Todo se tornó negro para él un instante después de haber extendido sus manos hacia la forma luminosa que esperaba a los pies de la cama.
Reina le tomó la mano y se despidió de él con una sonrisa. Le llamaba "Novio" y el anciano reía.
Había ingresado en la Residencia un año antes de que ella empezara a trbajar allí. No pudo creer lo que vio cuando se ocupó de su higiene por primera vez. Su cuerpo estaba cubierto de llagas, síntoma de septicemia generalizada...el estado de abandono en que lo habían sumido era, sencillamente, inhumano. Hizo lo que pudo por él. El aspecto de Novio mejoró, pero no fue suficiente. De alguna manera lo habían asesinado. Todos los días Reina perdía un trocito de alegría entre las losetas del dormitorio de Novio.
La hora de la comida se convertía en una fiesta. Nunca tenía apetito, pero Reina insistía.
_!No soy un niño pequeño, déjame en paz!-decía él.
_Pues entonces compórtate como un hombre y aliméntate-contestaba ella con aparente enfado.
El viejo maldecía y protestaba al tiempo que sus ojos reían cada vez que Reina le regañaba. Ella sabía exactamente el momento en el que debía parar; alguno de los dos soltaba una pequeña broma y ambos reían furtivamente, y luego, él, como todos los días, buscaba su mano y le agradecía tantos cuidados con lágrimas en los ojos.
Llevaba un par de días sin poder mantenerse en pie, ni siquiera con ayuda. La Forma Luminosa se lo hbía dicho la noche anterior, aunque Reina ya lo sabía. Era evidente que se estaba muriendo.
Le tomó la mano y se despidió de él con una sonrisa. Ya no podía hablar. Tampoco hacía falta.Novio estaba feliz: sabía que se habían acabado sus sufrimientos e, impaciente, esperaa ese preciso instante en que todo se tornara negro, sólo por un instante, hasta que las pupilas del alma se adaptaran a la nueva luz, más clara y más brillante.
Todos los moribundos lo saben porque ese es el trabajo de las sombras luminosas, bueno, uno de ellos. Ese es su trabajo, contarles cómo es la muerte.