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Inicio / Cuenteros Locales / curiche / Con tu puedo...Cap 50.Llegó la tropa

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Llegó la tropa

—Arsenio.
—Diga, Señor.
—Vaya donde los huelguistas y diga a Alamiro que le espero en mi oficina.
—Bien señor.

—Fernando, ¿vas a ofrecer algo más?
—No

—Yo te recomendaría que ofrezcas algo de reajuste, es mejor acabar esto sin violencia.
—Viera ¿sabes algo que yo no sé?
—Ya te decía que tengo los poderes de los socios mayores.

Los dos hombres, esperan en la oficina, hay nerviosismo cargado de prepotencia para con los mineros.

—Señor Viera.
—¿Diga, señora Estela?

—Esta noche usted cena con nosotros, he venido a invitarle.
—Quería regresar a Iquique hoy, pero me quedaré, muchas gracias.

—Deseo charlar con ambos.
—¿De qué se trata, Estela? Tú podrías viajar con el abogado mañana.
—Fernando, no iré a Iquique hasta que esto termine.

—Permiso. Don Fernando, afuera están los delegados.
—Dígales que pasen.

—Buenas tardes – Alamiro saluda al entrar.
—Alamiro, el señor es el abogado de la Compañía
—Señor, buenas tardes.

—No perdamos tiempo –habla el administrador- antes de viajar les hice una proposición, ustedes quedaron de consultarlo, ¿qué resolvieron?
—Cómo usted ve señor, seguimos en huelga, hemos pensado que es poco lo ofrecido por usted – Gustavo responde en tono seco.

—O sea que están empecinados a que los militares les corran balas.
—O sea señor, estamos cansados del salario indignido que nos paga y, a veces es mejor morir de pie que seguir viviendo como lo hacemos. – Es el otro delegado quien habla
.
—Miren, como llegué contento del viaje, les ofrecemos un reajuste de un dos por ciento.
—Llegó bromista usted Don Fernando –Retruca Alamiro- esa oferta es como chiste de circo.

—Me permiten –El abogado trata de hablar con tranquilidad- la situación legal de ustedes es mala, esta huelga va contra la ley y nosotros, por el bien de todos no queremos meterlos a la cárcel, ya que no es la política de la Compañía. Don Fernando está siendo generoso con ustedes al ofrecerles lo que ya ha hecho. La situación económica no está como para dar un reajuste mayor, así que les recomendaría que regresen a trabajar con lo logrado. Mañana o pasado llegarán militares y no sería bueno ocurra algo como lo de la Escuela Santa María.
—Señor Viera, ¿así se apellida usted cierto?

—Si, Don Alamiro
—Usted sabe bien lo que ocurrió en esa pascua. Usted era uno de los abogados de las Compañías. Pecado que guarda en su conciencia, señor.

—No hemos venido a hablar de pecados si no de trabajo, y habiéndole hecho una oferta ustedes debieran consultarlo y regresar a trabajar.
—Señor –Alamiro habla con fuerza y convicción- Nosotros hablamos de Fichas que debieran ser dinero legal. Hablamos de libertad para comprar donde se nos dé gana. Hablamos de los que mueren en faena y queremos para sus deudos un año de salario y que no se les eche. Hablamos de permiso por enfermedad que incapacite al trabajador a asistir a la faena sin que se les descuente nada. Y señor, en algún instante queremos conversar acerca de las leyes de los minerales y cómo se les esquilma a los particulares lo que llevan a los cachuchos diciendo que la ley es mala y a los días ustedes procesan ese mineral. También hablar acerca de los barreteros para que se pague desde el primer día de trabajo en los rajos. No señor. ¡No es buena oferta! Sí la mejoran podemos hablar de regresar a trabajar. Esperaremos que lleguen los milicos y lo que suceda es vuestra responsabilidad. Permiso ¡Vamos compañeros! Ah y si regresamos al trabajo que no haya represalia con nadie. Eso tampoco es transable.

Los tres obreros, se levantaron de sus asientos, para salir de la oficina.

—¡Cinco por ciento! – Dice en voz alta el abogado-
—Queremos completa la respuesta – responde Alamiro- informaremos esto a los trabajadores, si gustan mañana en la mañana conversamos a ver si hay algo nuevo de parte de ustedes.

—No hay más conversaciones, si los matan es su culpa y no nuestra.
—Hasta luego, señores.

Salieron lentamente. Fueron a la sala para conversar con la gente que espera ansiosa. Alamiro va sumido en su pensamiento, en su interior va contento, si llegan al diez por ciento de reajuste y algo con respecto a las compras y los seguros por muerte y enfermedad, propondrá regresar, por ahora, sigue siendo poco.

Tito nos ayudará. Debe haber un conflicto entre el Administrador y su mujer, ella nos ha dicho cosas a través de Tito. Sabe que Ernesto es honesto.
Mañana o pasado estarán los milicos, ahora hay que tomar todas las medidas para prevenir cualquier agresión, hay gente que tiene armas cortas, alguno puede querer utilizarlas ante una provocación. Le diré a Ernesto que insinúe algo a la doña, algo como un quince por ciento
–medita Alamiro.

—¿Qué pensai, cabro?
—Gustavo, me parece que vamos bien, hay que colocarse firme en la conducta frente a los milicos. Mañana en la mañana vamos a ir a conversar. Están tan desesperados como nosotros, le urge enviar salitre a Europa y las oficinas le subieron el precio.

En cuanto llegaron la sala se llenó con los mineros y sus familias.

—Compañeros –inició su alocución Alamiro- como ya saben el patrón nos mandó llamar para conversar. Estaba también el abogado de la Compañía. A lo ofrecido por Don Fernando antes de viajar a Iquique, nada nuevo hay. Salvo que ofrecieron es un cinco por ciento de reajuste y nuevamente la amenaza de encarcelarnos o ser pasados por las armas. Ahora hay que decidir si terminamos la huelga ahora o seguimos.
Si desean mi opinión, les diré que aún es poco, que hay que hablar de las fichas y la compra libre. Pienso que se puede aún conseguir algo más y que hay que continuar, pero, hay que resolverlo de conjunto.

—¡Que siga la huelga!

Fue el grito unánime de la sala. Alamiro que preguntó.

—Levanten la mano los que están por continuar con el movimiento.
Toda la sala alzó sus brazos.

—Ahora – Dice Alamiro- vamos a reunirnos los delegados y tomar las medidas que nos permitan llegar hasta el final y que en la llegada de tropas no haya de parte nuestra ninguna conducta que permita a ellos decir que fuimos culpables de alguna desgracia mayor.

Dos reuniones siguieron, una de delegados en la cual se hizo responsable a cada uno de su gente y familias. Luego, otra reunión con todos los que se han afiliado a la mancomunal de trabajadores de la Oficina. Fue elegida la directiva correspondiendo a Alamiro la presidencia.

Alamiro, José Manuel, Juvencio y Pancho llamaron a Ernesto Aravena.

—Tito, cuénteme, ¿y esos gritos que se oyeron en la sala?
—Misia, era la reunión, lo que ofreció Don Fernando no es mucho. Vamos por seguir la huelga.

—Aún sabiendo que van a llegar los militares.
—Señora, mire, con milicos o sin ellos, lo que pedimos es justo, necesitamos mejor vida, fíjese que sus caballos viven mejor que nosotros.

—Siempre ha habido pobres y ricos, ¿ante la posibilidad de una tragedia no sería mejor se resignasen a lo que le ofrecen mi marido?
—Usted habla como los curas, señora, hay ocasiones en que la vida vale tan poco que es mejor morir luchando.

—Ustedes quieren todo.
—No, queremos lo necesario para vivir. Yo creo que si su marido y el abogado llegan a ofrecer un quince por ciento, a lo mejor volvemos al trabajo, al menos yo y muchos más regresaríamos.
—Algo es algo, cuídese mucho usted, Ernesto. ¿Gusta un jugo de frutas?

—Sí, claro, hace mucho calor
—Se lo mando con Lucía ¿Y usted cree que su jefe, Alamiro, regresaría a trabajar con un quince por ciento?

—No lo sé, pero el cabro es inteligente.
—Permiso Ernesto – Estela dio media vuelta, movió con fuerza la cabeza con ello su cabellera pareció que volaba y los rayos solares la hicieron brillar.

Llegó la noche y el ambiente se enfrió. El sueño de los que logran dormir es intranquilo. Estela tiene pesadillas, ve a militares disparando, entre los baleados ve el rostro de Tito. Grita fuerte, un alarido de dolor y miedo. Su marido le pregunta, ella dice un mal sueño, luego trata de dormirse pero el rostro del hombre muerto no se lo permite. Su vigilia es larga, una hora infinita girando sin conciliar el sueño. Su pensamiento viaja desde el cuerpo de su marido que duerme a su lado al rostro de Tito, a ratos vivo a ratos muerto. A los mandatos de su marido, que se deje de molestarle, se levanta, va la cocina y bebe agua, de ahí a la habitación de su hija. Se acuesta en la cama y al rato lograr dormirse. Durante su vigilia medita y reza, en cualquier instante el sueño me puede traicionar y despertaré gritando un nombre que no es el de mi marido ¡Jesús me haces padecer de esta fiebre que se ha adueñado de mi! ¡Oh Dios, perdóname por que voy a traicionar a Fernando!

A eso de las tres de la madrugada, un tren paró en las cercanías de la Oficina, con el mayor silencio descendieron ciento cincuenta hombres armados de fusiles y cuatro ametralladoras, todos a las órdenes del capitán Wolfgang.

Armaron campamento en la salida de la Oficina y luego de montar la guardia, durmieron. A las seis y media el cabo de guardia despertó a la gente. Levántate pelaito que el pollo te va a picar, repetido varias veces fue el canto del clarín. La diana despertó a todo el mundo. Los huelguistas apretaron los dientes. Muchas mujeres lloraron y pusieron sus vidas al resguardo de la Virgen de la Tirana. Fernando Gómez saltó de su cama, con sus ojos rebosantes de alegría, siente que la huelga acabará en unas horas y que no soltará un solo peso. El abogado, piensa en un arreglo pacífico. Estela piensa en un sólo hombre y no es su marido, cree que algo debe hacer para salvarle. Alamiro salta de la banca en donde dormía, se despereza, pide a los delegados que hay en la sala que convoquen a todo el mundo. En menos de cinco minutos la sala está llena. Hombres, mujeres y niños, a quienes la ansiedad les corroe el corazón.

—Compañeros -La voz de Alamiro trata de ser calmada - La amenaza de la Administración se ha cumplido. Ha llegado la tropa, no sabemos cuántos hombres traen y menos aún cuáles son sus órdenes. Tenemos que mantenernos unidos. Nuestra conducta ha sido ejemplar. Tenemos la razón de parte nuestra y con esas dos cosas hemos de triunfar. ¡Estoy seguro que vamos a ganar!
Hay que conservar la calma y hacer lo que tenemos pensado. Los matasapos y herramienteros tienen su rol que jugar, son tan trabajadores como los adultos así que les pido hagan caso si ellos ordenan que se vayan de donde estarán.
A las jóvenes les llamo a que no se acerquen a ningún soldado. Si hay alguien que tenga alguna arma en su casa que la guarde en otro lugar, si allanan el campamento y encuentran alguna, se puede desencadenar algo grave. Dos, tres, cinco o veinte pistolas no son suficientes para enfrentarnos a ellos.
Luego vamos a ir a conversar, creo debiera ir con nosotros una o dos mujeres, la señora Ernestina y otra que pienso debe ser la señora Clotilde. Todo el mundo debe esperarnos en la plaza o en esta sala.
¡Tengamos confianza que vamos a triunfar! ¡Nuestra fuerza está en mantener la huelga!

La sala quedó en silencio, nadie dijo nada. Todos asintieron a las instrucciones del presidente.

—Señora Lastenia, por favor, que los matasapos y herramienteros desayunen primero, para que vayan a su puesto –Instruye Alamiro-

—Alamiro.
—El delegado de los matasapos va a hablar, silencio por favor.
—Queremos decir qué, aún cuando los mayores vean que estamos jugando, nosotros estaremos cuidando para que nadie se acerque a los milicos, que se nos haga caso.

Un murmullo de aprobación recibió la voz del niño obrero de tan sólo doce años.

—Ernesto, usted debe seguir en donde está trabajando.

Tito movió afirmativamente la cabeza.

En las marmitas del ejército hierve el agua para el desayuno de los soldados, a las ocho el capitán llama a formación, entrega las instrucciones, hace que canten el Himno nacional, luego ordena el rompimiento de filas. Los sirvientes de las ametralladoras (cuatro hombres por cada una) se instalan en cada esquina del campamento, el resto de la tropa hace un cerco alrededor del poblado. El sargento Sanhueza va a la carpa del mando y recibe instrucciones de parte del capitán.

—Sanhueza, de momento nadie con munición de guerra, no vaya a ser que a algún huevón se le escape un tiro y deje la gran cagada. A las tres de la tarde haremos ejercicio de guerra. Usted me dice conoce al cabecilla de la huelga, trate de hablar con él y que deponga la huelga, a lo mejor le hace caso.
Yo voy a hablar con el patrón de esta Oficina y trataré de que por su parte también haya calma.
—A su orden, mi capitán.

Curiche
Junio 18, 2007

Texto agregado el 18-06-2007, y leído por 241 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
28-06-2007 Se mantienen fuerte los muchachos, pero la tropa da miedo. Te sigo.***** tequendama
27-06-2007 Se nota la tensión de los personajes. ¡¡Todos a las armas!! jejeje...es que me sale decir eso depués de leerlo. Sigo con el siguiente Juan. currilla
20-06-2007 Muy bueno este capitulo, muy tenso en todos los personajes: obreros , patron, y su mujer.... Mis 5 * y voy por el siguiente. salambo
20-06-2007 Y siguiendo con el Poeta universal, Nicolás Guillén: "No sé por qué piensas tú/ soldado que te odio yo/ si somos la misma cosa/ Tú, yo... Pero sabiendo tú y yo, adónde vamos yo y tú ¿No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo?". Y por lo presente siento, y por los siglos futuros, porque el fruto de la injusticia es amargo para todos. Millones de estrellas, Curiche. maravillas
19-06-2007 Las cosas empiezan a acelerarse, y tu forma de contarlo también, leerte es como estar viendo una pelicula que cambia constantemente de escenas y diálogos, me gusta la dinámica que le das al capítulo. loretopaz
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