Cuento para cuarto año.
EL NIÑO Y LA ROSA
Iba un niño caminando por el prado arrancando flores en su camino que se marchitaban en su mano. Cuando las veía secas, las tiraba para arrancar nuevas que terminaban pronto de la misma manera que las anteriores. Así se veía marcado su camino por las flores secas diseminadas al costado mientras pasaba pisando otras sin interesarle el daño que les hacía. De pronto se paró en seco. Delante de él se erguía derecha y altiva una hermosa rosa roja. Su color brillante atraía tanto como su perfume que envolvía todo alrededor de ella. El niño se quedó mirándola fascinado. Alargó su mano para arrancarla cuando oyó una voz suave que quedamente le decía: “no lo hagas”. Como movida por un resorte la mano saltó hacia atrás. El niño miró alrededor suyo para ver quien le había hablado, pero no vio a nadie. Nuevamente extendió su mano hacia ese objeto de su deseo que como sangre brillaba al sol.
“Ya te lo dije; no lo hagas” oyó decir a esa voz. Rápidamente giró sobre si para encontrar a la persona que le estaba hablando, pero se encontraba solo en el prado.
¿"Donde estás"? gritó el niño al aire; "sal de tu escondite, no seas cobarde”.
“Cobarde eres tú que querías arrancar esa flor, que embellece el entorno, para que todos los que pasen puedan disfrutar de su encanto.
El niño no sabía de donde salía esa voz, parecía tan cerca pero él estaba sólo en ese lugar. Se pellizcó en el brazo para asegurarse de que no estaba soñando, pero no lo estaba, pues le dolió, quedándole una marca que atestiguaba que era real lo que le estaba sucediendo.
“No, no estás soñando”, oyó a esa voz decirle; no me busques alrededor tuyo o lejos de ti, estoy muy, muy cerca, en realidad estoy dentro de ti.
El primer impulso del niño fue mirarse dentro de su camisa pero no lo hizo porque se dio cuenta que ahí sólo se encontraba él, nadie más, no había lugar para otra persona.
“Dentro de mi no puedes estar,” replicó en voz alta, “la camisa ya me está quedando chica, no hay lugar en ella más que para mi”.
“Yo no dije dentro de tu camisa; dije dentro de ti”, respondió quedamente la voz.
¿“Como dentro de mí”?, preguntó ya enojado el niño; “yo ya estoy completo, no me falta nada”
“Si, te está faltando algo”, replicó la voz sin cambiar de tono y cómo no dándose cuenta que la del niño ya se estaba elevando por su enojo.
"¿Qué me falta según tú?", gritó ya el niño a los vientos.
“Conciencia”
¿“Qué”?.
“Si, lo que oíste, te falta conciencia”.
¿“Conciencia, qué es conciencia”?, gritó el niño.
“Primero baja tu voz, no tienes que gritarme, estoy tan cerca de ti, que con un susurro basta, en realidad sólo con pensar lo que quieres hacer, ya me entero.”
El niño no entendía nada, pero comenzó a calmarse al darse cuenta que gritando sólo se violentaba y se quedaba ronco, y eso no llevaba a nada.
“Así está mejor”, volvió la voz a escucharse, “deja que me presente: soy la voz de tu conciencia”.
¿“La voz de mi qué”?
“Si escuchaste bien, de TU CONCIENCIA”:
“¿Qué es conciencia”? preguntó el niño nuevamente.
“La conciencia es el conocimiento interior del bien que debemos hacer y del mal que debemos evitar”.
El niño pensó en esa frase, pero no le encontró sentido.
¿“Y si me falta conciencia que pasa”?.
“Entonces tú no sabes distinguir un hecho malo de uno bueno. ¿Sabes lo que es bueno y lo que es malo”?
“Claro que si”, contestó riendo el niño, “bueno es que me den un helado cuando lo quiero, y malo es cuando no me lo dan”.
“Sólo piensas en tu placer”, amonestó la voz. “Si te llegan a dar un helado, que para ti parece ser bueno, te puede doler después la barriga, y eso es malo”.
El niño pensó que eso ya le había pasado algunas veces, pero no quiso admitirlo.
¿“Viste que tengo razón”?:
El niño bajó la mirada al piso esperando quizás encontrar ahí una contestación adecuada para hacer callar esa voz que ya verdaderamente le molestaba.
¿“Así que te molesto con lo que te digo”?.
¿“Acaso puedes saber lo que pienso”?, preguntó asombrado el niño.
¿“Claro que si, no te digo que estoy dentro de ti?. Soy una parte tuya como tu corazón, tus riñones, tus pulmones”
¿“Y donde estás ubicado?, le preguntó el niño, ¿ y cuándo entraste”?.
“El lugar es tan profundo y escondido que no se puede ver, y no entré, siempre estuve contigo, en tu nacimiento participé, me caí contigo al probar tú los primeros pasos, me bañé contigo, reí contigo y lloré contigo y seguiré acompañándote a través de los años aunque muchas veces no me quieras escuchar, porque no te gusta oír lo que tengo que decirte”.
¿“Y por qué entonces me dices cosas que no quiero oír”?.
“Porque esa es mi misión en tu vida, tratar de que hagas lo correcto, que no te lastimes ni tampoco lastimes a otros, que no mientas, ni robes, que no destruyas sino que construyas una vida mejor para ti y para los demás. Que respetes si quieres ser respetado, que ames si quieres ser amado.”
Al niño le pareció que le pedían demasiado, una mentira de vez en cuando no le hacía daño a nadie.
“Si, dijo la voz, una mentira te daña a ti mismo. Los que te rodean dejarán de creerte y no sabrán cuando dices la verdad. Además, hay que tener una muy buena memoria para acordarse de todo lo que se dijo. Pero si uno se mantiene con la verdad, siempre será la misma”.
El niño pensó que eso era una realidad, tarde o temprano los demás se daban cuenta que él había mentido y eso lo avergonzaba mucho y más cuando lo criticaban delante de otros.
El niño miró a la rosa, vio su hermosura y ya no deseó arrancarla.
Quiso que otros que pasaran por ese lugar pudieran contemplarla, olvidar por algunos instantes sus problemas y disfrutar ese regalo de la naturaleza que se brindaba a todos aquellos que tuviesen CORAZÓN para sentir.
Despacio se dio vuelta y regresó por donde había venido, tratando de no pisar más ninguna flor en su camino.
“Bien, dijo la voz suavemente, ya veo que comienzas a amar”.
Viola
Abril 2006
|