Del cielo bajaban lágrimas frías que humedecían su cuerpo. Un fantasma gélido rodeaba y penetraba su ser. Estaba triste, temblaba, lloraba. Caminaba lentamente a ningún lugar... ya nada valía la pena. Recorrió por muchos años la vida, y siempre terminó igual: solo.
"Seguramente, pronto encontraré a alguien, que luego me abandonará". "Desbe ser que desperdicio el amor, no ahorro ¡Aburro, Lo que hago con más sinceridad, con más dedicación, no sé utilizarlo!" Sus lágrimas se confundían con la lluvia. Su cuerpo no obedecía, tampoco su vida. Para ganar calor bebió un poco de alcohol, mas el frío ya dominaba sus huesos. Acudían a su memoria bellos recuerdos. Veía, como si fuera real, a la mujer que amaba, besándolo, acariciándole el cabello. Sentía el calor de quellas manos suaves que antaño le pertenecieron; el susurro de palabras hermosas... pero no eternas.
"Nada permanece, salvo la muerte". Así había ocurrido, un día el amor sucumbió, y de a poco fue secándose hasta extinguirse por completo. Se sentó sobre el suelo, junto a un árbol triste, marchito como su vida. Miró el cielo, hermoso contraste entre noche negra y blancas estrellas. Luna risueña. Pudo ver también las gotas a través de sus ojos cansados del mundo. "La soledad se las arregla de una u otra manera para hacerme compañía", pensó mientras cerraba los ojos por última vez.