Entró a la galería. Allí estaban todos. Y a todos los repudiaba. Las caras de siempre, haciéndose los intelectuales, los importantes, los que entendían toda la mierda que el artista en turno exponía. Jugaban con cara disimulada el mismo juego, pero vigilando los gestos de los demás. Nadie podía permitir una cara de idiota ante alguna "obra de arte", igual si el artista mismo no tenía la mínima idea de lo que había hecho y cuándo. Ese grupo de arrimados intentaba ser fiel a las palabras de Beuys que alguna vez habrán leído en una hoja del calendario: "La obra de arte es el misterio, el ser humano es la solución" ... ¡A la mierda!, pensaba Alberto, mientras urgía los tragos del primer vaso de vino barato que la galería ofrecía. El conocía los misterios de toda esa bola de inútiles: desempleados, soñadores, idiotas que aún creían en la oportunidad que el destino les iba a ofrecer, escritores de cuarta como tú, o como yo, putas que se vendían como damas, artistas frustrados... todos en esa pobre y denigrante exposición de arte, de pinturas, de esculturas, de trapos viejos, de sudor y lágrimas, de creación, de musas asqueadas, de esperanzas rotas desde la infancia, del jazz de siempre, de los Coltranes y los saxofones metidos en el culo ¡SIEMPRE LA MISMA BASURA!
Sin embargo, y eso lo hacía sentir mejor, no hay de otra, sólo esto, o nada. Alzó su copa ofreciéndole una mirada al artista festejado, y con hipocresía practicada dijo ¡SALUD! mientras pensaba "¡ERES UN HIJO DE LA GRAN PUTA Y TE PARECES TANTO A MÌ, QUE NO PUEDES ENGAÑARME!"
Más tarde, medio borracho y solitario, fue a su cuartucho a jugar que era escritor y se puso a escribir estas líneas...
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