La Ruleta de Jack
Jack sostuvo el arma el tiempo suficiente para darse cuenta de su equilibrio perfecto. La bala estaba en el punto justo para salir disparada directa a su cabeza.
--Paso –susurro mirando a Mateus, el tipo sentado a su derecha.
Mateus tembló, pero con una sonrisa a medias entre estúpida y valiente apuntó a su sien izquierda. Vaciló un momento y luego el sonido inconfundible de una bala encontrando el nido.
El lugar, un granero abandonado al sur de Alabama, se tiñó de un rojo salpicado de marrón y ocre. Los cuatro supervivientes dieron la ronda por acabada. Era la cuarta ruleta rusa que jugaba jack en un solo mes y la verdad, aquello le iba mejor que un traje hecho a medida.
Abrieron la caja de Mateus y se repartieron la herencia que él mismo había preparado. Cuatro pastillas de diferentes colores, roja, verde, azul y negra. A jack le tocó la azul y todos se la tragaron ayudados por sendas jarras de cerveza recién exprimida del barril.
--¿Y bien? –preguntó Charles, el organizador del juego-- ¿Qué son?
Jack apenas vislumbraba un cambio, una sensación de hormigueo en la punta de los dedos.
--Sólo siento un hormigueo en la punta de los dedos –dijo
--Yo en la cabeza –dijo el de la pastilla negra.
--Yo en los pies
--Yo en la columna.
Cuando Jack intentó volver a coger la jarra de cerveza, ésta se resquebrajó y su contenido fue a parar directo a sus pantalones.
--Vaya –dijo--, es fuerza.
Todos salieron felices, pletóricos con sus nuevos poderes y el muerto…, bueno, el muerto quedaba allí, trabajo para los polis o los carroñeros de la zona.
El de la pastilla negra, Augusto, capaz ahora de leer los pensamientos, esperó que Jack se fuese de allí en su vieja pick up y con voz de espía ruso dijo a los demás.
--Ese tipo es peligroso, yo que ustedes no volvería a jugar con el. Posee la habilidad del equilibrio y detecta con sólo sostener el arma, en que lugar esta la bala.
Indignados partieron rumbo a sus respectivos hogares con el firme propósito de hacer llegar a todos los de la asociación la exclusión del miembro número 3877, Jack.
Una carta certificada llegó al buzón de Jack tres días después:
Queda usted excluido de nuestro Club, los motivos ya los debe suponer.
Le recordamos, que el sólo hecho de intentar engañarnos con cambios de identidad será penado con la bala definitiva.
Att. El Club de la Ruleta.
Jack no intentó apelar el veredicto, y una gran depresión se le hizo patente durante más de seis meses. Desayunaba cerveza caliente y chupitos de ron. Apenas se bañaba y mantenía la cabeza siempre baja, pues sentía que el mayor peso de suciedad se le acumulaba justo en la coronilla. En el supermercado compraba latas de sardinas y se le pasaban las horas muertas sopesando que lata tendría el mayor contenido.
Le habían despedido y la televisión fue su única compañera durante esos seis largos meses. Bueno, la televisión y las millones de latas de sardinas que abría nada más llegar del supermercado, sus poderes no habían menguado, siempre escogía las latas con ocho sardinas.
Fue precisamente la tele, quien le dio una salida, una especie de válvula de escape.
La “Sociedad de Excluidos” estará gustosa en recibirlo en sus enormes y acogedoras instalaciones. Venga a la Sociedad de Excluidos. Aquí tendrá una familia.
Por el módico precio de 2875 dólares al mes Jack pasó a formar parte de la comunidad de excluidos. Charlas en grupo, copiosas comidas y un sutil pero eficaz proceso de lavado de cerebros.
“Nuestra sociedad nos excluye por ser diferentes, debemos mostrarle el camino del entendimiento mutuo. Debemos ponernos en pie y reclamar nuestra parcela”.
En la lujosa puerta de acceso al recinto se agolpaban cientos de vagabundos, todos querían unirse a la familia pero su falta de efectivo hacia imposible una inserción “saludable”.
Jack estaba encantado pero muy pronto se quedó sin un céntimo en el banco y una nueva carta le pedía que se hiciese a un lado sin armar jaleo.
Sin dinero, tan siquiera para comprar cervezas o sardinas, Jack tomó la decisión que le pareció más inteligente.
Ahora, frente a las lujosas puertas de la Sociedad de los Excluidos se podía ver a un tipo que levantando por la pechera a sus incautas victimas sopesaba a quien debía robar primero.
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