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Manolo se pasea en medio de las balas. A lo lejos las piedras le gritan su nombre en un idioma desconocido mientras unas sombras -que no son piedras- se le abalanzan blandiendo brazos que no son piel sino que son metal y son polvo y son arena. A Manolo se le pega el olor; su mirada le rinde un regalo que es el reflejo de su vida misma y su voz le niega la voz y se queda mudo de tanto querer gritar en un idioma desconocido.
Las piedras se caen, se levantan otra vez y vuelven a caer. Ahí va Manolo; ahora él vive entre las piedras. Manolo, es la piedra misma hecha carne mustia en primavera y canta su himno en medio de la nada acompañado de un montón de sombras oscuras en pleno día.

Amanece en Zion y Manolo proyecta su sombra oscura mientras descubre que el resto de bultos negros que lo acompañan lo hacen en colores, y un aroma a tierra húmeda, que se extiende desde las alturas del Golán hasta la Perla del Mediterráneo, bautiza los albores de su nuevo amanecer.

Es de día al fin y Manolo puede ver.

Texto agregado el 18-06-2007, y leído por 142 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
03-08-2007 estremecedora historia, como siempre es un placer leerte.****** Raiandoelsol
22-06-2007 bueno bueno!! psicotrippy
19-06-2007 Este cuento me trajo a la mente algunas historias de Juan Rulfo, por la crudeza. Le dejo mis 5* Muertelenta
 
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