Varias veces escuché la discografía de Mt. Zion durante toda la noche, hasta que amanecía y el sol no calentaba nada. Dolía el estómago y de negro pasaba azul pasaba a celeste y dolían los ojos, y el esófago, y esas otras cosas que no tienen nombres pero igual están. Y dormitaba un poco hasta mediodía, sin llegar a dormir, y no había nada amarillo en el día (se ponía nublado a las nueve; siempre después de mostrar un sol extremadamente pálido, casi blanco). Después había que salir. Costaba salir. Escuchándolos todavía. Las micros estaban llenas de polvo ese tiempo. Llegaba a la universidad, pero no recuerdo qué hacía. Pienso en escenas concretas. En algunas juntas sociales quizás, me acuerdo de Alex (o sea, del curso). Otras veces pienso en Héctor, cuando estábamos en su casa la primera vez que fui, y hablamos (ya no me acuerdo de qué; tomamos té; hacía frío; recuerdo todos esos detalles irrelevantes; se acabó la mermelada, Héctor calentaba agua en una tetera pequeña, metálica, que tenía una abolladura en la mitad, la luz no era suficiente, yo la veía celeste, porque rebotaba media azul contra las paredes de madera; ¿o era café y no té?).
No se piensa bien después de no dormir. Entraba a una especie de limbo. Lo notaba en la impresión de que las cosas estaban más lejos, o resultaba tan fácil no decir nada, y absorber, absorber, como un embudo, todo lo que se ve, desde la mujer que sube en la feria, a las grietas del asiento de la micro, o los fierros helados, o cada nota escuchada (y cada palabra dicha). Supongo que los ojos se meten más en las cuencas, o se agrandan, no sé.
De repente los Mt. Zion se sinceraban tanto que sentía me agarraban las dos arterias y dos venas que tiene el músculo ese que bombea la sangre, para arrancarlas de cuajo y hacer saltar todo lo espeso y rojo, pero sin manchar, porque salpicaba para adentro, crispando o rebanando algo. El momento era tan íntimo, tan solo, tan helado y lejano, que no se podía evitar sentir que las articulaciones de las manos, la piel, estaban vivas, pero eran de otro, un intruso, porque uno, la verdad de uno, era lo que ante el martilleo continuo se encogía y encogía hasta convertirse en una piedra insignificante pero muy dura (o sea blanda, blanda, blanda).
Y, en ese momento, clareando, o antes, en la hora más fría, con la piel de gallina y el mundo entero en la cabeza aplastándome, sentía una rendición absoluta hacia algo, sentía devoción, la certeza de que tenía un río de poco caudal, cortante, helado, cristalino, saliendo de mí y desbordándose en el marco de la ventana, alcanzando el cemento hecho de miles de piedritas y luego cubriendo el pasto y la tierra fría, para formar una poza chica en la que se veía distorsionado el reflejo del farol, naranjo. No pensaba nada, sentía no más, y miraba fijamente todo, como deslumbrándome ante el detalle más intrascendente; un pedazo de pintura en el marco desprendiéndose, microscópicas partículas de rocío en el aire, descendiendo, el zizagueo preciso de tres divisiones de la música, particionando lo que veía, y lo que intentaba alcanzar arañando el aire con la punta de los dedos y compungiendo las facciones de la cara, apretando los dientes, y sintiendo el aceleramiento continuo de la respiración que se cortaba, y la garganta, y todas esas cosas: los nudos, lo pastoso, lo que te va traspasando, lo que no se entiende pero se sabe que está ahí, como si fuera un espíritu de algo, o arrepentimiento, o el futuro, o la memoria, o los dos intentando hacerse presentes al mismo tiempo, anulando toda comprensión pero sacudiendo desde dentro las sensaciones, ambivalentes, turbias.
Y todo eso pasaba mientras yo sentía que perdía y perdía, y aunque eso estaba bien, no llegaban jamás a entibiarse las cosas, y el sol salía un rato insignificante, y era pálido, y en la tarde había que salir quizás a encontrarse con alguien, o algo, por algo que no recuerdo de todas esas veces, o esos días, porque no me acuerdo de nada salvo esto, nada cuantificable, nada claramente definible; sino como masa, montón de cuestiones que no se pueden describir, aunque no sé si eso sea importante. |