Colocar la palabra exacta, que defina tu presencia; es menester para conseguir el ansia de provocarte un suspiro, un respiro de tu alma que muestre luminoso, parte de tu anhelo enclaustrado inerme. Claustrofóbico al fin se libera de su encierro comiéndose el vacío en una cláusula imperfecta que semeja al paso del fantasma, indeleble la memoria infinita del recuerdo atemporal quien roba la escencia que gotea de tus ojos para convertirla en tinta, translúcida metamorfosis del claro ejemplo de tu angelical sonrisa.

Abrazo tu cuerpo etéreo, ser que derrite su esfuerzo licuando, fusionando el corazón que todavía guarda un sentimiento mortalmente humano.

Si he sido una bestia es porque el instinto forjado en los matices primarios fue corrupto en el acto, el placer los convirtió en cenizas fáciles, livianas al movimiento del aire de tu aliento extinto.

Conspicua ahora la visión de tu ternura se impone la condición estricta que descubre el miedo en pecho ajeno.

Con fragor se clama el amor sensible; perceptible aún en tus besos de filo prolongado y bello, que se abren paso y desdibujan en extremo la cualidad más asequible del que alguna vez fuera tu querido, el mismo infierno.