una vez tu insuperable prueba y te demostraré que es tan sencilla para mí como montar a caballo o asir una espada-
-muchos se han reunido en torno a ella pretendiendo su amor, más ninguno ha resultado digno, y a pesar de saberse derrotados, ninguno ha podido escapar al hechizo al que ella los ha atado. Te desafío paladín, no a que regreses dueño de su amor, sino a que regreses luego de haberla visto-
-tú has podido regresar, para mí no significará un desafío- le respondí riendo.
-yo no he estado en su presencia, no me he atrevido a acercarme siquiera a la comarca que habita-
-cobarde, yo te demostraré por qué soy quien soy, verás que un verdadero hombre es capaz de ir a verla y volver mil veces, y que un verdadero guerrero como yo es capaz de volver con ella a sus pies, rogando por su amor-
Me fui ese mismo día, totalmente llevado por mi orgullo y por la cólera que me produjo la insolencia de aquel hombre al que había yo vencido reiteradas veces sin hallar resistencia y sin reparar siquiera en su noble linaje y su sangre azul.
Viajé un par de semanas en la dirección indicada y estando ya a unos pocos días de la torre, sentí un embrutecimiento en mente y cuerpo que me dejo casi paralizado, un llamado superior a mí no me permitía responder y me atraía sin remedio a la mismísima doncella. Llegué unos días después y me encontré ante una alta torre que se erguía orgullosa de alojar a la más cara mujer que jamás posara un pie en el mundo, a su alrededor el suelo estaba cubierto de docenas de miles de caballeros que aspiraban a su amor y de tantos otros que ya se habían resignado a perderlo. Desde el momento en que pude verla erguida en la terraza, me uní al primer grupo, caí de mi caballo y mi espada resbaló de entre mis dedos.
Varias veces dije lo inútil que sería intentar poner en palabras su presencia, pero debo decir que inútil también sería intentar calcular el tiempo que permanecí allí o decir la cantidad de caballeros que se sumaron ala multitud en ese tiempo, o contar la cantidad que se suicidaron al perder la cordura y reconocerse indignos de aspirar a su amor. No supe si habían pasado días o años allí sin que nada importante aconteciera, más allá de la diaria espera al momento en que se asomaba a la terraza, y así, de un momento a otro en uno de los días que parecían tan comunes, la suerte de todos los presentes dio un giro inesperado que nos cambió a todos la vida: la doncella nos habló. El hecho de sentir la suave melodía de cada una de sus palabras significó la muerte inmediata de muchos, que embargados por la emoción no resistieron y sus corazones estallaron sin remedio, pues estaban henchidos en demasía; los que logramos resistir su encanto, así recordamos sus palabras:
-caballeros de todas partes del mundo: les hablo hoy abiertamente a todos ustedes en pos de una propuesta- hizo una pausa al notar que no dejaban de morir hombres ante su irresistible voz y constitución -ha llegado el tiempo de decidirme por uno de ustedes, caros pretendientes, por un único hombre para ser mi esposo- se levantó un rumor entre los pabellones y carpas, los más dignos se irguieron en su notable figura -ustedes, nobles caballeros, si realmente aspiran a mi amor, deberán enfrentarse hasta que solo ciento cuarenta y cuatro queden ante mi, solo saldrán de este campo los cobardes y los muertos-
Entonces se retiró y cada uno asió sus armas, ninguno dudó de lo que debía hacer y entre los cobardes nadie fue reconocido, porque allí permanecimos todos sin temer por nuestras vidas. Con puño firme asiendo el afilado acero nos dispusimos a combatir en una batalla que prometía ser más peligrosa que cualquier otra; por un lado, por el número de combatientes y por su valía particular, pero por el otro, por el hecho de que no había bandos definidos ni ningún tipo de comandante o capitán, en esta batalla el hermano enfrentaría al hermano y el siervo al señor, no habría distinciones al balanceo de ningún arma.
Una campana repicó en lo más alto de la torre y con su cruel e indiferente tañido dio inicio a la batalla, la que se recordaría como la batalla de la caída del caballero, porque cada uno de los nobles, honorables y de valía, combatiría allí y la gran mayoría de allí no saldría. Recuerdo que estábamos dispuestos al azar entre las carpas y las hogueras, sin formación militar y ni siquiera un aliado cuando la señal llegó a nuestros oídos, sin reparo alguno el primer golpe cayó cerca de mí. A traición un paje le arrebató la vida por la espalda a su señor, así inició la matanza.
No haré mención a lo que sucedió mientras combatíamos, pero es obvio que si yo estoy contando esta historia es porque sobreviví a lo que fue esa matanza. Ciento cuarenta y cuatro quedamos de los cientos de miles que doce jornadas antes habíamos asido nuestras armas, éramos nosotros los mejores caballeros del mundo y de entre los que sobrevivieron debo mi agradecimiento a dos de ellos, tanto como ellos me lo deben a mí. La doncella salió a hablarnos entonces.
-han probado su valor y su fama nobles señores sin vacilar y sin temer, en combate son los mejores, más noto el agotamiento en sus rostros y el sudor se mezcla con su sangre. Deberán probarme que son dignos de aspirar a mi amor llevando a cabo la siguiente prueba- todos nos erguimos orgullosos a pesar de que casi no podíamos mantenernos en pie -esta comarca era una hermosa pradera antes de su llegada y alrededor de mi torre había doce hermosos jardines distintos de las más exóticas plantas y flores que adornaban lo que ahora es un páramo desolado. Deberán entonces lograr lo que antes era aquí, limpien la sangre y entierren los cadáveres lejos de aquí, llévense las armas y los pabellones, cuando todo esté limpio nuevamente, saldré a verlos-
La doncella se retiró y solo quedamos los ciento cuarenta y cuatro caballeros, los mejores de entre los nacidos, que debo admitir, nos sentimos desfallecer en un principio ante la perspectiva de lo que sería esa nueva tarea, pero que en instantes nos sentimos embargados por una profunda emoción que le brindó fuerza a los miembros cansados y nos permitió seguir los designios de la inalcanzable doncella. Entre cadáveres mutilados y con la sangre a las rodillas comenzamos la faena, que nos demandó doce días y doce noches para ser concretada.
Ya no había sangre ni rastros de ella, la docena de gigantescos túmulos que fueron erguidos no podían ser vistos desde lo más alto de la torre, tampoco las armas o pabellones, que formaban también montes monumentales.
Satisfecha, la doncella se asomó a la terraza una vez más y su faz de luz iluminó nuestros sombríos días de dura labor, nos habló una vez más:
-han cumplido como lo esperaba caros caballeros y dando muestras de su dura constitución concluyeron dentro del plazo previsto, porque doce días corresponde al numero de ustedes dedicados a cada uno de los doce jardines, divididos en diferentes faenas, que deberán completar también en doce días. He dicho que antes había distintos jardines que rodeaban y embellecían mi torre, ahora que todo está limpio, podrán notar las divisiones de cada uno de ellos. Doce plantas exóticas habitaban cada uno de los jardines, deberán ahora reconocer la planta correspondiente a cada uno de ustedes y traer un retoño vivo para que vuelva a adornar este frío páramo que ustedes así han malogrado-
Partimos en ese mismo instante sin haber descansado y cada uno supo que planta debería hallar, yo anduve doce veces doce días y tras seguidos enfrentamientos con caballeros que se dirigían a la torre y creían poder igualarme, a todos les gané defendiendo el honor de la doncella y regresando a la torre con un retoño, a plantarlo en su correspondiente sitio. Todos los demás volvieron al mismo tiempo y de un instante a otro, los doce jardines estuvieron poblados de verdores. Una vez más la doncella se mostró en la terraza.
-los felicito nobles caballeros, porque todos han logrado su cometido, pero debo decir que no todos como correspondía, porque hubo algunos menos esforzados por mi amor y otros menos nobles en su obrar en mi nombre. Los retoños que han traído a mí serán los jueces de su campaña, en doce días, la mitad habrá florecido y la mitad se habrá marchitado, correspondiendo a los más esforzados las mejores plantas-
Esperamos entonces a lo que sucediera, velando en cada instante por la vida y recto crecimiento de nuestra planta. Debo decir que la mía y otras dos, de guerreros a los que llegué a apreciar, fueron inigualables en su magnificencia, y cada una de ellas mostró doce orgullosas flores de colorido inigualable.
-las plantas han juzgado- dijo la pretendida -mis felicitaciones a los nobles caballeros que han logrado con grandes hechos lo que otros no pudieron por flojera- estas palabras destrozaron el corazón de los caballeros que no lo lograron, y todos murieron en el instante, alimentando a las plantas que fueron dignas de la doncella -ustedes, que fueron los mejores de entre los ciento cuarenta y cuatro, serán sometidos a una nueva prueba, de la que solo la mitad saldrán airosos. Duerman esta noche, y mañana conocerán la prueba-
Esa noche, todos dormimos agradecidos tras las largas e innumerables jornadas sin descanso y fue en verdad un desafío despertarse al alba, como a todo buen caballero corresponde. La mitad de nosotros contemplamos la salida del sol, la otra mitad, jamás despertó.
-aquellos de ustedes que cumplieron con éxito esta prueba reciban mis más gratos reconocimientos, porque ahora todos podrían estar alimentando con su carne y sangre a sus propios retoños -esto nos hizo observar alrededor, ya no quedaba ninguno de los caballeros muertos, en cambio, las plantas que hace unos días midieran a penas dos palmos de altura, ahora se erguían varios metros sobre nuestras cabezas y nos cubrían con su sombra -su logro y la pérdida de sus adversarios significarán la próxima prueba a la que serán sometidos, y de la que solo doce saldrán airosos. Bajo la sombra de su propio árbol, deberán conocerse a sí mismos y a sus imperfecciones, sean concientes de ellas y corríjanlas para ser dignos de mis gracias, en doce días veremos quiénes fueron los que lo lograron-
Como el resto me esforcé en lograr el pedido de la noble dama y reconocí mi orgullo y arrogancia, mis excesos y mis faltas, supe los males que causé y los bienes que evité llevar a cabo, para el fin de esos doce días había obrado un profundo cambio en mi. La dama salió a la terraza a reconocer a los airosos.
-a ustedes doce los felicito por sus logros, han cumplido con su prueba- recuerdo que en esos momentos ya no me deslumbró su faz de luz y pude llegar a contemplarla con más claridad -pero ahora, deberán hacer frente a una prueba más antes de la última, que reducirá su número a seis. Los que se crean dignos de mi amor deberán saber como defenderme de los pretendientes que seguirán llegando aquí, demuéstrenme cómo lo harán, conocen su plazo-
Así fue que en doce días grandes obras fueron llevadas a cabo. Recuerdo que yo y otros cinco caballeros recorrimos cada poblado y ciudad cercanos y con sabias palabras advertimos a cada persona que encontramos de los peligros de ir allí.
Al regresar, descubrimos que el sitio estaba cambiado, alrededor de la comarca se había formado un páramo desolado regado de cadáveres y poblado de una densa niebla que nos produjo inquietud a los seis a pesar de nuestro valor, pero que lo atravesamos sin dificultad. Seguido a esta horrible primer barrera nos enfrentamos a otra, tan alta como la mitad de la torre de la doncella se erguía un muro de acero, fabricado con las espadas de los vencidos, lo sorteamos sin dificultad a pesar del esfuerzo que nos demandó. Seguimos entonces nuestro camino y nos hallamos en presencia de un laberinto de piedra que intentaba apartarnos de la torre y de nuestra amada dama, sin esfuerzo lo derribamos con nuestros puños desnudos y continuamos. Inmediatamente nos hallamos frente a un foso profundo del que no reconocimos el fondo y todos reímos al verlo, ya que ni siquiera nos hizo falta tomar carrera para saltarlo cuan largo era. Al caer del otro lado nos encontramos en un llano de un par de kilómetros de largo, que recorrimos sin miedo a las trampas que tan evidentemente habían sido plantadas para detener a los pretendientes. Todas las que pudieron molestarnos las sorteamos y desactivamos sin siquiera recibir un rasguño y seguimos a la última barrera que había sido plantada para evitar a los pretendientes. Debo decir que si antes nos provocó risa lo que vimos, en esos momentos simplemente nos avergonzamos, pues formar parte de los doce mejores y que entre esos doce existieran personas tan ingenuas nos hirió en el fondo de nuestro ser. La última de las barreras que habían sido planteadas era nada más ni nada menos que un grupo de bestias que pretendía hacernos frente. Solo nos bastó erguirnos en todo nuestro porte para que los tristes animales que salieron a cortarnos el paso se acobardaran y murieran allí mismo, así llegamos una vez más a los doce jardines y a la base de la torre, solo estábamos nosotros seis allí.
-bien hecho- nos dijo la doncella, que ya estaba en la terraza esperándonos -de los doce ustedes fueron los seis mejores, que se valieron de la astucia y la razón. Cada uno de los otros seis cayó en su propia trampa: el primero enloqueció del miedo, el segundo murió atravesado por un filoso acero, el tercero sigue vagando en su laberinto, el cuarto aún cae en su foso sin fondo, el quinto murió en sus propias trampas y el sexto fue devorado por sus propias bestias. Felices ustedes, los seis mejores del mundo, que serán sometidos a una última prueba, de la que solo uno saldrá airoso- desapareció de nuestra vista entonces y ante nuestra sorpresa, apareció frente a nosotros, en el mismísimo suelo que pisábamos en esos momentos, tres de los caballeros que quedaban murieron en el instante que su pie descalzo tocó el suelo tras el último escalón, la doncella no se inmutó -ustedes, los últimos de tantos, serán sometidos a su finalísima prueba y uno será seleccionado para desposarme- su voz no me parecía tan magnífica ahora que nos hablaba de frente -victorioso será de ustedes aquel que-
Uno de los caballeros, tan noble como cualquiera de nosotros, los otros dos, la interrumpió con un gesto, la doncella pareció indignada y por sus ojos cruzó una sombra de ira y orgullo tan terribles que terminó por abrir mis propios ojos y los de mi otro compañero, comprendimos entonces lo que el primero de nosotros tres ya sabía. Así nos habló él:
-llegué aquí creyéndome digno de la más bella de las doncellas, tanto como ustedes. Con valor completé cada una de las pruebas a las que fui sometido tan bien como ustedes, que a fe mía, han demostrado ser los mejores de entre todos los que conocí. Por esta dama sangramos y morimos cada uno de los días en que debimos disfrutar de nuestra juventud y nuestra gloria, siendo los mejores de entre todos, debimos ser alegres y nobles como la vieja orden dicta y vivir a pleno con cada sorbo de vida que se nos permitía degustar, disfrutando el primero tanto como el último. En vez de actuar razonablemente perdimos todo y entregamos todo a un rostro celestial, a un amor vacío carente de ninguna esperanza y de promesas vacías, que solo intentaban llenarse con nuestra sangre y angustia, y que terminaba siempre por derramarse, y siempre por crear vacíos mayores. Este amor nunca existió, fue una estupidez inmensa alimentada por el orgullo de aquella que se hacía llamar la más bella y que en pos de ser adorada produjo en el mundo uno de los mayores golpes al honor y a la lealtad como jamás se ha visto. Su deseo de adoración divina destruyó a los más nobles caballeros y enfrentó a padres y a hijos destruyendo familias, enfrento a siervos y reyes destruyendo reinos… señores, eso no es amor, es arrogancia en su estado más puro y detestable- la doncella no podía escapar a su asombro y un inmenso odio crecía en su interior -seré ahora cuan sincero pueda con ustedes porque sé que lo merecen. Por la ciega locura que me acercó a esta dama planee mi traición a ustedes con las manías más ruines, pero he aquí que la jugarreta de la doncella y su orgullo se volvieron contra ella, ya que por llevar a cabo sus pruebas fui creciendo en mi interior en cada una de ellas y llegué a notar que era mejor que todo esto, que no era yo el indigno de ella, sino que era ella indigna de mi. Sé ahora que los valoro a ustedes dos, los mejores de entre los caballeros, cien y mil veces más que a esta triste mujer, porque su persona es bella, pero su corazón es tan negro y corrupto como el que más; solo un interior tan negro como ese pudo crear penas tan numerosas y grandes en el mundo. Ahora les digo a ustedes caballeros, a los que más caros hallo en mi corazón, que hallé en ustedes la amistad más fuerte y que el rostro de ninguna mujer digna jamás podrá separar, sino simplemente unir y acrecentar. Si ella en verdad pudiese amar jamás hubiese enfrentado a hombres como nosotros, que han probado su amistad en batalla sin saberlo, porque en el momento en que todos se mataban entre sí, nosotros nos unimos y salimos airosos. Si le demostramos que antes, bajo su dominio éramos prudentes, demostrémosle lo que la prudencia es ahora que tenemos plena facultad del uso de la razón; ahora que los velos fueron retirados y la bruma se disipó, no puedo más que compadecerme de ella y rezar una oración por cada uno de los que pereció bajo mi antes iracundo brazo. Soy de esta opinión y sepan que pueden hacer cuanto deseen, yo les daré la espalda y volveré a mi tierra si es que aún alguien queda que se digne a recibirme, si la fortuna me sonríe y soy perdonado por mis faltas tal vez encuentre el verdadero amor en brazos de una digna dama-
Así se retiró el mejor caballero de cuantos conocí y debo admitir que con él se llevó mi amistad y mis mejores deseos. Cuando lo veíamos irse el otro caballero habló también:
-todo cuanto fue dicho es a mis oídos la más cruda verdad y a pesar del inmenso dolor que me produce recaer en todo lo que perdí y todo el mal que causé, me alegra el saber que he conservado la amistad de los mejores, que no todo fue perdido. Así, conciente de lo inmensamente afortunado que resulté al final, debo decir que entre mis mayores deseos está también irme de este terrible sitio y regresar a mis tierras buscando la reparación de mis faltas, no deseo recordar este pérfido rostro por el que tantas lágrimas se derramaron y cuantas amistades se transformaron en odios. Al final fuimos mejores, haz tú lo que desees, yo intentaré morir dignamente junto a alguien que merezca todos mis esfuerzos y mil más, mil veces mayores que este-
Así se fue ese otro caballero, que consigo también se llevó mi amistad y mis más gratos deseos, aquellos dos en quienes creo fielmente que fueron mis amigos, me dejaron de un momento a otro. Así me quedé solo junto a la doncella, junto a aquella que todo hombre había deseado y por la que casi todos habían muerto.
-eres tú finalmente el vencedor, noble caballero- me dijo haciendo gala de sus más peligrosos encantos, como si nada hubiese sucedido -tu eres el que fue destinado a mí, el más digno de entre todos, ya nadie podrá separ- la interrumpí antes de que terminara de decir esta atemorizante palabra o completar la aterradora frase.
-¡Cállate!- le grité -sé ahora que tú eres indigna de mí o de ellos dos o de nadie, acertadamente esto fue dicho. No eres digna de ningún hombre, sino del más cruel de los sufrimientos y la más penosa de las soledades, el mal que causaste es irreparable a mis ojos, porque arrasaste con la esperanza, la amistad y la vida de tantos que el número sería tan inestimable como la inmundicia de tu interior. Yo te maldigo terrible doncella, y a tu perfidia, que fue causa del peor de los golpes que el amor pueda recibir de alguien que se dice en capacidad de amar. Vete ahora y enciérrate en tu torre, que es tan inexpugnable como lo has podido desear, la propia obra de los pretendientes a los que llevaste a la tumba, muere en tu soledad hasta que tu belleza se marchite y se vuelva tan negra como tu corazón, porque ten esta certeza: la belleza es perecedera, un buen corazón no es tan fácil de perderse y cuando una amistad es verdadera durará más que tus doce veces doce y que tus ciento cuarenta y cuatro- la dama comenzó a perder su encanto a una velocidad alarmante -soy superior a ti, digno de la adoración que creías recibir y bien conciente estoy de ello, aunque más conciente aún de la humildad que debo demostrar por ello, porque el camino medio ha sido señalado para mí y como los demás deberé intentar reparar mis faltas. Ahora regresa a tu torre y sufre ahí un eterno tormento por tu crueldad, sométete a tus pruebas y júzgate- la doncella perdió toda su dignidad y se arrojó a mis pies rogando mi amor -si alguna vez eres digna de ver la luz del día, o de recorrer un verde prado una vez más, lograrás salir, hasta entonces, sufre en tu encierro por mil veces mil, lo que sufrió cada uno de los que vino a ti-
Así me retiré de aquel lugar y sé que con solo pronunciar estas órdenes, cientos de miles lograron descansar en paz y fueron finalmente dignos de perdón y la eternidad. Regresé entonces a la corte de la que una vez fuera paladín y hallé a aquel señor que una vez me desafiara, ahora ocupaba el trono de aquel reino. Me incliné a él reconociendo mi derrota, ante su infinita sorpresa.
-en verdad nunca creí que regresaras noble paladín, veo que estos doce años han obrado un gran cambio en ti-
-así ha sido en verdad, ahora reconozco mis faltas y vengo a intentar redimirme de ellas, le pido mi señor que me asigne la labor que crea justa para intentar redimirme y aspirar al perdón-
-has corregido tu mayor defecto y ahora te contemplo como a un igual, aunque te reconozco superior a cualquiera, pero no del mismo modo en que antes lo eras. No hay modo en que pueda yo exigirte un castigo al ver que nada debes reparar ahora en tu vida, haber mejorado en lo más profundo de ti mismo te ha hecho acreedor de mi perdón-
Me retiré entonces cuan digno pude, aunque profundamente turbado, ya que aún me sentí abrumado por el peso de mis faltas, así llegué a una decisión de la que nunca dudé: ahora que mis faltas se consideraban redimidas, intentaría que se rediman las de todos aquellos que no se hallaban en posibilidad de hacerlo por si mismos.
Doce años me exigió concretar esta ardua tarea y al final de este último ciclo me halle en presencia de aquellos dos a los que había considerado amigos. Cada digno hombre, bendecido con el amor de una mujer digna de ellos y ellos dignos de ellas a su vez, nada me alegró más que enterarme de aquello. Los tres habíamos reparado el mal que causáramos en ingenua complicidad con la doncella de la alta torre de los doce jardines y en cada uno de esos doce años que pasamos lográndolo, cada uno de los jardines que restauráramos y cuidáramos se fue marchitando, como se marchitaron los errores y males de los tantos hombres que una vez pisaran su suelo. Poco tiempo después, doce veces doce días, el rumor de la existencia de tal doncella fue reemplazado por el rumor de la existencia de la persona más horrible y desagradable sobre la historia de la faz de la tierra. Tras esos días le devolvimos el equilibrio al mundo, aunque nada fue como antes lo era, la caballería más noble se perdió y el amor adquirió mala fama, nació un resentimiento latente entre hombres y mujeres que nunca se pudo eliminar y, a pesar de todo, surgió una amistad más grande que la que jamás pude esperar.
Así recuerdo esos días locos de estupidez y ceguera y a pesar de mi vergüenza aún me siento satisfecho de lo que llegó luego, nosotros obramos mal y aprendimos, mejorando mucho en el camino y gracias a nosotros muchos más; la doncella en cambio, nunca dejó de alimentar su odio, que creció, digamos, doce veces doce por mil veces doce veces doce y mucho más, así fue también el tiempo de su condena, porque desde que existe la memoria, la doncella ha permanecido encerrada allí. Nunca pudo haberlo previsto en las anteriores once veces en que sus planes habían resultado.
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