Sus trágicas emociones estaban impregnadas en esos rostros. Cabizbajos, se mantenían a la espera de lo imprevisible, como si un milagro pudiese devolverles todo lo quitado. Mientras, sus manos barrían las pequeñas veredas del árido terreno o regaban los canteros rebosantes de basura. Allí la tarde se ocultaba silenciosa sobre unas casitas blancas, ajenas a la impotencia de no ser nadie para ajusticiar. Su mundo había caído en esas redes imaginarias que sólo entendían el oficio de retóricas anónimas. Detrás, un amarillo de yuyos se asomaba entre las piedras prevaleciendo como una tortura a los sentidos; donde las purificaciones redimían de cargos y de culpas a sus depositarios...
Ya nada ni nadie podía hacer que revivieran sus frutos; sin embargo, cada día estaban allí con los brazos dispuestos a compensar esa ardua tarea de salvar lo que restaba de sus vidas...


(Basado en el asesinato de una pareja de jóvenes en mi ciudad, donde sus padres denominan así el panteón en que ellos descansan...)

Ana Cecilia. ©