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La rayuela

Ella lo miró con tal dolor que él no pudo menos que bajar la cabeza. Tenía puesta la blusa azul que él le había regalado unos meses atrás.
La vida es dura cuando uno quiere hacer lo correcto. Es más, si elegís el camino fácil, todos parecen aliviados; los alejás intrínsecamente del autojuicio.
La amistad que tenían era tan pura y perfecta, que difícilmente alguien pudiera creer que eran amigos. Pero lo eran, de los mejores.
Ella le pintaba las camisas con ridículos emblemas que él no comprendía; pero así era ella, le gustaba marcar a sus afectos con sus habilidosas manos de artista. Pero su verdadero arte era la incondicionalidad de su afecto.
Él era más simple. Leía algo de poesía. No creía en las filosofías modernas que, según él, sólo hacían ensalada mixta en cerebros que a la larga se perdían en el vinagre con que todo eso se mezclaba. Andaba en bicicleta tres veces por semana y la invitaba seguido a recorrer ferias hippies (que eran la fascinación de ella). A él le fascinaba verla tan alegre con tan poco.
Compartían todos sus secretos cándidamente y sin tapujos; nada del otro los espantaba. Se conocían demasiado para sorprenderse.
Los amigos mutuos gastaban bromas en su honor: “Tal para cual” decían, “¿Amigos? Sí…, seguro…”. A veces, hasta parecían celosos de la complicidad con que él y ella se entendían, una mirada, un gesto, un silencio parecían contener a todos tratando de descifrar lo que los silentes se decían.
Pero el día llegó, él lo sabía y ella también. Ese día siempre llega.
Cuando ella lo escuchó, bajó corriendo escaleras abajo dejándolo con la palabra en la boca. Desde ahí pareció borrar esas palabras, ignorarlas, alejando el dolor. Él, impotente y solo, no queriendo que ella sufriera, pero sabiendo que eso era imposible.

Y el momento temido se presentó impiadoso. Sus ojos se encontraron, cómplices de sus corazones a pesar de que a ambos les costaba enfrentar el tiempo.
Él con sus manos le levantó la cara, cuyos ojos sujetaban las lágrimas con tal fuerza que su mirada era roja como el fuego. Esos hermosos ojos, pensaba él, por su culpa debían sufrir. Entonces, por un instante, ella lo observó convertirse en aquel niño pecoso que años atrás le convidaba su helado y le soplaba las rodillas lastimadas por haberse raspado en la vereda. Él también lloraba, en silencio, con las lágrimas más tiernas que nunca antes ella le había visto.
La burbuja que la cubría, lentamente se fue empequeñeciendo, hasta que desapareció y ambos se fundieron en un dolor tan dulcemente abrasador que parecieron uno solo. Lloraron, lloraron y lloraron. Y lloraron, y lloraron, y lloraron hasta que de tanto llorar comenzaron a reír como dos tontos. Y rieron, y lloraron, y lloraron su risa, y, finalmente, rieron su llanto.

La tarde se perdía. La banda de cómplices los acompañaba como apoyo logístico. Testigos voluntarios e incrédulos de la escena.
-Chau, viejo. Cuidate -dice ella y sonríe casi estúpida, y lo vuelve a ver pecoso y en bermudas.
-Chau, loca. No te hagas vegetariana, por favor -dice él torpemente, buscando relajarla y relajarse.
Ella lo abraza y él responde, y ella lo estruja tan fuerte que lo deja sin aire. Imprevistamente, ella le agarra la cara entre las manos, lo besa fuerte en la boca, pero lo suelta en el acto.
-Cuidate -dice ella y él entiende, y sonríe mientras los testigos están mudos de asombro.
Mientras se alejan se abre una gran puerta y él entra, y ella sigue su camino. Prefiere no volver la vista atrás, al menos no por ese día.
-¿Lo amas? -le pregunta una amiga que la lleva del brazo.
-Por supuesto -contesta enjugando la pena resignada.
-¿Y dejas que entre al seminario?
-Lo amo como amigo. No confundas.
La joven la observa y trata de descubrir lo que ella piensa, pero es imposible; solo él puede.
-Cuando encuentres a alguien como nosotros lo hicimos, te aseguro que vas a entender -dice despeinándose un poco para alejar la tristeza.
Y ante la mirada de todos desentona una canción de infancia recordando cuando ambos la cantaban bailando, pecosos, sucios y descalzos en la vereda, sobre una rayuela gastada donde juntos jugaban a llegar al cielo.






Texto agregado el 16-06-2007, y leído por 567 visitantes. (46 votos)


Lectores Opinan
22-12-2012 Bellísima historia. Juegas con el lector haciéndolo saltar espacio tras espacio con la extraña idea de que esa despedida es ante la muerte, y de algún modo lo es. NeweN
23-08-2007 Muy buena narración. Es una historia bellísima. 5* marielavit
04-07-2007 Muy emotivo tu escrito, como siempre que te leo, me es dificil apartar la lectura, un placer***** gfdsa_elisa
02-07-2007 Ver esta cantidad de comentarios abruma pero es que tu cuento los vale, ya lo creo es muyn bueno y ha logrado conmoverme. Estoy emocionado. Saludo. Jazzista
02-07-2007 Escalofrios recorren todo mi cuerpo, muy buen texto y muy entretenido Mis*sssss celestial
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